A Hamlet, In Memoriam

A Hamlet, In Memoriam

La vida de Hamlet Alberto Hermann Perez fue una vida intensa, vigorosa, fructífera. Magnífica. Vivió como quiso vivir, sin arrepentimientos ni remordimientos. Diría como el poeta: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida estamos en Paz!” Su felicidad no consistió en acariciar o ambicionar riquezas que hacen al hombre mezquino y malvado. Lo que hizo o se propuso hacer lo fue por amor a una causa noble poniendo en ello pasión, entusiasmo, determinación. Nada quedaba a medio hacer. Nada en el olvido. Ni el libro que juntos proyectamos para rescatar parte de la historia del béisbol universitario partiendo de la primera jornada de intercambio con equipos universitarios de los Estados Unidos donde Hamlet, lanzador estelar, tuvo destacada actuación, propuesta que no recibió apoyo de la Rectoría de la UASD.
Nacido en esta ciudad, hijo de don Dardo Hermann Consonni y doña Ofelia Perez Peña desde siempre se distinguió por su rebeldía y su preclara inteligencia, habiéndose graduado de ingeniero civil en 1956, realizó estudios de post grado de Planificación Económica y Social, ocupando cargos importantes en su Alma Máter como docente y director del Colegio Universitario y del Centro de Cómputos de la UASD, para integrarse, desde México en 1971, a la guerrilla del coronel Caamaño, habiendo participado activamente en el Movimiento Constitucionalista por el retorno del Profesor Juan Bosch y la democracia malograda por el fatídico Golpe Militar de 1963, y luego, 1965, por la grosera intervención militar de los Estados Unidos y gobiernos dictatoriales manchados de sangre, patrocinada por la OEA, en complicidad de malos dominicanos, a quienes el apóstol Juan Pablo Duarte condenara: “Mientras no se castiguen como se debe a los traidores, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones”.
Ilusionado, se unió a Bosch y al PLD, siendo designado director general de AMET en la primera gestión de Gobierno de Leonel Fernández, renunciando poco después al cargo y al partido, siendo consecuente con sus principios éticos y revolucionarios. Y así, con pasos firmes, sin dobleces, sin traicionarse a sí mismo, discurrió toda su vida de hombre justo y rebelde, en constante lucha contra el crimen organizado, la corrupción del Estado, la impunidad de los malvados, el abuso y la arbitrariedad del poderoso, en suma, la perversidad de un sistema neoliberal económico y social de explotación y miserias, donde el 1% de la población mundial tiene lo que el 99% necesita (Stiglel) poniendo en peligro la paz mundial y la supervivencia del planeta.
Amante de la vida, del buen vivir, en paz con su conciencia, Hamlet sobre todo amaba a sus hijos, a su familia y a su Patria, libre y soberana, no esclavizada. De sus hijos no dejaba de decir, mis enemigos nunca descubrieron mi Talón de Aquiles, mis hijos. Con ellos existía una maravillosa sinergia, una singular camaradería, una complicidad implícita, no importando distancias ni adversidades: Roberto, Hamlet (Eddy), Rita Amelia y Sara, procreados con Carmen Rita, su consecuente compañera de años muy difíciles, las mellizas María Milagros y Milagros María y Freddy Alexander, procreados con mi comadre, Milagros Cartagena y luego la prole creciente que veía llegar y crecer en un mundo injusto deshumanizado contra el cual luchaba con alma adolorida. Aquella confesión me recordaba palabras de mi suegro, Yuly Mendoza, ante la muerte alevosa de Amín, la grandeza del verdadero Revolucionario, el imperativo de la sangre y las debilidades humanas; “El verdadero revolucionario no debe casarse ni tener hijos”, decía, reconociendo el enorme sacrificio que se impone aquel que asume como propia la lucha de todo un pueblo.
