79 CUARTETOS DE CUERDAS, PARA ARÍSTIDES AFERRADO LA MÚSICA

79 CUARTETOS DE CUERDAS, PARA ARÍSTIDES AFERRADO  LA MÚSICA

La música tiene la desventura, para quienes trabajan con ella, de ser un duende adherido como cábala al tiempo. Pero eso es un largo secreto, paciente, es una sentencia que se acepta, o quizás el dulce infortunio no confesado.
El placer sonoro no es atemporal, no traiciona por la espalda, se adhiere al tiempo y lo marca, está en su propia naturaleza.
Ninguna música va a virar la tierra, no es necesario, bastaría que virara algunos corazones conmovidos, sin aspavientos…
La música viva, por muy viva que sea, conoce su destino y su reino tiene conciencia alegre de que marca épocas, sometida a la ley del tiempo, vestida de testimonio, es útil al final para marcar lo que fue hasta el herrumbre y su difusa permanencia, inexorable, granítica…
Lo que se percibe se evoca, la música tiene también esa estrecha tristeza adusta, recogida , que sabe dibujar lo vivido o lo añorado con la lírica crudeza que de modo simple, suelen llamar recuerdo, modo llano y reductor…
La fuerza clave de elegir cuartetos, en este cas, consistiría en comprender el contrapunto entre música y personalidad, entre música y tiempo que se fue, entre música y el gran amigo que se nos va…
Queda claro y se nota, que la idea de los cuartetos es una simple invención de colectividad instrumental afligida, es la orfandad amistosa disfrazada de una ficción musical posible, el descarriado verbo inerme en desconsuelo que se monta en la nave de los cuartetos, para escapar de la nada y lo absoluto del vacío : palacio de silencio sin angustias…
Tenía que elegir una forma musical aproximada, la suma relativa de instrumentos y voces, la llamada música pura para J. Brahms y su asamblea. La grandeza del Cuarteto, era su símil más cercano, la parábola del sonido elocuente, única, perfecta.
Nadie mejor que W. V. Goethe haría comprender, en su mejor empeño arrobado, el tema de los diálogos y los cuartetos, la pluralidad de sonidos con fe profunda en la armonía temprana y dispuesta.
Cuando se eligen Cuartetos para recordar, el culto a las cuerdas es inevitable sabiendo quien hace la elección, que un final de sonata es irremediable y dulce, conquistador…
Sin embargo, para definir bien el discurso, se debe elegir entre el Cuarteto Bela Bartók o el Cuarteto de Olivier Messiaen, prefiero el de este último titulado » Cuarteto para el final de los tiempos «… Violín,Cello, Clarinete y Piano se dedican al deleite aleatorio de una ilusión que nada tiene que ver con el título del Cuarteto, el clarinete abre saltarino y no se adivina apenas el fin de nada.
Solo el piano en su rostro forte hace amagos de advertir, pero todo el resto es divertimento y diálogo, convocatoria de sonidos estimulantes, recuerdos que la música señala como terminados. Recuerdos que la música en su deber con el tiempo cumple en señalar para un final.
Con el Cuarteto se evoca con menos soledad y miedo al infinito, nostalgia inevitable, pero nunca ligera, como el grave clarinete en el cuarteto para el final de los tiempos. Esa música advierte y engaña, pero nunca deja de dialogar, con el cuarteto su imagen es más nuestra, la que conocimos fulgurante en el entusiasmo de la melomanía incorregible, dispuesta, abarcadora.
Entonces, con brío no queda más que un allegro como viaje largo de congojas sin recato.
Me olvidaré del Opus, en la sagrada congoja, no tengo tiempo para cifrar fechas o cronologías.
Son tantos cuartetos de cuerdas para ti, se escuchan, hacen una cinta de tristeza sonora alrededor de la tierra azul y agotada.
Un cariño entrañable, que brota como los almendros silvestres de la calle Pasteur, contentos al mirar el mar distante, empinado, me obliga a que los cuartetos sean perfectos o casi perfectos : violas, violines, violoncellos alineados para ti, según mandato de Luigi Bocherinni a Joseph Haydn, porque sabía que son para ti.
Como te hubiera gustado, tengo permiso del padre de los cuartetos y le he hecho saber a don Luigi, que era la forma más distinguida en lenguaje, para recordarte y curar el desgarre hondo y vibrante, de no verte más.
De no conversar, ungüento prosódico del amigo en su segura compañía, estela vocal del diálogo necesario, como un maná urgente al oído.
Para eso son los 79 Cuartetos de Cuerda, con su intensidad universal, llenaré, si acaso, el vacío de esas palabras, o la memoria activa de nuestras hazañas musicales juntos, cuando los tiempos eran difíciles y secuestrábamos los templos, para regalar el pan de la música, ante los ojos radiantes de los seres anónimos que aplaudían, mientras Félix Servio Doucoudray cruzaba una larga sonrisa contigo.
Aferrado a la música, cruzas zumbando enredado entre cuerdas y asciendes, generoso hasta en la muerte posible, regalando estampas de recuerdos imborrables, como esa noche lluviosa de París, cuando pusiste a flotar a los franceses, entre la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo, aquella voz de luz que deshacía brumas persistentes.
Barroco son, 79 cuartetos de cuerdas disgregados por la tierra, tornados en espiral que alzan tu figura, desde un sábado en el Vergel, hasta otro sábado por la mar, siempre lejos, pero cerca y entre brillos marinos.
Para los cuatro movimientos protocolares, violaremos el minueto, escogeremos el trío, olvidaremos el finale rápido y dejaremos el lento, para que sepas que agigantado de sonrisas, quizás en esos 79 cuartetos de cuerdas eternos, te miramos un poco, en esa imposible anestesia al dolor… ( CFE )

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