Los apagones han sido, desde siempre, un excelente combustible para elevar la temperatura de la caldera social, y si se combinan con alzas en los precios de los pasajes del transporte de pasajeros y revueltas callejeras de choferes la temperatura puede subir tanto que algo terminará quemándose, que bien puede ser la dichosa gobernabilidad o gobernanza, como le dicen ahora a la chiva que Balaguer tenía amarrada en el patio de su casa (Para más información, consúltese a Hipólito). En el Gobierno saben de lo que hablo, como lo evidencia la militarización, ayer, de las entradas de túneles, elevados y puentes ante las amenazas de los choferes de protestar contra las alzas en los precios de los combustibles, y la decisión de integrar al sistema eléctrico plantas que por su elevado costo de generación solo se encienden en situaciones puntuales como la salida de AES Andrés y otras plantas, pero eso es tan solo un paliativo. Porque esas mismas autoridades han dicho, y de manera tan clara que han asustado a mucha gente, que en octubre el déficit de generación se agudizará, pero no fueron igualmente claras para decir qué respuesta le dará el Gobierno a ese déficit, que entre el 8 y el 15 de ese mes alcanzará los 221 megavatios. ¿Existe un Plan B? ¿Cómo se evitará que los apagones solivianten los ánimos de barrios y pueblos que suelen tirarse a las calles a provocar desórdenes que pueden degenerar en algo peor? ¿Militarizándolos? Cualquiera sabe que no hay tantos guardias para un desorden tan grande, ni es prudente militarizar calles y pueblos de un país que vive del turismo. Crucemos los dedos para que el Gobierno encuentre la manera o los recursos para evitar que la crisis eléctrica malogre la gobernabilidad, que en este país, y al igual que sus líderes políticos, tiene los pies de barro.