Democracia complaciente

Democracia complaciente

La exposición ha sido más que suficiente. Quizás falta indagar el color o la textura de la lencería, hábitos nocturnos, centro comercial favorito o marca de jabón preferida. Se les ha visto bailar, abrazar, besar, comer, correr, jugar. Entrar a templos y a colmados. Visitar enfermos, conversar en las esquinas. Están presentes en las aulas, en los conciertos, en los parques, en los programas de radio, TV. Permanentes en los periódicos y en las redes sociales. Asisten a cenas, almuerzos, meriendas, desayunos, tardes de té y café. Ríos, montañas, playas, cuestas y llanos, tienen y han tenido, la participación continua, constante, de las personas que aspiran obtener el favor del voto el día 15. Ocupan la atención ciudadana, mañana, tarde y noche. Los persiguen en cualquier lugar para pedirles compartir un selfie, para decirles cuánto los quieren y también para demostrarles desafección.
Encuentros patrocinados por las organizaciones de la sociedad civil, por los partidos políticos y agrupaciones afines, los tienen como charlistas, invitados de honor, invitada especial. En cada región, los aspirantes a cargos municipales y congresuales se empeñan en entrar y salir de las casas, probar sazones desconocidos. Improvisan llanto, fingen alegría, pactan amistad. Miran, escuchan, hablan. Bailan, cantan, declaman. El electorado los conoce. Tiene detalles de sus vidas y si faltaren, inventan.
La novedad está presente en algunas ofertas congresuales y municipales, en las dos mujeres candidatas a la presidencia y ausente en las propuestas para lograr el respaldo electoral.
Reiterativa y aburrida ha sido la campaña. Las consabidas ofensas y descalificaciones públicas, que luego una infidencia revela como poses para enardecer seguidores. Solo la osadía de la candidata del PUN despierta curiosidad. Marca la diferencia su afán de erigirse en sustituta de la Virgen de la Altagracia y convertirse en madre de la nación. Su candidez e incorrección, captan el interés para la sorna, como si sus estrategas fueran más atinados que los equipos al servicio de sus competidores. Estuvo presente en el anhelado encuentro, aupado por grupos cívicos, que convirtieron el “debate” en antojadizo baremo democrático. Índice para determinar la democracia proporcional a sus aspiraciones. Debatir o no debatir era el reto. No lograron debate alguno pero están convencidos del éxito. La inconformidad por la inexistencia de debates entre candidatos archiconocidos fue satisfecha. El diseño del reglamento que pautó aquello, parece que establecía la pertinencia de enfrentar a candidatos ausentes en las encuestas, con candidatos que logran porcentajes importantes. Los más optimistas, los delirantes cultores de una democracia a su medida y control, felicitaron a los auspiciadores y a cada uno de los participantes en aquel embate grupal que permitió reiteración de temas y expuso la serenidad de algunos.
Desde el año 1961, el empeño colectivo persigue la construcción de la democracia. Luces y sombras en el camino, desaciertos imperdonables también. La distorsión del sistema ahora incluye una categoría inédita, parecida a la caridad penal, esa que después de una sentencia, pide conmiseración para el condenado. Grupos importantes de presión están convencidos que la democracia se consagra cuando complacen sus peticiones. Reclamos más cerca, a veces, del capricho y la frivolidad que del tino o la institucionalidad. Poco importa que exista o no una norma, que un mandato exija o exima, el desafío es convertir una demanda coyuntural en necesaria y conseguir simpatías mediáticas para imponerla. Por eso el debate fue bandera, como en una época la exigencia de los programas de gobierno que nadie leía. Por eso, los representantes de los partidos se aúnan y solicitan a la Junta Central Electoral que postergue la aplicación de la Constitución. Por eso también, el Pleno del organismo electoral dicta una Resolución y faltando dos semanas para el certamen, un miembro suscribiente de la misma, percibe y denuncia la contradicción del texto con la ley. Los partidos replican el entuerto y lejos de reprender la negligencia previa y la connivencia posterior, solicitan complacencia. Así conciben su democracia: solícita. Y donde dije, digo.

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