ALERTA: Recuerdos de un gran dominicano: don Manuel Rueda

ALERTA: Recuerdos de un gran dominicano: don Manuel Rueda

Juan Freddy Armando

APORTES DE LA FUNDACIÓN CORRIPIO

La Fundación Corripio (FC) ha realizado una admirable labor en bien de las letras dominicanas: crear el Premio Nacional de Literatura; Biblioteca de Clásicos Dominicanos, excelente programa de conferencias. Muestran una responsabilidad social corporativa dignas de imitar por otras empresas.
Entre esas valiosas acciones está mantener vivo el recuerdo de uno de nuestros más grandes creadores: Manuel Rueda, poeta, cuentista, novelista, crítico, pianista, compositor. Conserva intacta su biblioteca y piano, como telón de fondo del Salón de Actosde la FC. Y publicó el libro titulado: Manuel Rueda. Testimonios. Para ello, pidió testimonios de amistad a sus amigos. Agradezco estar entre ellos. Copio mis palabras incluidas en el libro.

AMISTAD CON MANOLO RUEDA

“Es un honor para mí expresar por escrito mis recuerdos de don Manuel Rueda. Poeta, cuentista, músico, crítico y gran conversador, quien me concedió el honor de su amistad, permitiéndome la confianza de llamarle simplemente Manolo.
Me lo presentó Juan Bosch en su casa de la César Nicolás Penson, en 1974 o 75, en mis tiempos de redactor de Vanguardia del Pueblo, periódico del PLD, del que luego fui director. Mi visita coincidió con la de don Manuel, y Juan Bosch le dijo: “Manolo: Conoce al compañero Juan Freddy Armando, a quien le gusta escribir versos”. Un apretón de manos, y luego quedaron ambos en la oficina del Presidente del Partido, a quien dejé con su secretaria Mildred Guzmán el material del periódico que le llevé para su revisión y aprobación.
De inmediato busqué los poemas e informaciones sobre don Manolo en librerías y periódicos; conseguí teléfono y dirección. Lo llamé y le dije: “Soy el joven que le presentó Juan Bosch una mañana en su casa, y agradecería que conociera mis poemas y cuentos. Quiero oír sus consejos”. Me dijo que fuera a verlo un sábado a su casa de la calle Pasteur. Llegué con mis textos al ristre. Nos sentamos en la sala, me brindó un café, y empezó nuestra conversación. Se sorprendió al hablarle con entusiasmo sobre mis lecturas de los clásicos, ya que de muy muchacho yo iba con frecuencia a la Biblioteca Cultural de Hato Mayor, en la que pude conocer versiones resumidas del Mahabharata, el Ramayana; también conocí a Platón, Aristóteles, Homero, el teatro griego, Dante, Petrarca, además de El Decamerón, El Discurso del Método, El Quijote, Arcipestre de Hita, La vida es sueño,Los Clásicos de Caribe Grollier, y otros tesoros de la poesía y la narrativa universal. Ya en la Capital, leí a los clásicos ingleses, norteamericanos y franceses en la Biblioteca Lincoln.
Le entregué un manojo de poemas, y me hizo una petición que siempre se repitió en mis visitas a su casa: “Juan Freddy: Los leeré, pero antes de irte quiero oír algunos en tu voz”. Era una dicha para mí, porque entonces él iba deteniéndome a cada momento para explicarme por qué tal verso debía eliminarse o modificar aquel otro, quitarle tal palabra, o decirme que está muy bien. Aprendí mucho con esos diálogos. Una de las lecciones inolvidables fue explicarme que el poeta, como el cuentista, debe crear una atmósfera al poema, y las palabras deben responder a ella. “Unas veces lo correcto es decir vergel, y en otras jardín o flores”, me señalaba.
Luego, nos reuníamos en el estudio, donde siempre estaba su piano de media cola. Ahora, siempre que voy a la Fundación Corripio, me acuerdo de esas conversaciones, porque don Manolo siempre se sentaba en el banquito como si fuese a tocar una melodía, y su imagen se reflejaba sobre el brillo negro de la cola del piano, mientras gesticulaba o expresaba con un ligero toque en ella para asentir sobre un poema o señalar algo sobre el cuento mío leído a viva voz. O me contaba una nota de humor sobre el mundo literario y soltaba su sincera y amplia risa.

