Democracia, representación y participación política

Democracia, representación y participación política

Es constante y legítima la insistencia por parte de los(as) ciudadanos(as) la referencia de que entre el pueblo y nuestros representantes políticos existe un abismo que llamamos desafección política.

Este fenómeno es latente en la labor de representación, fiscalización y control que constitucionalmente se les atribuye a los legisladores, por lo que, desde el punto de vista de la concepción de la libertad política que fue asumida desde la democracia ateniense podrían los(as) ciudadanos(as) pretender la existencia del denominado “graféparanomon”, que consistía en un “castigo” contra los proponentes de mociones en la Asamblea Popular e instituía el mecanismo de revisión de leyes ya votadas.Este principio de la democracia ateniense implica la responsabilidad de cada ciudadano(a) frente a las leyes que presentara ante la Asamblea o Ecclesia.

Para proteger la democracia, era de interés en la época griega Clásica conceder a los(as) ciudadanos(as) la facultad de denunciar al proponente de una iniciativa legislativa cuando ésta dañaba los intereses de la Polis o iba en beneficio propio. Entendemos que esto sirvió como origen a la concepción tradicional que pondera la pureza y la legitimidad de las leyes, pero además, constituye una teoría idónea que buscaba fortalecer los mecanismos de representación política.

Luego de ser instituida la reclamación, se detenía la aplicación de la norma legal previamente aprobada hasta que la Asamblea o Ecclesia prescribiera si era fundamentada o no la acusación.

Se erigía el mecanismo de la doble responsabilidad, la cual implica tanto los prejuicios provocados por el que presentó la ley, así como la obligación del acusador de responder por su acción en caso de que su actuación haya sido falsa o temeraria.

Además, un precedente importante sobre la representación política de los legisladores la encontramos en el fragmento del discurso pronunciado por el escritor, filósofo y político irlandés (República de Irlanda, para diferenciarla de Irlanda del Norte), Edmund Burke, luego de haber sido electo como representante en el Parlamento de Bristol, el 3 de noviembre de 1774:

“Ciertamente, caballeros, la felicidad y la gloria de un representante, deben consistir en vivir en la unión más estrecha, la correspondencia más íntima, y una comunicación sin reservas con sus electores(…) Pero su opinión imparcial, su juicio maduro y su conciencia ilustrada no debe sacrificaros a vosotros, a ningún hombre ni a ningún grupo de hombres (…) Vuestro representante os debe, no sólo su industria, sino su juicio, y os traiciona, en vez de serviros, si lo sacrifica a vuestra opinión”.

Aunque considerado padre del liberalismo conservador británico; oponente y acérrimo enemigo de la Revolución Francesa, el postulado de Burke no deja de ser valioso. En su discurso, configura la concepción sobre los modelos de representación que permite a los electos ejercer su voluntad propia.

Edmund Burke considera como relevante y respetable que el representante escuche y estudie con gran atención la opinión de sus electores. Se opone, sin embargo, a instrucciones o mandatos imperativos, y sigue afirmando en su histórico discurso, su discrepancia de que los representantes deban obedecer, votar y defender “ciegamente” las opiniones de sus electores, en lo cual debe usar “su opinión imparcial, su juicio maduro y su conciencia ilustrada”.

Contrario a la teoría tradicional de la representación, Edmund Burke se opuso a los mandatos imperativos que conferían a los electores la posibilidad de tomar las decisiones de manera directa e impone a los representantes electos el deber, incluso, de valorar la voluntad del pueblo, y la obligación de servir a la ciudadanía para evitar abusos de poder, aunque éste deba sacrificar, “su reposo, sus placeres y sus satisfacciones” y abocarse a sobreponer “el interés de ellos al suyo propio”.

El discurso pronunciado por Edmund Burke preconiza el poder y la capacidad que tienen los actores políticos de tomar decisiones propias en el ejercicio de sus funciones. Esta histórica y memorable alocución lleva intrínsecamente la obligatoriedad de que los representantes apliquen la consulta popular para la toma de decisiones; y la rendición de cuentas como mecanismo de vinculación directa entre electores y elegidos, ya que, los electos son responsables ante sus electores, a quienes deben dar cuenta sobre el poder conferido y bajo las condiciones de lo que se extrae del discurso objeto de este análisis.

Al ser electo como representante, según su discurso, Edmund Burke explica que no solo representa a su demarcación, sino que también, al constituirse como miembro de un Parlamento afloran otros intereses que se deben tomar en cuenta y que influyen en todo el territorio nacional. Es por esto que esta disertación invita a los representantes a observar las posibles opiniones “precipitadas” en perjuicio del resto de la comunidad, en cuyo caso el electo debe abstenerse de ninguna gestión para llevarlo a cabo.

El discurso ante los ciudadanos de Bristol construye principios de representación, y hoy en día el sistema Parlamentario Británico, y otros en los cuáles pudo influir Edmund Burke, se nutre de estos paradigmas para describir el rol de los diputados y senadores electos, que es, en resumen, la representación con buen juicio, conciencia clara y criterio propio, pero sin obviar nunca, la voz de los(as) ciudadanos(as) y el interés general de la nación.

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