A PLENO PULMÓN

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Industria de palabras

La familia de Ventoldo empezó a darse cuenta de que algo no andaba bien en su cabeza cuando declaró: “quiero establecer una industria de palabras.  Necesitaré financiamiento bancario para comprar equipos de fabricar verbos, adjetivos, substantivos.  Son máquinas costosas y de manejo difícil”.  Su hermano fue quien dio la voz de alarma; le dijo a su madre: creo que  Ventoldo tiene flojos otra vez los tornillos de la cabeza.  Se ríe sólo y habla todo el día de montar una fábrica. –¿Una fábrica de muebles? –No, mamá; él dice que tomará dinero prestado en el banco para instalar una troqueladora  de palabras.

¡Dios mío! ¿te dijo eso? –Mamá, él está hablando disparates hace muchos días; el sábado estaba explicando a un carpintero que las palabras tienen mejor mercado que “los muebles de aposento”.  Él sabe perfectamente que nosotros vendemos más camas que butacas; esta familia vive, en realidad, de vender camas coloniales; para eso tenemos un carpintero y un tornero.  Afirma, con el dedo sobre la sien, que los verbos tendrán más ventas que los adjetivos; y los sustantivos, tanta demanda como los verbos.  –“A la gente le gusta la acción y el movimiento; prefiere los verbos; y después, palpar los sustantivos.  A los adjetivos les hace poco caso”.

 –“La máquina que yo quiero comprar es norteamericana; la ventaja de esa máquina es que se pueden troquelar con ella adjetivos, que no están en el diccionario”.  Le oí cuando hablaba, en la puerta de la calle, con un amigo que tiene oficina en el edificio Baquero de la calle El Conde: –“Este es un país donde se usan adjetivos raros, simples y compuestos; con esa máquina puedes fabricarlos para todos los gustos”.

 –“Los verbos robar, fornicar, atesorar, tienen más salida que trabajar, estudiar, persistir.  Traje, automóvil, dinero, son sustantivos muy apreciados en esta época.  El mercado de los adjetivos es más difícil; pero con una máquina tan avanzada es posible producir adjetivos compuestos.  Agridulce estuvo de moda en otro tiempo.  Pero ahora es distinto.  Las mujeres insisten en que las llamen con nombres ambiguos, compuestos.  “India canela” es el sobrenombre de una artista.  Tenemos blancos quemados, indios claros y  trigueñas obscuras; también “jabados” y blancos-jipatos.”

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