VISITAS MEMORABLES

No olvido esas visitas. Pero hay dos especialmente memorables. Le hablé por teléfono, como siempre, -porque me había dicho que nunca fuera sin llamar previamente- para decirle: “Don Manolo: ¿Puedo ir esta tarde a visitarlo?”, y respondió: “Sí, sí, no hay problemas”.
En la primera, al abrirme la puerta, lo saludé de repente con estas palabras: “Los viejos lo dijeron: Era necesario asomarse al fondo de la bahía para ver a la dama. En la época de los deshielos, cuando las corrientes del sur chocaban contra el esbelto maderamen en las dársenas, ella avanzaba, giganta, verde y ciega, y con la antorcha aún en la diestra…”. Su emoción no me dejó continuar. Palideció, se quitó los lentes, se enrojeció el rostro y temblaron las manos, mientras me miraba y escuchaba, con los ojos iluminados por ese brillo líquido de las lágrimas de emoción que se asoman: “Pero, Juan Freddy, ¿y tú te aprendiste eso?”. Me abrazó dándome las gracias porque le pareció que ese, su poema Por los mares de la dama, dedicado a la ciudad de New York, era más impactante y rítmico al oírlo recitado por mí.
Pasó el tiempo, y seguí yendo a su casa. Y él había olvidado la escena, cuando lo saludé otro día de forma similar, esa vez con: “En nombre de Nuestro Señor y de la Santa Virgen Madre comienzo. Yo, Cristóforo Colombo, de pie sobre la nao capitana, he visto aquestas cosas que voy a decir luego. Marino curtido en la sal de siete mares, allí donde la Osa Mayor signa las aguas llenas de arboladuras sumergidas y cascos muertos, yo que he estudiado los nombres y el curso de las corrientes secando mis ojos en lámparas de sabiduría y pergaminos antiguos he temblado. Con fuerte virazón basta el poner del sol ¿Quién anda con nosotros en esta soledad de aguas revueltas que dan remate al mundo? ¿Quién sino la cruz que aletea sobre el palo mayor, victoriosa, mas plegándose a la interrogación de los espacios que parecen resistir a la embestida? Como en todo principio aquí está el mar,…”. Es la descripción que él hace en su poema A la luz de las crónicas, del impacto que recibió Colón al ver por primera vez las exuberantes tierras de América.
Don Manolo se impresionó con mi poema Persistencia del ser, y lo publicó en Isla Abierta. Un día lo llamé para decirle que quería mostrarle unas correcciones que le había hecho al poema, pero me paralizó diciéndome: “No vayas ahora a dañar ese poema. Déjalo igual; no le hagas nada, que así está bien”.
En ocasiones, con permiso previo, fui en compañía de varios amigos poetas: Pedro Pablo Fernández, Rafael Hilario Medina, Víctor Bidó, Leopoldo Minaya, José Alejandro Peña, y otros que no recuerdo.
En su casa conocí a esa gran compositora dominicana, Aura Marina del Rosario, autora de la canción Patria adorada, con quien comparto el recuerdo de don Manolo cada vez que nos encontramos en el Teatro Nacional u otro lugar.
Con frecuencia, vuelvo a sus letras, que me encantan: los ensayos críticos; sus libros de poemas, como el exquisito libro Las edades del viento, o el maravilloso Materia del amor, donde están su Canción del rayano y el Canto de la frontera; los sonetos de Las noches. Pero especialmente me llamó la atención su invento verbal: el pluralismo, y específicamente su poema Con el tambor de las islas,pieza maestra de ese estilo, cuyo aporte aún no ha sido suficientemente valorado.
Disfruto sus novelas, en particular su excelentísima Laura en sábado, así como Bienvenida y la noche. También sus cuentos: La bella nerudiana y Papeles de Sara, entre otros.Solo una vez lo vi tocar piano, pero fue espectacular oíry ver las teclas vibrar cuando sus dedos le ponían su impronta, su sello personal y apasionado a los conciertos del genialBeetoven, en aquella presentación inolvidable.
Agradezco al gran escritor y querido amigo José Alcántara Almánzar permitirme hacer llegar a todos esta parte de los recuerdos imperecederos de ese admirado y querido artista en el mejor sentido de la palabra que fue don Manuel Rueda, de quien tanto aprendí al regalarme el tesoro invaluable de su amistad”.

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