Es la cita inexcusable con la nostalgia. La conversión de un 17 en icono para dilatar el olvido que seremos. Con la intención de provocar la curiosidad de aquellos que desconocen la amenaza contra las ideas, cuando la integridad motivaba la sentencia inapelable de la muerte. Época de exilio, tortura, cárcel. De extorsión. Momento para la traición y la claudicación más que odiosa vergonzosa. También de arrojo y militancia en ocasiones cándida, comprometida más con la ilusión. Por eso esta página jamás puede quedar en blanco. Aunque repita pesares. Aunque se convierta en la convocatoria persistente a los de entonces, esos que no necesitan la advertencia para motivar el recuerdo. Porque el 17 de marzo de 1975 es el referente que identifica a unos cuantos de una generación envuelta en sueños y en aprestos que solo la utopía realizó. La romería triste del fracaso que convierte en símbolos a personas irrepetibles. El pragmatismo venció a muchos y el rasero ético fue diluyéndose hasta quedar en complicidad de tertulia o en esa acomodaticia distancia para acallar arrepentimientos y culpas disfrazadas de coraje bufonesco. El sábado pasado fue 17 y de nuevo la revisión de intentos, encontrar lo escrito y volver a ese Orlando imperecedero, callado y tierno, mirando el mar, compartiendo con Soledad Álvarez el insondable eco de los caracoles. El Orlando de Cuchi Elías, vibrando con las cuerdas de cítaras y guitarras. El de los requiebros. El hijo de doña Adriana y don Mariano, atado al corazón de José Israel Cuello y de Carlos Dore. Volver aquel llamado de atención para evitar la prescripción que publiqué el 14 de marzo de 1984 “La Prescripción de la Acción Pública y el Caso de Orlando”. Entonces desempeñaba funciones de abogada ayudante del procurador fiscal del DN. Clamaba por la interrupción de la prescripción para que los asesinos del periodista, autor de la columna Microscopio, fueran sujetos del proceso penal. El plazo fatal del olvido legal necesitaba solo 12 meses. Interponer una querella era peligroso. Un año después fue interpuesta. El acto interrumpió el plazo pero la lentitud procesal era la estrategia. En el año 1997 fue emitida la providencia calificativa que permitió iniciar el juicio oral, público y contradictorio. La sentencia definitiva fue pronunciada en el 2007. La prescripción subjetiva se había impuesto. El caso era leyenda no realidad. De la conmoción provocada por el asesinato, quedó la persistencia del afecto. Fue la fatiga de los principios. Hasta los abogados que asumieron las diligencias procesales abandonaron los estrados y la parte civil que logró la sentencia, estuvo representada por profesionales que apenas balbuceaban el 17 de marzo de 1975. Orlando abandonado por la soberbia de algunos pares que ahora se desgañitan usando su nombre y no tuvieron el coraje de escucharlo, creerle y protegerlo. Fue demasiado para aquellos que pretenden comparaciones. Denunciante, valiente. Lejos de la intolerancia y la hipocresía. Cosmopolita y sensible. Entendió, más que ninguno, la trascendencia del momento. Sin aspavientos, sabía cuál era el precio de su bravura. Multinacionales, políticos, militares, empresarios, embajadas, estaban en sus artículos. El generalato en pugna se indignó con la columna archiconocida, del 25 de febrero del 1975. Quizás colmó la copa, pero había más que suficiente desde antes. Por eso la advertencia del canciller y el arma que uno de los gerifaltes de aquel tiempo le asignó. Ahora que cualquier truhan es prócer y hay una ridícula alucinación de gloria, recordar el tiempo de Orlando es importante. El significado de decir cuando la opinión exponía al arrebato delafuerza, de “los incontrolables”. Fenecen algunos símbolos cuando solo son válidos para una generación. Sin embargo, los de entonces, siempre repetiremos la reseña de aquella noche azul, cuando en la calle José Contreras estaban el silencio y esa pausa larga del fúnebre adiós. La tierra tembló, no es metáfora luctuosa, tembló. Después de ese hachazo homicida, la elegía de Miguel Hernández sirvió para acompañar el dolor y la derrota. Compañero del alma, tan temprano.