El silencio como resistencia

El silencio como resistencia

En el silencio mis pensamientos.

En el silencio mis movimientos, mis sentimientos…en el silencio mi vida.

Respirar, descansar, reír y llorar en el Silencio

En el silencio mis ambiciones, mis temores, mis grandezas y mis miserias

Ser en el Silencio… ).

Llueve mansamente empapando el suelo.

Entre gota y gota, un espacio seco. Entre ruido y ruido, un silencio.

Me paro…observo….me lleno de gotas de lluvia y de espacios secos, de ruido de agua….y de silencio.  Matilde de Torres, Cuando el silencio habla .

Hace algunos años nació en Europa una corriente de investigación que se llamaba la historia de la cotidianidad.  Es decir, hacer visible en el relato de los sin nombres, y cómo esos que no aparecen en el relato de la historia fueron tan importantes como los héroes y las heroínas que aparecen destacados en la historia. Uno de los pioneros en América Latina fue Fernando Picó, el gran historiador de Puerto Rico quien en los 80 y 90  impactó a la comunidad académica con libros que relataban historias que se salían por completo de los cánones establecidos.  Sus historias sobre las cárceles y los presos del siglo XIX fueron pioneras en la investigación de lo cotidiano como sujeto del discurso histórico.  En sus relatos aparecen los delincuentes, los asesinos, las prostitutas, los hijos de la calle, en fin, los sujetos históricos olvidados y marginados.

Aunque no me he ocupado de esta rama de la investigación histórica, conocer la existencia de esa corriente de investigación me hizo aproximar de forma distinta a los sujetos sociales y su entorno. He decidido observar la realidad cotidiana, el día a día, a la gente del pueblo:  a los que caminan presurosos para llegar a sus lugares de trabajo;  a las jóvenes que se abren a la vida y cada hora es una fiesta; a los viejos que caminan arrastrando sus recuerdos;  a los que se creen importantes y de reojo esperan que los demás los miren; a los que van por la vida abrumados por la rutina; a los que salen a vender cualquier mercancía para buscarse el sustento de la comida diaria; a los serenos mirando ver el mundo mientras ellos dormitan el sueño que no los abandona… en fin, he tratado de captar, aprehender y aprender de la realidad y de su gente.

En mi casa, en mi lugar de trabajo y en los lugares donde transito, he observado el comportamiento de los trabajadores.  Todos ellos tienen un denominador común:  escuchan, callan,  tratan de ser invisibles y de pasar inadvertidos.

Ese silencio, esa palabra pronunciada solo en sus mentes y esa pasividad aparente, donde afirman lo que quieres escuchar, es su forma de no perecer, de resistir ante su propia exclusión. A veces me pregunto  y, de hecho,  he formulado la pregunta a las de mi entorno ¿cómo hacen para vivir la vida con tan poco?  Ana, la que me ayuda en la rutina hogareña, me dijo: “Con paciencia, doña.  He visto demasiado. Confiando en que todo pasa, hasta el hambre pasa.”

Después de escuchar sus palabras, me puse a observar con más detenimiento el comportamiento de la gente que me rodea. Observo que cuando solicitas un servicio o corriges porque no te hicieron las cosas tal y como pediste o criticas el sabor de una comida, ellas callan, te miran y asienten.  Pero sus ojos no mienten, ni la comisura de sus labios tampoco. ¿Están de acuerdo con lo que has dicho? ¡No! ¡Claro que no! Pero necesitan el dinero, necesitan el albergue, el pan y el abrigo que les ofreces, necesitan el pago mensual para llevar a su casa un poco de tranquilidad, entonces no tienen más alternativa que callar y aceptar sin palabras.  

El silencio se ha convertido en su escudo para resistir.  Después, en la soledad o en su entorno, abren sus labios y corazones para desahogar la ira y las penas contenidas. El pequeño espacio retirado a la parte trasera de la vivienda donde trabajan, se convierte en el santuario de sus sueños.  Sueñan solas, sin pronunciar palabras.  Sueñan con un día más luminoso, con menos precariedades.   Sueñan… se callan y vuelven a soñar.

Nosotros, los que vivimos de nuestros trabajos, que pertenecemos a la clase media, que hemos logrado obtener algunos bienes con sacrificios, no pensamos que para esta gente marginada de la vida y excluidas de los pocos beneficios sociales, nuestro confort  puede ser una bofetada.

Peor aún, a veces nos olvidamos de sus orígenes.  Las colocamos en posición difícil cuando les solicitamos que manejen los electrodomésticos como debe ser, sin explicaciones previas; les solicitamos el uso de modales urbanos, cuando en su barrio o en su lejano rincón de un poblado del interior, no existe ni existirá nunca.  Nos molestamos, les exigimos y no comprendemos.

¡Qué fácil es ser humana sólo otorgando dádivas a desconocidos!  Otorgando limosnas callamos nuestras conciencias. Pero…  ¿Cómo ser humano y solidario con el prójimo más próximo?  Es difícil.  Nuestra realidad nos obliga a utilizar sus servicios. Ellas y ellos, por la falta de oportunidades de empleo, no tienen más remedio que abandonar sus predios y alojarse con desconocidos.  En definitiva, pienso que debemos hacer un reconocimiento del otro, para reivindicar nuestra propia humanidad. Que así sea. Amén.

Quiero aprender a escuchar, a descubrir al otro en cada momento, a dedicar la atención suficiente para distinguir en cada palabra la originalidad de quien la pronuncia. Escuchar y descubrir  qué quiere decirme la expresión de una sonrisa o su ausencia cuando alguien me habla.

Trascender el lenguaje para descubrir la voz, tu voz y recibir el mensaje que me envía el tono, el timbre, la modulación que adquiera cada momento.

Ir más allá de los gestos para encontrar el movimiento, tu movimiento. Matilde de Torres, Cuando el silencio habla .

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