El nuevo lenguaje de la juventud

El nuevo lenguaje de la juventud

POR DIÓGENES CÉSPEDES
El periodista Fernando Quiroz escribió en este mismo periódico del lunes 13 de noviembre pasado (p. 10) un artículo interesante y jocoso acerca del léxico que usa una parte de la juventud dominicana en este decenio para comunicar experiencias de todo tipo entre sí.

Como lingüista, me llamó mucho la atención porque a cada cambio generacional se opera un cambio en el léxico y, en consecuencia, en el plano del discurso, lugar privilegiado donde el yo y el tú dan y toman sentido a la experiencia vital y espiritual, sujetos ambos a las condiciones de producción de dicho discurso, esquemáticamente resumidas en las funciones del lenguaje que apuntó Román Jakobson.

No hay que asustarse. Solo los puristas y la gente conservadora se asusta con lo que llaman corrupción de los usos del lenguaje. No ven que la corrupción ya se ha producido en todo el sistema social. Ni el lenguaje, ni la lengua ni las palabras se corrompen. Es el discurso, es decir, las palabras colocadas en un determinado orden sintáctico, el que da cuenta diariamente de los robos, asesinatos, vidas rotas de los famosos y los pobres, narcotráfico, quiebras bancarias fraudulentas ejecutadas por los chicos malos de la oligarquía y los políticos lumpemburgueses del patio, quiebra de los valores y sustitución de estos por la tetralogía nihilista (consumismo, hedonismo, permisividad, relativismo, y los cuatro enhebrados por el materialismo, al decir de Enrique Rojas). El discurso y el sujeto que lo emplea le dan un sentido, o varios, a estas acciones que los medios se complacen en publicar a raudales, o a veces escamotean con fruición y perversidad.

La música popular a través de sus géneros de entra y sale (merengue, salsa, reguetón, etc.) se encarga de hacer circular los vocablos y expresiones de moda ligados al espejo de paciencia del robo público y privado, de la corrupción y el enriquecimiento rápido de los nuevos magnates que andaban hace apenas dos decenios en chancletas y carritos de tercera categoría pagaderos en tres o cuatro años.

Es indudable que muchos de los vocablos del sociolecto de la juventud provienen de la cultura marginal de la diáspora latina en los Estados Unidos y Puerto Rico. Incluso provienen del inglés familiar, barrial o estudiantil vaciado servilmente al español puertorriqueño o dominicano. Los programas de televisuales e interactivos contribuyen a difundir, sobre todo si son de humor, la nueva jerga, la cual rehabilita palabras de jergas anteriores y les modifica el sentido en el discurso actual. La ley de la formación de palabras nuevas entra en funcionamiento y coge y deja lo que le conviene, ya sea por metonimia, sinécdoque o paralogismo.

Seguiré el orden de los vocablos aportados por el periodista Quiroz para examinar de cerca el asunto. La expresión “Tumba eso”, cuyo primer significado es ‘olvida eso, eso no va’, me recuerda la expresión semejante usada por la juventud de mi época en la universidad y la vida social y que se propagó hasta el cansancio. Era la expresión “Olvida y tumba”, la cual tiene el mismo significado de la acuñada por Quiroz. Esta otra, “Toy quitao” es más complicada. Aunque significa que un delincuente no está en acción, en la jerga de hoy puede significar lo mismo, pero también que un joven ha dejado la actividad por la cual se le ha preguntado, ya sean estudios, trabajo, novia, etc. Pero “Toy quitao” revela la oralidad de las clases bajas carentes de instrucción. “Toy” es la contracción de “Estoy” y “quitao” es la traducción servil del inglés “quit out” al español puertorriqueño, transmitida a la diáspora dominicana del Este norteamericano. Los jóvenes de hoy no estaban nacidos cuando el puertorriqueño Juan Antonio Ramos escribió su cuento “Papo Impala está quitao”, en el cual imita el habla de lo que sería hoy un Tego Calderón, un Daddy Yanqui, Ivy Queen, Héctor el Father y Naldo u otro rapero o reguetonero cualquiera. El cuento de Ramos figura en la antología “Reunión de espejos”, publicada en San Juan de Puerto Tico en 1983. Imagine el lector que el autor ha debido publicar dicho texto en su primer libro de 1978 o, en su defecto, en el segundo, de 1980.

En el caso del vocablo “Desacatao”, cuyo significado es el de una persona ‘dispuesta a cualquier cosa’, revela este el relente de violencia social que le acompaña. Tomado dicho vocablo del ámbito judicial, un desacato es la acción de desobedecer un mandato de la justicia. Lo traslaticio es, pues, evidente. Quien desacata una sentencia judicial, se expone ipso facto a que lo prendan, pero el evitar el apresamiento y conducción puede ser evitado con la huida, el escondite o la oposición violenta. Y en este caso la persona está dispuesta a lo que sea, literalmente, pero también simbólicamente en el caso de una conquista amorosa o llevar a término cualquier encargo.

Es obvio que la expresión “Ponte cloro” es juego de palabra con claro, color del cloro que sirve para la limpieza del hogar o la oficina. Pero hereda como juego de palabra el verbo “ponte”, que en la jerga política a la caída de la dictadura de Trujillo significaba duda acerca de la persona de la cual se sospechaba que era trujillista. Luego, al final de esa década y durante todo el reino de la izquierda significó la expresión “ponte claro” estar comprometido con las luchas populares de esos partidos. En otros términos, ‘diga la verdad, sea claro’, cual es hoy el sentido de la expresión juvenil.

El par “Allá/Vi”, usado para “llamar a alguien” es una economía con respecto al término usado por generaciones anteriores, el cual era acompañado de la interjección “Hey, allá” o a veces del pronombre “tú/usted”, dependiendo de si había respeto o no. En cambio, “Cotorra” es tan viejo como el ave. Según Quiroz, significa “palabrerías usadas para enamorar [a] una mujer”. Pero se me antoja con que la expresión completa es “dar cotorra”, ejemplo muy diferente del verbo “cotorrear”, muy conocido de las comadres que se pasan horas muertas hablando demasiado o chismeando. El vocablo “Móntame” con el significado de ‘dime’ es una novedad. Pero es evidente que montar a alguien es llevarle, hacerle partícipe de algo. Y ese algo es como ‘móntame en tu cuento, en tu historia’.

No existe así novedad en la expresión “Me comí lo libro” con el significado de ‘estudié mucho’. En mi época de estudiante, y mucho antes en las de mis predecesores, “un come libro”, que así se le llamaba” era alguien que estudiaba mucho, un cerebro, y luego, un cráneo, en la generación de los 80. Pero en francés familiar y estudiantil un cráneo es alguien estúpido.

La expresión exclamativa “¡Qué máquina!”, con el sentido de ‘auto o mujer despampanante’, objeto de deseo, es vieja de toda vejez. Debe remontarse al siglo XVIII o XIX cuando el maquinismo tuvo su apogeo. En la era de Trujillo tenía las dos acepciones que apunta Quiroz. En Venezuela tiene el sentido literal y el sexual en  la canción del folklore que dice: “Préstame tu máquina/que quiero coser”, aludiendo al vaivén del pie o del pene en las dos actividades.

Tanto la expresión “Adelante, adelante” como “Te subí los vidrios” y “Yo no cojo corte” con el sentido de ‘hombre o mujer con bonanza económica manifestada a través de signos externos’, ‘no quiero saber de ti, no te escucho más, no te hago caso’, y ‘no cambiar de opinión, no dar explicaciones’, ya estaban en circulación en la sociedad cuando la prensa vino a hacerse eco de tales modismos. Esto significa que nadie, individualmente, ya sea Hipólito Mejía o Lila Alburquerque, puede modificar la lengua que hablamos, ya que semejante cambio es una actividad social anónima.

