A Ramón Oviedo, a modo de responso al “Pintor Nacional”

A Ramón Oviedo, a modo de responso al “Pintor Nacional”

El próximo miércoles 12 se cumple un mes de la partida terrenal de un prohombre excepcional, se trata del maestro de la plástica don Ramón Oviedo. Tuve el gran honor de ser su médico por muchos años. Nos visitó días antes de su muerte, para que yo le recomendara el especialista indicado para las dolencias que ocasionaron su deceso.

Con su vitalidad intacta, los años no lograron cesantear su espíritu incansable y aventurero, su apertura de mente, su inteligencia y su amor a la cultura, junto a su acendrado compromiso social, lo convierten a él en la pintura, en lo que es don Pedro Mir para la poética dominicana. Me permito citar a una gran autoridad, la perspicaz doña Marianne de Tolentino: “No cabe duda de que la pintura de Ramón Oviedo es, en imágenes, la mayor enseñanza de la historia, la más contundente interpretación imaginaria de los eventos socio-políticos que se haya producido en la plástica dominicana” (Hoy, ¡Vivir!, 18 de julio, 2015).

Al él morir, fui el primer médico en ser notificado, pues se había admitido bajo mis órdenes. Me senté en mi estudio a oír a Fernando Casado interpretar algunas de sus canciones, este maestro de la plástica era un artista completo, era también compositor musical. Frente a una copa de un exquisito tinto puse atención, miré sus cuadros colgados en mis paredes, el “paracaidista” con intensos rojos y otros, pero el de tonos menos fuertes “la muerte”, tenía su propio rostro dibujado entre penumbras. Reconociendo mis limitaciones “escáldicas” y pidiendo la benevolencia de mis amables lectores, para compartir lo vivido esa noche, hoy me auxilio de los sabios poetas para poder expresar aquel sentir con: sus pinturas, el buen vino y su música, ante la muerte del admirado amigo que iniciaba entonces el viaje más astral de la existencia humana.

Como oda al rojo que tanto le gustaba al maestro, un poema a la policromía de Pedro Henríquez Ureña: “Ensueño. En el regio palacio, el bosque, se adorna de varios matices, de rojos purpúreos, de sangrientos rojos, de rojos que tienen fulgores de incendio, del pálido rosa, del más moribundo amarillo. Y denle los pinos su verde, su verde triunfante”.

Al contemplar el cuadro “la muerte”, pensé en un poema del fraterno José Mármol: “Para cuando regreses… De la nada vienes, la ruta más precisa del hastío al furor. De todas parte vienes, porque sí, por un tal vez, por lo inesperado del destino y sus conciertos. Llegas sin por qué ni para qué, así no más, como suelen llegar los accidentes. De inadvertida te disfrazas, con harapos de ti misma. Llegas sin venir, como las premoniciones. Llegas y no estás y no te has ido nunca más por siempre y para qué.”

Oviedo fue un picassiano militante, un innovador en la pintura dominicana, ahí está su prolífica obra, pero para entenderla me auxilio de otro grande, León David en su obra Oxidente, señala: “Solo ahondando en nosotros mismos seremos capaces de encontrar a los otros, a los que nos rodean… Tal es la apuesta de la literatura y del arte. Para alzarnos a los dominios de lo universal y permanente, no disponemos de medio más idóneo que el zambullirnos en las abismales aguas de nuestro yo.

La paradoja de la creación estriba en que, ocupándose de lo que a él solo atañe, desentendido de la ajena opinión, es como el poeta que pulsa las cuerdas que harán sentir a quienes escuchan sus notas, que de ellos, nada más que de ellos, se están desgranando verdades a las que únicamente un sordo no prestaría atención”.

Para resumir una vida ejemplar, muy similar a la de éste inmenso maestro del rojo y el lapislázuli, me honro en citar muy orgulloso a mi padre, de su obra Luz Celeste: “Vivamos con entusiasmo, visualizando los caminos del adelanto y agudizando el talento, poniéndolo al servicio de las mejores causas, en beneficio propio y de nuestros semejantes.

Que seamos capaces, trabajadores, decentes, valientes y entusiastas para hacer prevalecer nuestros juicios por encima de las mezquindades que pueblan la mente de los enanos intelectuales, y lucir como una potencia humana y hacernos ejemplos imitables para toda la sociedad, máxime para aquellos que quieren crecer reflexivamente en el alma”.

Nuestras condolencias a toda la familia Oviedo, a su hija Arecelis y a su nieto Omar, ustedes que heredaron ese inmenso talento pictórico, háganlo a él aún más eterno. ¡Descanse en paz!

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