Algunos conceptos acerca de la
narrativa de Iván García Guerra

<SPAN>Algunos conceptos acerca de la<BR>narrativa de Iván García Guerra</SPAN>

POR LEÓN DAVID
Hoy, cuando en nuestro país arrecia la más ingrata y nimia literatura y autores imperdonables fatigan en vano los recursos de la retórica, empecinados en ignorar que lo menos que se le puede exigir a quien ha sucumbido a la tentación de dar a la estampa sus ensoñaciones es que tenga la cortesía de ahorrarnos el hastío; cuando parece habernos abandonado definitivamente la sana tradición de la claridad, y hasta las más renombradas péndolas perpetran escritos plagados de trivialidades escandalosas y desconsoladoras languideces; cuando la moda del facilismo y el hábito de la improvisación prodigan textos cuya onerosa penuria imaginativa ninguna mente despejada dejará de advertir, no obstante quienes nos asestan escritos de tan deplorable catadura pretendan ocultar sus carencias acudiendo al desconsiderado expediente del sensacionalismo y la excentricidad; hoy, insisto, es poco cuanto cuidado se ponga al momento de escoger, entre el caudal abrumador de publicaciones nuevas que las casas editoriales colocan mes tras mes en las estanterías del librero, aquella excepcional y señalada que, en orden a sus galas de estilo, jugoso pensamiento y humano espesor, merece ser prestigiada con la lectura atenta y el lúcido y reverente recogimiento introspectivo.

A este último y privilegiado linaje de escritos que el aficionado a las letras vernáculas no debe bajo ningún concepto preterir pertenecen, si de apariencias delusivas no me pago, los relatos de apasionada alacridad que Iván García Guerra, haciendo alarde de una prosa decantada de desorden e impureza, de asertiva brusquedad a veces pero nunca huérfana de vis poética, insubordinado aliento y clarividencia casi intolerable, reuniera en su Antología narrativa 1958-1998, la cual, a poco se aventure en sus páginas el lector que, desechando las literarias baratijas en boga, busca en la obra de ficción algo más que entretenimiento huero, le obsequiará –tengo copia de razones para pensarlo así- el invaluable tesoro de una vivencia memorable que, transfigurada por la imaginación en verbo de estética y eficaz andadura, hinca raíces en esa perdurable verdad que mana de los hontanares nunca sujetos a vaivenes ni a mudanzas de nuestra humana condición.

Henos aquí ante un manojo de fabulaciones de variopinto jaez, temática y enfoque que, pese a su diversidad y a haber sido concebidas durante un extenso período de décadas –que importa toda una vida consagrada al arduo oficio de borrajear cuartillas- poseen, si al cabo estoy de lo que pasa en los fragosos dominios de la poiesis, prodigiosa unidad que ha de ser atribuida, en cuanto puede conjeturarse, al acusado temple anímico del autor y a un núcleo de experiencias de vida que durante la temprana juventud conformaron su carácter, dando origen a fobias y anhelos, ideales y desesperanzas, júbilos y frustraciones que afloran por modo reiterado en los relatos de la mentada colección, aun cuando varíen considerablemente de una historia a otra anécdotas, escenarios, personajes y conflictos…

Sobre el empleo de un lenguaje enérgico, ardoroso, pujante, que entre sus populosas prendas tiene la virtud nada común de hacer pasar por expresión directa y espontánea lo que es fruto de cálculo artístico y literaria elaboración, sobre parejas cualidades, reitero, revela el autor de las narraciones que estamos a punto largo comentando, incuestionable conocimiento de las claves y secretos  del género del cuento. En efecto, si en algo sobresale Iván García G. –acaso por instinto antes que merced a laboriosa gimnasia intelectual- es en la disciplina del contar. Posee su cálamo el don de la brevedad, el talento de enhebrar una historia que desde las frases iniciales captura la atención para ya no dejarla en libertad sino al término del relato; sabe concentrar la acción, generar la atmósfera, excitar la curiosidad y el interés valiéndose de un reducido número de personajes cuya fisonomía ha sido perfilada con concisa maestría; sabe aprovechar al máximo las posibilidades que en punto a literaria estimulación ofrece una intriga de simple nervadura, cuya ficticia urdimbre e imaginativo desplante casi nunca ponen en entredicho los apremios, sobreestimados quizás en los días que corren, de la verosimilitud.

