A mi amada Ivelisse en su primer año

A mi amada Ivelisse en su primer año

Hace un año que partiste a los brazos del Señor, perdiste la batalla de catorce meses contra el cáncer pero ganaste la gloria del cielo y a esa distancia tu ausencia duele. Nuestra separación ha significado una ruptura de tantos planes y un marchar solitario sin el amor, la comprensión y la felicidad que significaron nuestros treinta y siete años y cuatro meses de matrimonio más tres años de noviazgo, casi las dos terceras partes de mi vida

A un año de tu partida, ¡cómo olvidar tantos momentos felices!, cuantas batallas diarias viendo crecer nuestros hijos y nietos, disfrutando de una perfecta comunión de ideas, espacios y metas. ¿Como olvidar que no fuiste una simple esposa? Fuiste una compañera, una socia, una confidente, una cómplice y una consejera. Fuiste mi apoyo en todos mis planes y metas, pero también mi inspiración.

Qué difícil es encontrar palabras que expresen lo que fue nuestro amor y nuestro matrimonio. Debo echar mano de los versos de Joan Manuel Serrat en Lucía para expresar que fuiste “la más bella historia de amor que tuve y tendré”.

Además de esposa ejemplar, fuiste una madre dedicada y amorosa, cuya principal prioridad eran tus hijos y te entregaste día y noche cuando acontecieron graves quebrantos en dos de nuestros hijos. Fuiste tan comprensiva, desinteresada y cariñosa que el Señor te dio dos hijas en lugar de dos nueras y te dio otra madre, la mía, con quien conviviste 32 años sin la más mínima fricción o alejamiento porque la amaste y te ocupabas de todas sus necesidades y diligencias.

Nuestros cuatro nietos siguen creciendo y no te olvidarán. Luis Alejandro me dijo hace unos meses: “Abuelo tienes que volver a casarte de nuevo pero con una mujer como abuela”. Lo abracé, lloré emocionado y le dije que como tú no había otra mujer. También Javier, con apenas tres años, me dijo a los pocos meses de tu partida, “Abuelo, ¿y abuela?”. Sencillamente porque sentía el vacío que todos experimentamos y en su cabecita infantil no se explicaba por qué tú no estabas brindándole el cariño que siempre dedicaste a tus nietos.

Qué difícil es levantarme cada mañana, de esa cama que ahora luce demasiado grande, sin recibir el beso, las atenciones, sin que escojas mi ropa, me prepares el desayuno y te despidas con un beso y los mejores deseos. Qué difícil el transcurso del día para llamarte y saber cómo estás. Qué difícil regresar al mediodía sin tener tu compañía en el almuerzo, pero más difícil es la noche sin nuestra conversación, nuestra oración común tomados de la mano y el beso de despedida para dormir. Solo la fortaleza que da el Señor, el apoyo de mis hijos, de mis nietos, de mi madre y el resto de la familia, así como de mi trabajo en la televisión y el Banco Central me han permitido seguir adelante, aunque con frecuencia me desplomo y luego me levanto.

A un año de tu partida la familia está más unida, como fue tu sueño y como te prometí, y pido al Señor que me ayude a ser tan buen Cristiano como tú lo fuiste, así cuando me toque partir de este mundo estar junto a ti hasta la eternidad.

Hasta pronto, mi amor, mi vida y mi todo.

 

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