10 años después

10 años después

Jamás descuidó detalle. Conocía hasta la rutina del escaparate que acogía las urgencias del buhonero,ubicado enfrente del recinto. Transitaba sigiloso por los espacios. Veía, preguntaba. José Rafael Lantigua, Ministro de Cultura entonces, conocía la agenda al dedillo. Nada de lo que ocurría y se planificaba para el éxito de la Feria Internacional del Libro -FIL- le fue ajeno. Gestó, con tino y tiempo, junto al laborioso y discreto Alejandro Arvelo y un equipo formidable, la X FIL-. Año 2007, país invitado: Colombia. Homenaje alejado de la casualidad. Cien Años de Soledad, cumplía la cuarentena. La oferta tuvo la desmesura de los Buendía: 399 conferencias, 123 conversatorios y tertulias, 1,156 presentaciones artísticas. Varias de esas conferencias dedicadas a la Primera Lectura de aquella novela -uno de los 100 libros más vendidos en el planeta-publicada en junio 1967-, con una tirada de 8,000 ejemplares.
Curiosa impertinente y eficaz, Inés Aizpún, continuó provocando y solicitó la experiencia, para una publicación especial. El ayuntamiento entre honor y disfrute, por la petición, redactó un resumen. Después de 10 años del acontecimiento, omitir el aniversario, imposible. Desdeñarlo, sería un error, hoy, que la petulancia garabatea, vende y se solaza con la fama efímera de la medianía. Lejos de Remedios La Bella y más cerca de Fermina Daza, porque aspirar a Úrsula sería profanación, el recuento del recuerdo es pertinente. Inolvidable aquel momento de adolescente provinciana enfrentada a un texto leído con avidez y asumido como el acopio de lo murmurado en tertulias familiares, en susurros de iglesia, en los sainetes del parque. Ignoro cuántos ejemplares llegaron a las librerías del pueblo, uno apareció en la casa-1971-. Repaso las palabras subrayadas cuyo significado buscaba en los diccionarios Salvat de mí abuela. Arrogante pensé que García Márquez no era un chismoso, como dicen que dijo su madre, ni un mentiroso, como dicen que dijo su padre, sino un fisgón portador de un lápiz divino. Nada nuevo me contaba pero lo contado era un portento caligráfico. Aquel torrente de imágenes, retratos a carboncillo, sintaxis alucinada, resultó estremecedor. Si Lady Chatterly era quimera, Madame Bovary pecado y Los Miserables insinuación para perseguir, en las alcantarillas parisinas a Jean Valjean, la apasionante redacción me ubicaba en la comarca. Recreaba las hazañas y enredos de ascendientes, colaterales, vecinos. Parientes perdidos en guerras inventadas, excesos de cualquier europeo convertido en padrote caribeño. Criaturas sin origen, el vaivén de taumaturgos, espectros, amantes, vírgenes. Rencores legendarios, acreencias de sangre y honor. La soledad compartida en domicilios donde ocurría lo inimaginable. Ese afán de poblaciones intocadas por la modernidad y esperando mesías. El rubor advino porque a cada uno de los personajes podía encontrarle su semejante. Podía parafrasear los episodios, desde el momento antológico del encuentro de Aureliano con el hielo, hasta las apariciones y el adulterio público, divertido. ¿Acaso mi tía Asunción había compartido con el colombiano su asombro, cuando el abuelo le mostró la gelatina en la cocina de un barco, surto en el puerto? ¿Cómo supo que un pariente prefirió el suicidio a la derrota y avisó, a través del espejo, el momento del disparo? ¿Cómo se apoderó de las mariposas negras y sus presagios? Nunca había leído un acto notarial de lo acaecido en mi entorno. Sucesivos repasos enseñan más. La riqueza del universo femenino obliga discutir arquetipos. Ahí está el culto a los convencionalismos, la fragilidad masculina escondida detrás de la alharaca sexual y la violencia. La muerte, la locura, la imposibilidad de descubrir “un sentimiento tan primitivo y simple como el amor”. El incesto, la pederastia, descrita con tal delicadeza que algunos todavía discuten si José Arcadio, el prospecto de papa que ilusionó a la familia, era santo o un conspicuo abusador de niños, como abusador también fue un Aureliano. 50 años después, a contrapelo de lo proclamado por el librero, personaje sitiado por dos nostalgias, se puede afirmar que la memoria sí tiene caminos de regreso, aunque toda primavera antigua es irrecuperable.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas