Un pecado dominicano: nuestra falta de xenofobia

Un pecado dominicano: nuestra falta de xenofobia

Lo que realmente somos es xenófilos. Porque desde nuestros albores como pueblo, todos somos descendientes de gentes que vinieron de otras tierras, y nuestros aborígenes fueron exterminados en dos décadas por nuestros ancestros invasores. Las masacres de las tropas haitianas durante la guerra de independencia nos infundieron terror y nos hicieron más adeptos a europeos y norteamericanos, a pesar de haber estos últimos violado nuestra soberanía repetidas veces.

La gente de hoy sabe poco de historia, y los gobiernos recientes nos han hecho sentir que la frontera dominica-haitiana y el territorio carecen de importancia. Ser isleños nos ha hecho vulnerables a las penetraciones culturales de las potencias, y por ello también seamos un pueblo acogedor.

Las ideologías importadas desde el inicio nos predispongan a preferir los blancos en determinados aspectos, condiciones y contextos, sobre todo por conveniencia de estatus. Pero siendo un pueblo, fundamentalmente, de gentes creyentes, tenemos, a nuestra manera, mucha compasión por los haitianos, una nación de trashumantes, que no tienen culpa de querer desplazarse hacia dónde hay más oportunidades de supervivencia, donde solamente los acosan los militares y los policías, para extorsionarlos, como también acosan a los dominicanos de los barrios pobres.

Ciertamente, los necesitamos. Particularmente los empresarios, por ser laboriosos y pacíficos trabajadores, y también porque siendo legalmente vulnerables se someten a salarios y condiciones laborales extremos.

Las clases medias se benefician porque sus bajos salarios hacen posibles mercancías más baratas. Los obreros dominicanos, los más perjudicados, raramente protestan por esa competencia desleal, pero no les tienen animadversión como personas. Haitianos y dominicanos saben que las tareas que les tocan son similares a las de los esclavos del pasado, y ambos aspiraran a irse a otras naciones en donde el pan es menos amargo.

Los dominicanos sabemos que somos un país mulato, con negros y blancos mezclados, en un hibridismo que será algún día el único tipo racial sobre el planeta (por cierto, producimos los ejemplares más diversos y hermosos de la raza humana). En situaciones migratorias similares (si las hubiese) en ninguna otra nación del mundo se manejan los complejos mecanismos de la discriminación racial con mayor sensibilidad humana, inteligencia emocional y social que en este territorio. Nuestra mezcolanza es racial, pero sobre todo relacional y emocional. El sustrato fundamental de nuestra identidad y cultura es cristiano.

Cada dominicano tiene sus haitianos favoritos y cuenta más de una historia de amistad o de conmiseración, aun aquellas familias cibaeñas que sufrieron los azotes de las hordas invasoras durante la independencia; muchas de las cuales protegieron a haitianos de que huían despavoridos de la guardia de Trujillo.

Si los haitianos no son mejor acogidos por nosotros, es porque nuestras condiciones económicas y laborales no son óptimas para los pobres. Y porque vienen nómades y anónimos, sin saber siquiera el idioma local. Quiérase o no, nadie acepta sin reparos la presencia sin invitación de extraños pobres, analfabetas, indocumentados que no se pueden comunicar. A los que no podemos humana ni administrativamente manejar. Ni siquiera tenemos capacidad para extraditarlos.

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