¡Acorralados!

¡Acorralados!

No cabe lugar a dudas que muchas naciones e instituciones le tienen el agua hirviendo a Dominicana. Y esto para que ceda en sus derechos de pretender regularizar la masiva invasión pacífica y presencia por igual de los haitianos. La excusa es que, por aquello de los derechos humanos, los nacidos en el país o llegados ilegalmente se deben reconocer como legales y hasta concederles la ciudadanía.
Todos sabemos el vía crucis que ha vivido el país desde aquella famosa sentencia del Tribunal Constitucional, la 168-13, mediante la cual se trataba de llevar orden a una situación que por décadas se había tratado con paños tibios. O con indiferencia, dejando que la bola de nieve fuera creciendo desde el mismo momento que Haití se adueñó de una porción del territorio dominicano. Y esto fue legalizado y aceptado por los dominicanos a partir de 1929.
El ruido exterior por nuestra conducta con los haitianos ha sido mayor que la generada internamente. Localmente es parte del panorama criollo donde conviven en la pobreza miles de seres de ambos países. Incluso hay muchos descendientes que aparte de formar parejas mixtas han ingresado a las fuerzas armadas sin ningún contratiempo.
Pero en los últimos tres años, el sector occidental del poder mundial la ha emprendido de diversas maneras presionando a los dominicanos para que claudiquen en desmedro de la soberanía. Debemos aceptar como un hecho irreversible que los haitianos nacidos, llegados y residentes en el país deben ser reconocidos como dominicanos.
El departamento de Estado norteamericano ha sido un abanderado encubierto y a las claras de sostener las presiones inauditas en contra de la soberanía dominicana. No pierden la oportunidad para enrostrarnos nuestro racismo. Pero ellos soslayan la inmensa ayuda humanitaria y económica que los dominicanos le prestaron al vecino país en enero del 2012 por aquel terrible terremoto que destruyó una buena parte de Puerto Príncipe.
El otro giro anti dominicano en gestación es muy sutil. Y es el acariciado por la Iglesia católica, que tanto en las bases como en la cúspide, tienen sentimientos mezclados para con los vecinos. Hay una buena presencia de sacerdotes haitianos que su labor pastoral es en pueblos y campos dominicanos con el apoyo de determinados obispos.
Con los aires de la Iglesia que soplan en Roma, aquí con el nuevo arzobispo designado por el papa Francisco, es de suponer que apretarán más la tuerca. Y eso para que se le concedan más privilegios y facilidades a una masa humana contaminante que ya pretende establecerse definitivamente en la parte oriental de la isla.
La embajada norteamericana local, con sus aires de igualdad para los sexos, ha tenido una posición muy particular de las relaciones dominico-haitianas. Ha tratado de inclinarse hacia los derechos de los vecinos occidentales y velar por el buen trato y la mejoría de condiciones de vida en los bateyes. Pero le faltaba un compañero que actuara en pareja frente al gobierno dominicano. Este ya no quiere claudicar en la defensa de la soberanía.
A partir de septiembre, la embajada norteamericana contará con otro ambiente diplomático en el seno del obispado de la Iglesia católica. Es que el cardenal López, que por motivos de edad renunció y se le conocía por su acendrado nacionalismo y verticalidad para defender los derechos dominicanos. Él no tenía pelos en la lengua para denunciar las barbaridades que buscaban imponer las naciones amigas de Haití. Todo para deshonrar la nacionalidad dominicana. Además era su estandarte de responsabilidad ciudadana de decir las cosas sin temor.
Es de suponer que tanto la embajada y la cúpula de la Iglesia señalarán un nuevo sendero para las relaciones isleñas en menoscabo de la soberanía. Se buscará la forma de, poco a poco, avanzar hacia un proceso de ablandamiento hacia la fusión. Es muy curioso y más que ahora se ha descubierto y confirmado que los dominicanos somos más de un 49% mulatos.
Para el gobierno del PLD, que para septiembre solo tendrá unas dos semanas en el poder de su nuevo período, se topará con un nuevo ambiente para orquestar un nuevo plan de acción para lidiar con los vecinos. Estos se sentirán apoyados por los dos poderes fácticos mundiales, aun cuando se mantengan en el limbo de unas elecciones que no se celebran o no son confiables.

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