El pesimismo inevitable

El pesimismo inevitable

La subordinación al endeudamiento para inversiones, y mayormente para gastos corrientes, del Estado acepta interpretaciones disímiles entre analistas que al valorar recurren a los parámetros que más convengan a sus roles con diagnósticos que van desde la aceptación que minimiza los riesgos hasta los presagios de insostenibilidad. Las apreciaciones encontradas no impiden ver hechos concretos que por simple lógica siempre moverán a preocupación. Sería difícil convencer a la sociedad de que tomar prestado para honrar compromisos anteriores no es un preludio de incapacidad para permanecer en la dinámica de una utilización expandida de recursos públicos que incluye sostener una burocracia anormalmente grande para el tamaño de la economía con “planas mayores” excesivamente pagadas en organismos poblados de gente que, con toda evidencia, llega allí por tratamientos privilegiados y razones políticas.
No hay suficientes motivos para creer que el crecimiento de la economía, frecuentemente invocado para defender la ilimitada recurrencia a financiamientos hasta para las cosas más simples, está haciendo crecer a su vez la capacidad de generar bienes y servicios pagables en dólares para enfrentar los retos crecientes de honrar lo que se debe además de cubrir las necesidades ordinarias de consumo en un país de agudo déficit en la balanza comercial e intensamente importador.

Acometiendo una gran tarea

Los ríos Ozama e Isabela estarán condenados a sufrir una intensa contaminación que afecta incluso la imagen de Santo Domingo como destino del turismo de cruceros mientras no se ponga completo límite a los efectos que a sus aguas generan asentamientos de pobreza y operaciones industriales que violan normas ambientales. Dos pasos concretos consolidarían el imprescindible valladar: plantas de tratamiento de aguas residuales, una de las cuales operaría a corto plazo, y el Proyecto de Transformación Urbana Integral de Domingo Savio.
El Estado se ha lanzado a intervenir una franja ribereña a partir de una planificación que garantiza la viabilidad en costos a mediano plazo y de impacto favorable sobre un gran número de familias pobres. A partir de este programa resulta factible seguir invirtiendo allí en pago a una gran deuda social.

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