“Crimilegalidad”

“Crimilegalidad”

Sí, vivimos en un mundo “global” en lo referido a los viajes y las telecomunicaciones, al surgimiento de nuevas tecnologías – puestas más o menos al alcance de todos aunque no todos nos beneficiemos en igual medida-. Múltiples productos y servicios son ahora universales. Hay recetas, prácticamente de obligatorio acatamiento, no importa las características de los problemas reales que afronten regiones y países. Se pretende que el remedio sea el mismo, ya sea en lo político, lo económico, comercial o social, se trate de Asia, el Medio Oriente, África, o América Latina. Europa, Norteamérica y algunos protagonistas asiáticos son otra cosa. Viven en otro mundo… gracias a que nosotros estamos en otro. Ellos pertenecen al 1% de la población mundial beneficiada por la globalización. También nos han globalizado la privacidad y la seguridad. Sus problemas han pasado a ser, inevitablemente, nuestros problemas pero los nuestros siguen sin ser, en lo esencial de ellos.
Nuestras naciones parecen vivir más bien no en un mundo “globalizado” sino en uno “transnacionalizado”. Hemos quedado a merced tanto de muchas empresas transnacionales y hasta de delincuencia y crímenes igualmente transnacionales. Son nuevos actores nacionales, no estatales, en nuestras sociedades. En no pocas ocasiones se entremezclan con los entes gubernamentales y hasta los sustituyen en la gestión de Gobierno. Enfrentarlos es, nadie lo duda a estas alturas, uno de los principales desafíos de las sociedades actuales. Neutralizarlos es un requisito “sine qua non” para lograr gobernabilidad, paz social y progreso. Los actos delictivos de “cuello blanco” – evasión, en todas sus expresiones; poder corruptor, asociación de malhechores, y demás – son tan peligrosos y lesivos como el narcotráfico, la trata y tráfico de personas, y otras lindezas criminales. No pocas veces ambos entes transnacionales forjan alianzas y quebrantan voluntades y virtudes. Ya no sorprenden las noticias de “brillantes” y prestigiosas” empresas cuyos éxitos se afianzaron en la corruptela. Los “papeles de Panamá” y cualesquiera otros que surjan desde aquellos paraísos donde se esconden fortunas, bien o mal habidas, nos muestran encumbradas y prestigiosas personalidades escapando de impuestos. En tanto todo ello lesiona la gobernabilidad y moral de las sociedades, aquellos entes “globales” cuya sombra protege y acoge esas acciones acusan a nuestras sociedades de incapaces y tolerantes. No se pretenda ignorar que en verdad todo ese extraordinario poder económico que se genera crea un escenario propicio e ideal para la convivencia de lo público, lo corporativo y lo expresamente criminal. Debilidad, pobreza, vulnerabilidad en lo social y la seguridad son lastres terribles en nuestras sociedades pero parecen “necesarias”. Cada día se hace más difícil a gobiernos y gobernantes poder realizar sus tareas para neutralizar aquellas. Tampoco olvidemos que no pocas veces las luchas partidarias contribuyen a sembrar la desconfianza, la credibilidad y la esperanza.
Los logros reales que registren los gobiernos al enfrentar los desafíos al progreso y la seguridad actuales van a depender del éxito que alcancen contra esas amenazas transnacionales que en América Latina ha dado en llamarse “crimilegalidad”.

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