El relato del dolor

El relato del dolor

Decirlo ha sido difícil, casi imposible. Debilidad, quizás miedo o ese pudor paralizante que asfixia sentimientos, aquieta cuando calla. Sin embargo, los mercaderes del sufrimiento todavía difunden la letanía del padecimiento, más cerca de mimos que de juglares. Cómo hacerlo y para qué. Cómo y también cuándo. El Consejo Internacional de Museos-ICOM- para conmemorar el Día Internacional de los Museos -DIM- decidió dedicar el día 17 de mayo a “decir lo indecible”. Una de las razones expuestas por el organismo internacional es que “el tema del DIM 17, permite aprehender lo incomprensible de los pasados dolorosos inherentes a la humanidad. Este tema invita al museo a posicionarse como actor de la asimilación de las historias traumáticas pasadas gracias a la mediación y a la pluralidad de puntos de vista expresados. Sin por ello renunciar a difundir el conocimiento del pasado y a darle un sentido para captar el mundo de hoy…” El Museo Memorial de la Resistencia Dominicana-MMRD- como miembro del ICOM, asumió la jornada mundial “Hijos: Yo Te Cuento”. La directora del MMRD para acatar la disposición del ICOM, convocó a “los hijos de la resistencia a las dictaduras de Trujillo y Balaguer”. Es un inicio. Estupendo intento.
El relato del dolor ha sido regateado a varias generaciones. Muchos usurpan recuerdos ajenos y recuentan algo no vivido. Asimismo existe el silencio como opción.Aquellos parientes de las víctimas, que vivieron los últimos días de la tiranía, desde la infancia y la adolescencia, tienen mucho para contar. Crecieron entre el dolor encubierto y la prudencia. Les enseñaron a enfrentar con altivez los pesares. Sentarse a jimiquear nada conseguía, no compensaba orfandad, abandono ni viudez. También hubo indiferencia, ocultamiento, para proteger a la prole. Válida la actitud, empero, a veces, el silencio encubre, compromete. Ocurre igual con la parentela afectada por la violencia de los 12 años. La emoción puede turbar el testimonio, pero decir es importante. Aunque transaran después y acotejaran la pena en procura del favor estatal, las confesiones sirven, tanto para la catarsis como para la enseñanza. Esa generación criada entre susurros y desconfianza, temores al extraño y percepción de traición, debe comenzar a compartir recuerdos. Resaltar la solidaridad en los gestos simples, la fragilidad y confusión de afectos, la delación inesperada. Contar cómo vivieron el rechazo a una niñez ajena a los avatares políticos. Esa incomprensible cobardía cruzando calles, para evitar el saludo a la viuda, a la esposa del preso, al hijo del exiliado. El pánico solicitando la exclusión en las escuelas, en clubes, iglesias, negando favores en el vecindario. Espiando. Arrebatando regalos, maltratando muchachos a diestra y siniestra, para demostrar fidelidad a la barbarie. Oportuna la evocación. El 29 de mayo del 1961 fue lunes, como hoy. La población de entonces no sabía que vivía el umbral de un trascendente episodio. Después del emblemático atentado en la avenida, el horror ocupó el territorio nacional. El júbilo que provocó el tiranicidio, no compensaba la conmoción desatada por la crueldad de la persecución inclemente. De mayo hasta noviembre, el sadismo delirante, sin “jefe”, demostró su fuerza y sed de venganza. Hay memoria de la perniciosa etapa. Es necesario compartir con desconocedores y comparar los recuerdos del azoro infantil y de la precoz responsabilidad de una adolescencia que maduró sin percatarse.
El llamado del MMRD fue para divulgar las consecuencias, en el entorno familiar, de la acción patriótica, de la subversión. El efecto del arrebato y el compromiso. Algunos prefieren padres vivos y no héroes muertos. Reprueban. Es Juzgamiento póstumo, inconformidad por las decisiones. Las revelaciones de los argentinos, nietos de las Mujeres de la Plaza de Mayo, por ejemplo, son desgarradoras.
Debe reeditarse la experiencia. Ratificar con Benedetti y el “Hombre preso que mira a su hijo”, que hay demasiado dolor para ocultarlo, demasiado suplicio para que se borre. Y si el sollozo ahoga las palabras, siempre es mejor llorar que traicionar o traicionarse. Y el llanto, mejor que el olvido.

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