Dos temas consustanciales a su naturaleza le angustian profundamente. Me obsequia dos obras de la Dra. Ana María Salazar reconocida experta graduada en Harvard y en la Universidad de Berkeley titulados: “La Seguridad Nacional Hoy” y “Las Guerras que Vienen. Los riesgos para la democracia ante nuevos conflictos mundiales”. Léetelos, me dice convencido, después los comentamos. Poseedor de una mente organizada metódica, analítica y disciplinada, como hombre de ciencia, su pasión por descubrir y revelar las verdades ocultas de las cosas, lo llevaba al éxtasis. Los libros fueron su mayor tesoro material. Allí, reunido con amigos, se sentía dichoso, feliz, ofreciendo un sabroso jugo de fruta fresca o una copa de vino selecto, de buen catador para disfrute mayor del encuentro. En un país donde, las librerías son escasas y los libreros carecen de estímulo, la pujante tecnológica disloca, muy pocos gustan la lectura o el dinero no alcanza para comprar libros de autores reconocidos. Hamlet era amante de tertulias literarias, políticas, deportivas, admiraba el arte y gustaba de la música. Sergio Rodríguez era siempre un invitado de honor. Su llegada los sábados a la tertulia de Virtudes, en la Zona Colonial, era motivo de alegría colectiva. Y así, a pesar de las limitaciones que el medio imponía, HH creía en los libros. Ligaba una amistad espontánea con sus escritores favoritos Galeano, El Gabo, Greijeses, sus colegas cubanos y su admirados Pedro Mir y Juan Bosch. Convencido de que los libros hacen la historia, como diría Soledad Alvarez: “En tiempos recios, Hamlet escribe con pasión y piensa con inteligencia, sobre la relación no exenta de conflictos entre ética y política”.
Y se embarca en esa ingente tarea y deja su huella histórica de investigador infatigable ligado al compromiso ineludible de bucear la verdad donde se encuentre, como salvavidas de los pueblos. De manera pertinaz no termina uno cuando planea otro meticulosamente, no dejando piedra sobre piedra. Más de 15 volúmenes y múltiples ensayos, artículos, conferencias lega a la posteridad, porque el libro es sabiduría y enseñanza. Creyente del poder de la palabra quiso dar testimonio en vida, narrar sus experiencias, sus vivencias, sus impresiones y desengaños, como ciudadano y combatiente preocupado por su país, su hoy y su futuro. Analista acucioso, mordaz, autocrítico, “con las venas abiertas”, sin denostar la causa de los fracasos, primer eslabón del triunfo, exalta el valor y el sacrificio de los incomprendidos. Sus inagotables y múltiples conocimientos desbordan en una simple y amena conversación que dejaba traslucir su jovialidad y agudeza de este “enfant terrible, antiguo profesor universitario que enseña para aprender a conocer mejor las cosas, tal le recuerda su dilecto amigo Angel Garrido: “Ayer un infarto mató a un hombre”.
H H, se creía eterno. Inagotable. Y quizás tenía razón. Falleció repentinamente de un aneurisma cardiaco mientras conducía su vehículo frente al mar, por su añorado Malecón de amantes y aventureros, regresando del Archivo General de la Nación, despedida postrera a su amigo Roberto Cassá. Murió sin sufrimiento, “con las riendas tensas” dando gracias a la vida, lleno de ensueños y nostalgias. Estaba casado con Ana María Pellerano Paradas a quien, finamente, dedicara su último libro “Fidel, Trujillo, USA”.
El Pueblo enlutado, calla. No acepta su partida. Desde la montaña truena una voz que el silencio elocuente responde.
¿A quién pertenecen esas cenizas que el viento esparce sobre mi morada?
-Pertenecen un hombre libre, de noble corazón y gran cabeza, alma sensible y buena.
Aguerrido revolucionario que amó a su Patria y luchó por ella y por su gente.
Que perseguido fue y solitario halló refugio en tu regazo.
¿Lo recuerdas, acaso, Madre Tierra? ¿Lo recuerdas?
¡Cómo he de olvidarlo, si es mi hijo!
¡Su nombre es Hamlet Hermann!

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