ALERTA. ¿Quieres aprender a escribir bien? Tienes mucha razón

ALERTA. ¿Quieres aprender a escribir bien? Tienes mucha razón

Juan Freddy Armando

Todos anhelamos dominar el arte de la escritura. Es un excelente ideal porque escribir correcta y eficazmente es como hablar bien: una necesidad humana indispensable, sin importar el oficio al que nos dediquemos. Porque nuestra existencia es un hecho ante todo lingüístico, verbal. Fue el desarrollo de la lengua lo que hizo a aquellos pequeños primates evolucionar hasta saltar a ser hombres y mujeres.

Además, siempre tenemos la necesidad de comunicarnos con persuasión para lograr que los demás actúen como nos conviene; o con disuasión a fin de que no hagan lo dañino para nosotros.

Ahora, en plena revolución cibernética, somos parte de la internet, donde lo que escribamos en chats, posteos, notas, comentarios, memes, hastaf, etc.,forjará nuestra imagen, y por ella seremos juzgados.

Al sabio canadiense Herbert Marshall McLuhan lo sorprendería saber que la ciber-red -cuya existencia predijo- ha traído de vuelta la primacía de lo que él llamó la Galaxia Gutenberg: la escritura. Contrario a lo que ocurría en sus tiempos, en los años 60 del siglo XX, cuando la imagen tendía a predominar sobre la palabra.

Hoy corren parejas estas formas de expresión, porque lo visual, textual y auditivo hacen juego complementario en la red internética. Sin embargo, lo escrito prima sobre lo visto u oído.

Por ello, hoy quiero que mi columna sirva para dar mayor difusión a un texto que me ha marcado hasta hoy desde mis años de estudios en el Colegio Universitario de la UASD. Lo hallé en el libro Letra O12, de mi siempre admirado catedrático ejemplar Bienvenido Díaz Castillo.

En el mismo, el escritor francés André Maurois logra sintetizar maravillosamente lo que sería un verdadero Curso de Escritura Creativa en poco más de una cuartilla:

EL ARTE DE ESCRIBIR

Por André Maurois, de la Academia Francesa

¿Queréis aprender a escribir bien? Tenéis mucha razón. No sirve de nada tener ideas justas si no se sabe expresarlas. La palabra, ni incluso la elocuencia, son suficientes porque las palabras vuelan. Un escrito queda. Los que lo reciben pueden releerlo, meditarlo. Es para ellos como una imagen del autor. Un informe bien compuesto y bien escrito es el origen además de una gran carrera.

Para escribir bien es necesario tener una cultura. No es necesario estar al corriente de la literatura más moderna. El conocimiento de los grandes clásicos vale más. Suministra ejemplos, citas. Nos introduce en una asociación secreta y poderosa, en esa masonería misteriosa de los hombres cultos, en la que se encuentra frecuentemente tantos médicos e ingenieros como escritores. La cultura da sobre todo un vocabulario.

No se escribe con sentimientos; se escribe con palabras. Hay que conocer muchas y haber penetrado en su sentido exacto. Si se emplean a diestro y siniestro, el lector no las comprenderá. La Academia Francesa pasa toda una sesión en definir tres o cuatro palabras. Esto no es tiempo perdido. A falta de un lenguaje preciso, todo un pueblo puede lanzarse en busca de objetivos vagos, que no valen la pena ser buscados.

Hay que consultar los diccionarios, y sobre todo el Littre, que da tan excelentes ejemplos. Cada vez que se ignore el sentido de una palabra, hay que buscarlo. Hay que leer a los grandes autores. Demuestran que con las palabras de todo el mundo saben construir un estilo. ¿Qué autores? Moliere, el Cardenal Retz, Saint-Simón, Voltaire, Diderot, Chateubriand, Hugo. Hay que encontrar el secreto de cada uno de ellos y los recursos de su maestría.

No tratéis de tener personalmente un estilo. Llegará solo si llegáis a formar a la vez un vocabulario rico y grandes pensamientos. “Lo que se concibe bien se expresa bien”. Hay que evitar las rebuscas pomposas o pedantes. Nada estropea más un estilo que la vanidad. Hay que decir de una manera muy sencilla lo que se desea decir. Valéry daba este ejemplo:

“De dos palabras es necesario elegir la menor”. La menor, quiere decir, la menos ambiciosa, la menos ruidosa, la más modesta.
Hay que preferir siempre la palabra concreta, que designa objetos o seres, a la palabra abstracta. “Los hombres” vale más que “la humanidad”. “Un hombre”vale más que “los hombres”. Las palabras abstractas son útiles, pero es preciso llevar al lector rápidamente a lo concreto. A falta de lo cual su pensamiento vuela por regiones nebulosas donde todo parece verdad. Con palabras abstractas puede probarse todo, pero nada puede realizarse. Hay que preferir también el sustantivo y el verbo al adjetivo. Más tarde aprenderéis a manejar el adjetivo como lo hicieron Chateaubriand y Proust, pero es difícil.

El filósofo Alain, que fue un gran profesor, daba este consejo: “Reducir la puesta en marcha a lo mínimo”. Esto quería decir: “No hay que preguntarse durante varios días: ¿voy a comenzar, cómo debo comenzar? No. Hay que comenzar. Después de la primera frase llegará la siguiente. Los pensamientos se desarrollarán. Si se espera a que se anuden, no se avanzará nunca. Si se aguarda la inspiración se esperará en vano. La inspiración nace del trabajo.

Stendhal decía que es necesario escribir todas las mañanas, “genio o no genio”, y uno de la antigüedad; “Nulla dies sine linea”. Ni un día sin una línea. Si no se impone uno la obligación todos los días de sentarse ante la mesa, no para soñar sino para trabajar; si se dedica uno a pensar: “Esta mañana haré los trabajos difíciles”, entonces está uno perdido. Al día siguiente se encontrará una nueva excusa, y la vida pasará, en la pereza y el fracaso.

“Y sin embargo, -podéis alegar- es necesario reflexionar antes de escribir”. Indudablemente. Es necesario preguntarme muy simplemente: “¿De qué se trata?”, y formular para sí mismo el problema de la manera más clara. Hay que tener en cuenta también que la mayor parte de vuestros lectores no saben nada de la cuestión y que hay que darles en algunas frases, los elementos esenciales. Es un plan cómodo, en casi todos los casos, el decirse: “He aquí lo que voy a tratar de demostrar; he aquí mi demostración; he aquí lo que yo he demostrado”.

¿Es necesario atreverse a audacias de lenguaje y estilo? ¿Se puede de vez en cuando despertar la frase con una palabra familiar? Sí, cuando se haya adquirido a la vez el gusto y la autoridad necesarios: Los grandes escritores tienen sus ocurrencias y vulgaridades deliberadas; los grandes embajadores escriben informes humorísticos y brutalmente concretos. Hay que esperar, antes de imitarles, tener su experiencia y su talento. Hasta entonces no hay que ser aburrido, sino sencillo. No hay que llamar la atención más que por la precisión de las fórmulas, por el ajuste perfecto de las frases y de las ideas, por la brevedad compacta y plena.

Finalmente, hay que evitar, hasta que se llegue a ser un maestro, las frases largas. Bossuet las empleaba mucho, pero era Bossuet. En la época en que Caillauz era presidente del Consejo, le dijo al jefe de su Secretaría, cuyo estilo le parecía ampuloso: “Escúcheme. Una frase francesa se compone del sujeto, del verbo y del complemento directo. Es todo. Y cuando usted tenga necesidad de un complemento indirecto, haga el favor de consultarme”. Empleaba así una exageración expresa y divertida. Pero en el fondo era justa.

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