Al ministro Gonzalo Castillo

Al ministro Gonzalo Castillo

Estoy asombrado de la presteza con la cual usted ha tomado la determinación de aumentar un 233% al peaje en carreteras que ya han pagado con creces el costo de su construcción. No soy Ministro, y por lo tanto no puedo atribuir como propiedad exclusiva, a hombres que se encuentran en una condición social única; las cosas que los individuos tienen que encontrar con su búsqueda, con su sagacidad, con su juicio, con la meditación y con mente sincera. Por eso el despliegue de su voracidad fiscalista me parece una cobardía impúdica, frente a la actitud que usted ha asumido con los contratos de administración de los peajes firmados por el Ministro anterior.

El Ministro anterior firmó una concesión de arrendamiento de los peajes de La penda, autopista 6 de noviembre, autopista Duarte, y otras “cuya construcción se haría después”, a una compañía denominada DOVICON. Rubricó, además, la responsabilidad del Estado de asumir los déficits en la carretera de Samaná, si no pasaba la cantidad de carros estipulados en el contrato, a través de un “peaje sombra” que es el más insólito de todos los engaños a un país. Pero usted le pagó a DOVICON 135 millones de dólares del pueblo dominicano, y a esa misma compañía se le otorgaron 240 millones de pesos por “la destrucción del peaje de La Penda”. Esa no era su responsabilidad como Ministro. Su deber era ordenar una investigación de los términos de ese contrato abusivo e irracional, ya que el abandono de su responsabilidad como Ministro perjudicó enormemente al país, mil veces desfalcado por sus políticos. 2,100 millones de pesos tuvimos que entregarle a esos jorocones de DOVICON sin que aportaran un chícharo. Para un conglomerado social tan pobre ese hecho equivale a tomarle la sopa a un tuberculoso.

Usted deshizo el contrato y pagó. No dijo nada. Administró el silencio como si no fuera dinero del pueblo el que estaba bajo su responsabilidad. Como si el mejor partido que podemos tomar sea el de la resignación, ante la recurrencia infinita del despojo de la riqueza pública. Luego viene, muy valiente, a pregonar la obligatoriedad de aumentarle un 233% al peaje, sabiendo que sin remedio esos costos se transferirán al pueblo que el Ministro no supo defender. ¿Con qué moral puede usted pedirle al país que soporte más impuestos, si desde que gobierna Danilo Medina cada día somos más pobres, y hemos soportado siete reformas fiscales durante todos los periodos del PLD en el poder ; mientras usted abdica de su responsabilidad de defender el patrimonio de la nación? Sé de todas sus riquezas materiales, de sus grandes aportes económicos al proyecto político de Danilo Medina, y sé de sobra lo que puedo esperar. Pero hay una lección de la historia que nos enseña que cuando el pueblo es puesto de lado, el Estado llega a la más desnuda violencia. Y violencia no es únicamente que te den un palo, que te persigan; violencia es, también, poner a pagar al pueblo el saqueo del erario, las “indelicadezas” de la clase política, quienes se tapan uno a otro bajo el juego sucio de la ficción democrática.

Violencia es ser imponente contra un pueblo que soporta y soporta cargas contributivas al Estado exactor, y no recibe a cambio los beneficios sociales correspondientes. Violencia es, por último, lo que hace usted: ser muy “valiente” y rotundo para cargarle al soberano nuevos impuestos, y una gelatina dócil con los contratos leoninos que tejieron sus conmilitones. Nuestro tiempo vive en lo impensable, cada día damos vigencia al autoritarismo desalmado que ha saqueado, históricamente, a la nación. Los “actores” de esos contratos tienen aviones, helicópteros, fortunas descomunales en bancos extranjeros. Viven anegados en las cosas. Son, verdaderamente, ricos y afortunados. El país, en cambio, queda a la espera de una decisión draconiana que lo obliga a pagar todo el estropicio de la corrupción. El crepúsculo de nuestro destino es la necesidad de construir una sociedad empinada sobre un régimen de consecuencias, y no perdonar a sus verdugos arrojando sobre el pueblo la carga de los déficits que dejan los que disponen de la riqueza social.

¡Oh, Dios, qué maldito destino esta recurrencia de la historia circular!

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