Con respecto a la primera expresión, es posible que sea una creación semántica, pero ha debido derivarse de la vieja expresión “Ser una persona adelantada”, cuyo significado es ser rico, con los signos exteriores que lo muestran. No se olvide que desde el siglo XVI, el término está acuñado con el título de “Adelantado”, aplicado a esa especie de nabab que, nombrado por la Corona española, poblaron las tierras recién descubiertas de América. Y aunque el primero de estos personajes, Bartolomé Colón, no llegó a ser un rico y poderoso personaje, los demás, sí, y casi en su totalidad. Y estar “adelante, adelante” es estar adelante, dos veces, en la escala económica y, muchas veces, social.

Con respecto a estas expresiones, es bueno clarificarles a los lectores y lectoras que con el invento de palabras nuevas no hay transformación de la lengua o idioma. Los cambios se dan únicamente en el discurso. De aquí que cambiar una lengua o idioma sea un hecho social, colectivo, que pasa primero por el discurso. Por eso ni Dante, ni Cervantes ni Shakespeare son los creadores de la lengua italiana, española o inglesa, como a menudo se oye decir en la opinión o se lee en libros de especialistas del lenguaje. Los escritores solo pueden transformar el discurso al crear sentidos que antes no existían. Entonces lo social se apropia de esos nuevos sentidos y la vida adquiere una perspectiva nueva y es vista de otra manera. Son pocos los escritores que logran este portento o milagro. Los demás imitan, durante siglos, lo que hicieron estos creadores y la inercia social les consagra como tales y logran desplazar a los verdaderos creadores de discursos nuevos, sentidos nuevos e ideologías nuevas. Estos imitadores son los escritores e intelectuales que el sistema social y sus instancias de poder acogen en su seno, premian y glorifican. El grueso de la sociedad ignora la distinción entre un escritor que transforma el discurso, el sentido y las ideologías y un imitador que hace su obra a partir de lo ya transformado. Los medios de comunicación y el sistema escolar y universitario contribuyen activamente con el proceso de esta indistinción.

Por ahora, se me hace imposible escarbar la filología de la expresión “no coger corte”, es decir, ‘no cambiar de opinión, no dar explicaciones’. Conjeturo que puede provenir del léxico de la justicia. Hay dos expresiones: “Coger para la corte e ir a la corte”. A lo que allí se va es a cambiar de opinión, luego de dar explicaciones al juez, al fiscal y a los abogados. De donde ha podido extrapolarse, “no coger corte”, es decir, no cambiar de opinión o no dar explicaciones a gente que carece de la calidad oír eso. En cambio, “subir los vidrios” es una operación sencilla: pone una pantalla de desprecio, desconocimiento e ignorancia entre el tú y el yo. Este último no escucha.

En cambio, la expresión “¡qué áspero!” funciona como un antónimo que tomar el significado de su contraparte, que es suave, liso, terso, para terminar en ‘algo o alguien que se ve bien’. Igual sucede con esta otra expresión exclamativa: ¡qué loco!, la cual toma el sentido de su antónimo: cuerdo, bien de la cabeza, de donde se pasa al grado superlativo: super bien, que ha desplazado este super al adverbio muy, pues la jerga desgasta lo ya gastado o normal.

Esta otra frase exclamativa: ¡Qué quilla!, con el sentido de ‘qué molestia’ se deriva, bien se ve, del verbo “quillar”, cuyo significado primario, en el plano del juego de bolas o canica, se usa de antaño. Una bola quillada es una molestia y vale menos que la no quillada. Los usuarios, al imponer la regla, prefieren para sustantivar la tercera persona del verbo “quillar” en subjuntivo y evitan así la sinonimia o posible confusión con el sustantivo “quilla”, pieza de un barco, o con la misma tercera persona de “quillar”, pero en el modo indicativo. La quilla también significa en el discurso una astilla, y eso es una molestia.

Seguiremos con el tema.

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