Democracia sin demócratas

Democracia sin demócratas

Cuando la desaparición de las dictaduras ambientó en todo el continente la ruta democrática se albergó en círculos intelectuales, económicos y exponentes de la clase partidaria, la idea de que los hábitos autoritarios se sepultarían. Lamentablemente, no ha sido así. El tiempo constituye el mejor referente de las amarguras e intentos de restituir prácticas impropias en sociedades que alcanzaron niveles de desarrollo institucional debido a una amplia conciencia ciudadana de saltar todos los obstáculos de gobiernos de fuerza, y que desde nuestros países, anhelamos sus niveles de desarrollo sin querer despojarnos de las taras que nos mantienen como pieza de escarnio.
Los peruanos que dejaron atrás las perturbaciones provocadas por las locuras de Abimael Guzmán y su Sendero Luminoso no se imaginaron que el tramo de la paz y celebración de elecciones sin violencia tendrían como desgracia, un país con cuatro ex presidentes procesados por delitos penales. El delirio revolucionario llegó al punto de mayor excitación cuando las tropas sandinistas entraron a Managua para instalar los nueve comandantes sandinistas y decapitar la dictadura de Somoza. Años después, la dinastía cambió de apellido, y los Ortega controlan todos los resortes del poder, llegando a la locura de colocar como segunda al mando, a la esposa del nuevo amo: Rosario Murillo.
En Honduras, los que agitaron la salida de Zelaya de la presidencia por sus intentos de perpetuarse en el poder, quedaron seducidos por la decisión del Tribunal Constitucional que, abrió el camino a Juan Orlando Hernández, para robarse las elecciones y seguir dirigiendo los destinos de la nación.
La profunda incongruencia que exhibe el modelo democrático en todo el continente reside en parámetros acomodaticios que se tornan flexibles en la medida que los intereses geopolíticos establecen esquemas injustos. El Departamento de Estado y la OEA no demuestran conclusiones similares en los casos de Venezuela y Honduras porque desde su óptica “existen” prejuicios y cargas ideológicas que dificultan una justa interpretación. No obstante, lo que está fuera de discusión es que, en ambas naciones conculcan derechos de los opositores, se utilizan los resortes del poder para controlar las instituciones y los resultados electorales se validan por vía de órganos no independientes.
El modelo político de casi toda la región promueve una democracia sin demócratas. Asimismo, se ha ido instaurando un esquema de carácter institucional donde la formalidad de las competencias electorales y la elección de toda la estructura judicial cumple con las “formas”, pero una simple auscultación del “fondo” define con precisión la mascarada y falsedades que impiden escalar los verdaderos peldaños de modelos civilizadores de la vida democrática. América Latina, salvo reconocidas excepciones, no termina de perfilar liderazgos, discursos y fundamentos doctrinarios propios del siglo 21 debido a la fatalidad asumida por sus guías políticos que no ceden los espacios ni estimulan un tinglado jurídico que sirva para que sus experiencias y talentos acumulados sean efectivos en la medida que la condición de consejeros exprese la forma ideal de contribución y vigencia en la vida de sus pueblos.
En Estados Unidos y Europa, la vida de un hombre público no termina con su salida de posiciones administrativas, legislativas o municipales. Barack Obama, interviene en el debate, argumenta respecto a temas de interés e incide en discrepancias intelectuales que se generan tanto en su nación como fuera. Felipe González es un activo político porque sus luces y talento le hacen pieza de consulta en temas tan diversos como la situación autoritaria en Venezuela, los conflictos étnicos en cualquier rincón del mundo y las desigualdades en Medio Oriente.

Desgraciadamente, la toma de conciencia democrática de las élites constituye una tarea pendiente. Por eso, el desdén ciudadano y sed por construir nuevos referentes. ¿Acaso no se están dando cuenta?

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