Academias, académicos y Mario Bonetti

Academias, académicos y Mario Bonetti

POR JUAN JOSÉ AYUSO
1.- Mi parecer es que a las academias -Ciencias, Lengua, Historia- deben ascender los académicos, profesionales y estudiosos de las diversas disciplinas con experiencia y publicaciones formales dedicados al ejercicio y a la investigación.

Hace más de veinte años y para el concierto “Sonia canta poetas de la patria”, me tocó escoger una antología de la poesía social del país. Presentado el concierto de Sonia Silvestre y cuando le preguntaron, Manuel Rueda le puso un “pero” y dijo, con toda razón, que él hubiera incluido también a Juan Antonio Alix, poeta popular.

Alix, Luis Camejo, Eulogio C. Cabral (Cachimbola), fueron poetas populares cuyo estudio, que debe tener por ahí un consagrado a la disciplina como Luis Eduardo (Huchi) Lora, ofrece una cantera de enriquecimiento al idioma que habla este pueblo, al castellano o español dominicano que con otra altura y aspiración se cultiva en sus expresiones más profundas y, vale decirlo, académicas.

Pero no veo cómo pudiera ingresar a la Academia de la Lengua ese “rey del disparate y archipampano de la carcajada”, “Paco” o “Paquita” Escribano (Rafael Tavárez Labrador), posibilidad que infiere al académico Bonetti de una afirmación que le transmitió su presidente Bruno Rosario Candelier.

“Las puertas de la Academia están abiertas a toda clase de ciudadanos que se interesen por el idioma”, le dijo Bruno a Mario pero la frase debe atenerse a lo que dice y no, con ganas de “cananear”, a lo que pudiera inferir con sarcasmo “el sentido deportivo de la vida y la cultura”.

A quienes se interesen por las ciencias, la lengua y la historia no les están vedadas las puertas de las academias. Todos pueden visitarlas, consultar allí libros, documentos y autoridades pero no todos reunirán condición y mérito para buscar y obtener la membresía, lo que incluye a periodistas que “escriben amenamente” acerca de temas de ciencias, de lengua o de historia.

Y cierta una de las apreciaciones del “tímido Juan José” a que alude el penúltimo párrafo de “¡Cabría Paquita Escribano en la / Academia Dominicana de la Lengua?”

2.- Ahora, bien.

Del trabajo de Mario Bonetti publicado en la página 10 de “Areíto”, “Hoy” del 5 pasado, me seduce formar parte de la tropa llamada a librar “la guerra de independencia idiomática” que libre a la criolla de todo cuanto tenga que ver y obedecer con la Real Academia Española.

Tenemos un español o castellano dominicano, correspondiente con la identidad que hemos formado a lo largo de cinco siglos y pico desde el descubrimiento y conquista del 1492 hasta los 1844 y 1963 de nuestras separaciones y restauraciones, y en ese largo lapso de vida y penurias conformamos una manera particular y pecualiar de idioma y lenguaje, forma simple y breve de conversar y entenderse la gente, y/o estilo de pensar y escribir las literaturas menor y mayor, que generan una característica nacional y una propiedad.

(Hay que cerrar el capítulo de colonialismo mental y material que, en el caso de la historiografía tradicional y para citar un caso, llevó a investigadores dominicanos a recurrir con exclusividad, para sus investigaciones, a fuentes coloniales y colonialistas españolas -archivos nacionales y correspondencia oficial y personal de antiguos jefes civiles y militares como gobernadores y otros funcionarios.)

Tenía razón el Max Henríquez Ureña que conversaba con Bonetti en la universidad de Puerto Rico. Los ancestrales y barbados académicos españoles de la lengua cargan con la responsabilidad de haberlo aceptado todo -ella, por supuesto, como único recurso-, y contribuir a la cualquierización del castellano o español que tan mal se habla aquí y allá.

Por lo que no sería extraño que, como lenguaje o “fabla popular”, termine de aceptarse los términos groseros y soeces que utiliza la falta de formación y de respeto de periodistas que en diarios y programas noticiosos de radio y televisión, utilizan ese desbarre sólo para que no los confundan con profesionales serios y decentes.

Como no lo es que una persona reivindique como aborigen el nombre “Bahoruco” de su provincia sin parar mientes ni explicar de dónde sacó esa hache un lenguaje que no tenía grafía, que no era escrito sino solo hablado.

Y hasta aquí la segunda apreciación del “tímido Juan José”, para complacer a la amistad vieja con Mario y al honor que ella me hace y con el que me distingue.

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