Le dicen ‘la nave’, ‘el carrito’, el ‘cacharrito’, el ‘auto nuevo’ o simplemente lo señalan por marca: El datsuncito, el fordcito, el toyotica; o por su tipo, la ‘yipeta’ el ‘sedán’, la ‘van’, ‘el de papá’ o ‘el de mamá’.
Algunos le ponen calcomanías por detrás con frases cómicas como “este es el de cada día” o “el Mercedes está estacionado en la marquesina”.
El caso es que el automóvil es como parte de la familia, todos se pelean por manejarlo, pero nadie quiere encargarse de él para darle mantenimiento o lavarlo.
A estas alturas del siglo XXI no hay en nuestro país ninguna otra pertenencia personal que se compare al automóvil.
El auto que una persona conduce dice mucho de su propietario, a través del auto se refleja el temperamento y el carácter al punto de que las demás personas puedan opinar sobre la personalidad de quien lo maneja.
El mito del auto está tan arraigado en las generaciones actuales, que el asunto del color, la velocidad y los accesorios con que está equipado son símbolos que según los psicólogos, representan la virilidad o la feminidad del o la propietaria.
En la actualidad el automóvil es mucho más que un medio de transporte, es el equivalente al estado social de un individuo.
Representa la aceleración del tiempo y la reducción de distancias, es el principal símbolo de nuestra cultura y encarna la modernidad como ningún otro artefacto.
Su aparición moldeó el diseño de las ciudades y modificó sus estructuras transformando el concepto de tiempo y distancias, trayectos que en pasado se recorrían en días y semanas ahora se reducen a pocas horas.
La industria del auto es la que inició el mayor cambio de la actual sociedad, dando paso a una nueva forma de entender ‘libertad’.
Una revolución que a lo largo del siglo XX dio vida a nuevas iniciativas de industrialización con grandes masas de empleomanía en todos los continentes del mundo.