Acabo de recibir un correo electrónico desde Puerto Príncipe; el señor Gilbert Mangonés Malval ha leído mi demorada carta de hace tres días y corrige un desliz. Al decirte que había olvidado las aventuras de Angel Pitou, personaje de Alejandro Dumas, escribí que la madre del novelista había nacido en Haití y su padre destituido por Napoleón. Mangonés Malval aclara en su nota que la abuela, no la madre, fue una esclava oriunda de Jeremie. Esa esclava es la progenitora del general Dumas, quien pagó caras las críticas que hizo a la campaña de Napoleón en Egipto.
La buena memoria que siempre tuve ha empezado a engañarme. Atribuí al hijo un dato que correspondía al padre. La gentileza de un lector de la Avenida Lamartinière, Bois Verna, en la capital haitiana, confirma que mi interés en el autor de Los tres mosqueteros ha disminuido. El general Dumas se llamaba Alejandro, lo mismo que el novelista y su hijo -también novelista-, autor de La dama de las camelias. Tres alejandros, en línea directa, luchaban en mi memoria desde hace cuarenta años. Veinte años después es el título de la novela que prolonga Los tres mosqueteros, la más famosa narración de Dumas. Digamos, pues, como excusa, que cuarenta años son el doble de veinte.
La memoria es caprichosa. Recuerdo bien algunos pasajes de Los tres mosqueteros, historia largüísima que continua enEl vizconde de Bragelonne y culmina en El hombre de la mascara de hierro. Los tres mosqueteros eran cuatro: Athos, Porthos, Aramis y DArtagnan. Cada uno de estos personajes representa un carácter o una virtud determinados: la nobleza, la fuerza, la astucia, el valor. Dumas aniquila a los protagonistas en un orden especial; la nobleza y la fuerza mueren primero. El valor perece de manera inesperada; justo en el momento en que DArtagnan va a recibir el bastón de mariscal, una bala perdida lo mata. El astuto Aramis sobrevive ileso a todas las intrigas políticas.
No he podido complacerte, apreciada Pretexta, en lo tocante a Angel Pitou; espero que las menciones de Los tres mosqueteros te retrotraigan a los años juveniles y operen como compensación de la nostalgia escolar. Me despido; sólo dispongo de siete palabras.