LA MUJER: una historia por contar

LA MUJER: una historia por contar

Contar la historia de la mujer es entender que ella nunca fue considerada como sujeto histórico porque las tareas que desempeñaba, se asumían como propias de su condición, algo que hemos venido intentando aclarar con la perspectiva de género, que no es más que un método de análisis que nos permite entender cómo se construyen las identidades masculinas y femeninas y cuáles son los agentes de socialización que intervienen en ese proceso, comenzando con el lenguaje, la familia, la iglesia, la escuela, los medios de comunicación y la cultura en general.
Con ese mismo método podemos entender cómo se costruyen el racismo, el sexismo y el clasismo, los tres jinetes del Apocalipsis que basan su andamiaje ideológico en una diferencia. En el caso de las mujeres, el formarnos para creer que lo que hacemos es innato a nuestra condición femenina, que no tiene un valor económico y rara vez político, como resultado de un orden divino, nos convierte en seres a-históricos, es decir al margen de la Historia.
Clasificadas dentro del sujeto “Hombre”: “Los derechos del Hombre”, este ninguneo de la mujer trasciende las ideologías, por eso El Che hablaba del “hombre nuevo”, pensando que nos incluía y aún hoy hay líderes políticos que ni en la lengua nos reconocen como sujeto fundamental de la historia de la región más allá de la cocina, el parir y la cama.
En Bolivia, Juana Azurduy de Padilla tenía su propio ejército de Amazonas y llegó a ostentar el rango de teniente coronel del Ejército Argentino. Esto en el campo de las armas, porque en el doméstico fueron miles las mujeres que aportaron ayuda económica y material a los ejércitos libertadores, como el Grupo de Damas Argentinas que en 1811 cosió 20,000 camisas para los combatientes, con menor suerte que Mercedes Abrego de Reyes, patriota fusilada por haberle confeccionado el uniforme a Bolívar.
Debo a Eduardo Galeano y la extraordinaria bibliografía que compiló para su Memoria del Fuego, el descubrimiento de las mujeres de nuestra historia. Armada con sus referencias salí literalmente a buscar a Manuela Sáenz, para encontrar la biografía de Antonio Rumazo González: MANUELA SAENZ. LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR, en el sótano de una librería de Caracas.
Esa bibliografía me aportó el conocimiento de Flora Tristán y su UNA MUJER ESTÁ SOLA CONTRA EL MUNDO, o MEMORIAS DE UNA PARIA. Descubrir que fue ella y no Marx, la autora de “OBREROS DEL MUNDO UNÍOS”, me llenó de alegría.
Ir encontrando a estas mujeres ha sido un tarea ardua y amorosa, que me ha conducido hasta Tina Modotti, Domitila y Rigoberta Menchu, y otras heroínas recientes de una historia que apenas menciona el holocausto de Policarpa Salabarrieta (colombiana) y María Trinidad Sánchez, fusiladas por su lucha por la independencia.
Faltaría aun por “descubrir”, o reivindicar, a las esclavas de los palenques, a las amazonas, las soldaderas, las Cochabambinas, las Tribus Heroicas, a las heroínas modernas, esas que en la Plaza de Mayo demandan conocer el paradero de sus hijos, hijas, nietos y nietas; las que han muerto en Brail y El Salvador, trabajando por los derechos humanos; las que luchan en Santo Domingo contra la expansión de las compañías mineras que están destruyendo su medio ambiente y pulmones.
No tenía estas preocupaciones en mente cuando un nueve de octubre arribé al Alto, como se llama el aeropuerto de La Paz, en Bolivia. En la noche, descansando del choque físico que significa pasar de una altitud a ras del mar al punto más alto de los Andes, un noticiero de televisión comenzó a bombardearme con imágenes de campesinos (flores y velas en mano) en peregrinación hacia la tumba de San Ernesto de La Higuera, alias Che.
Al día siguiente, postrada por los efectos de la gravedad y su falta de oxígeno, me enteré de que se pondría a circular un compendio de la poesía boliviana sobre el Che en la Universidad de La Paz, y, en esa réplica destartalada de la UASD, tuve el honor de recibir el primer ejemplar autografiado.
Unos días después pude contactar a un viejo amigo boliviano, y a su esposa, quien resultó ser la presidenta de la Asamblea de los Derechos Humanos. Se organizó un encuentro con la membresía, entre ellos Myrna Murillo Gamarra, cuyo silencio entrañaba más poesía que un alud de anécdotas bien intencionadas. Su reserva fue el preámbulo para una amistad que habría de consolidarse en viajes sucesivos a La Paz.
La bibliografía sobre el Che es extensa, se estima que se han publicado ya unos 200 libros sobre la gesta, y que muy poco se puede añadir a esa gran tristeza continental que fue y es Nacahuasu, pero se había escrito muy poco sobre la generación posterior a la guerrilla del Che. ¿Cómo se podía vivir con ese legado? ¿Qué implicaba ser los hijos e hijas de esa herencia?
Digo “hijas”, porque en la bibliografía tradicional sobre los movimientos revolucionarios y guerrilleros, como en la de nuestras guerras de independencia, las mujeres nunca tuvieron tiempo para escribir sus testimonios, ni los hombres para rescatarlas del olvido.
En el caso de Bolivia conocemos los diarios del Che, Inti Peredo y Néstor Paz Zamora, pero no existe el de Tania, como no existe el de Juana de Azurduy, primera guerrillera de la independencia hispanoamericana. Educadas para el amor, ¿cómo experimentan las mujeres la guerra? Formadas para la dependencia, ¿cuál es la particularidad de su compromiso?
Biológicamente preparadas para la maternidad, ¿cómo manejan esa, para muchas, inevitable espada de Damocles que es la menstruación? Y si hablar de menstruación es difícil, ¿cómo será evidenciar esa intimidad ante docenas de compañeros? Acostumbradas a relacionar amor con sexualidad, ¿cómo enfrentan la posibilidad de ser violadas por sus torturadores, o en masa, algo a lo cual, así como el descrédito de su reputación moral, los guerrillero son raramente expuestos?
La exguerrillera boliviana Myrna Murillo trató de responder estas interrogantes en 22 agotadoras sesiones de grabación. Yo regresaba a mi hospedaje, conmocionada, sin otro consuelo que el taxista, quien sabiéndome dominicana se había armado con un pequeño arsenal de Juan Luis Guerra.
Ese mutuo dolor impidió que retomara este tema, hasta que el descubrimiento de los restos del Che, a pocos meses del treinta aniversario de la guerrilla de Nacahuasu, en las postrimerías del siglo, me obligó a desempolvar estas palabras, con el simple objetivo de subsanar las modernas ausencias femeninas en el quehacer de los hombres latinoamericanos, en todos los ámbitos, incluyendo, ¡oh ironías!, las luchas libertadoras.
Rescatar los nombres de nuestras próceres, las Rosa Duarte, Ercilia Pepín, Mamá Tingó, Evangelina Rodríguez Perozo; las comandantes de Abril, y el de las dirigentes sindicales y campesinas como Aniana Vargas que hoy enfrentan las mineras en Cotui, Bonao, San Juan de la Maguana, es una tarea a realizar. Así, las conmemoraciones femeninas adquirirán su dimensión concientizadora y las iremos rescatando de nuestra ya tradicional fragmentación, la histórica y la coloquial.
Ojalá que no tengamos que necesitar las hojas de coca y rituales Aymaras, para con todas “las mujeres nuevas” implícitas en la construcción del “hombre nuevo”, por el cual lucharon el Che y Manolo, seguir creyendo en la capacidad del ser humano, hombre-mujer, para trascender la desesperanza.

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