La aludida capacidad de compendiar en el argumento narrado con sencillez una experiencia que no por surgir del acaecer cotidiano deja de mostrarse relevante, única, insólita, es –lo tengo por cosa averiguada- el sello inconfundible del cuentista de fuste, de ese cuyas fabulaciones no correrán el riesgo de ser juzgadas prescindibles; y nuestro autor, Iván García, ha de ser incluido sin que nos turbe la duda ni por un instante en el selecto número de los creadores de relatos que las generaciones futuras no se resignarán a entregar a las siempre voraces fauces del olvido.

Sin perjuicio de volver sobre lo dicho, -lo que es en mí entestada costumbre-, y en obsequio de la concisión que reclama una comedida glosa introductoria como la que motiva este admirativo ejercicio de esclarecimiento, ensayaré registrar en los renglones que siguen  algunas de las notas distintivas de la cuentística de García Guerra, rasgos que he creído vislumbrar mientras, cautivado, leía las páginas que el autor ha cometido el desliz de encomendar a mi impericia de atolondrado prologuista. En este tenor, impuesto ya a la tarea de los referidos señalamientos, dificulto que nadie me recrimine por recalcar que uno de los más fascinantes atributos del arte narrativo de Iván García G. es la vivacidad de su escritura, ese decir claro y preciso que esquiva por igual el amaneramiento retórico de culterana estofa como la sequedad pedestre de un discurso infectado de objetividad. Lenguaje el suyo que sin condescender a los desfachatados modales del sermo plebeius, logra en buena hora asordinar el diapasón demasiado alto de la lengua española. Sin resbalar jamás por la pendiente del culto latino de la forma, el autor de las fabulaciones a cuya reseña me he comprometido opta por los prestigios de la urbanidad, labrando una prosa que rehuye la vaga y fogosa hipérbole, los brumosos superlativos, el descontrolado arrebato metafórico, prosa en fin que, curando de no incurrir en exornos gratuitos, tiene el acierto de eludir por sistema la trampa de la naturalidad mal entendida, generalizada aberración esta última que es menester atribuir al vicio de la incuria y la dejadez, a cuya proliferación cabe imputar, tengámoslo por seguro, tanta invención chata, tanto enfoque avillanado, tantas páginas asiduamente desaliñadas.

Otra nota privativa de la cuentística que estamos examinando es el predominio del ideal. El autor de la antología sobre la que versan estas ponderaciones es un ser humano de alquitarada sensibilidad, una de esas privilegiadas almas en las que ha acuñado su indeleble impronta el ansia de perfección espiritual, el anhelo de una conducta cívica y moral –tanto privada como pública- rubricada por la rectitud y la entrega a causas de trascendente índole. Pareja aspiración de generoso sesgo humanista choca invariablemente, como el ayer demuestra, como mañana de fijo ocurrirá, con la bajeza, mediocridad y asfixiante estrechez de una realidad social para la que los elevados valores éticos no pasan de ser palabras altisonantes y vacías, por completo divorciadas de los mezquinos intereses a los que el hombre del común suele subordinar su conducta.

La aparentemente insalvable distancia entre lo que es y lo que debería ser, entre el mundo harto defectuoso que nos ha tocado padecer y el que nuestra añoranza ilumina con la luz cenital de la ilusión, es la que, en el grueso de las historias que Iván García nos obsequia en la crestomatía de marras, da origen al conflicto, antagonismo inevitable que de ordinario se salda –como casi siempre sucede en la vida real- con el triunfo de la torpeza y el aplastamiento de las aspiraciones ideales.

De ahí otra de las peculiaridades de la narrativa que nos ocupa: su carácter sombrío, su patético talante. El sino trágico, en el sentido prístino en que fuera concebido y plasmado por los tres magnos dramaturgos de la Grecia clásica, Esquilo, Sófocles y Eurípides, se manifiesta en buena parte de los cuentos de esta compilación bajo la forma de una espesa atmósfera de fatalidad que, más allá de la deprimente constatación de que los sucesos narrados culminen en desastre y descalabro, tiene que ver con el sentimiento casi insoportable de que la catástrofe es producto de una ominosa irracionalidad, de un opaco designio que arraiga en los más recónditos estratos de la humana condición. Semejante ceguera atávica arroja a los hombres en los fúnebres abismos de la desgracia cual desvalidas marionetas movidas por hilos que responden no al propio albedrío sino a la fatídica voluntad de un implacable titiritero misterioso… Aceptar tan lamentable destino sin dejar de combatir por aquello que se anhela y valora es lo que, no obstante el previsible fracaso de la virtud, el amor, la verdad y el coraje, acaba por engendrar esa dignificante sensación de grandeza moral, esa suerte de glorificación en la desdicha que los antiguos helenos asociaban con el ejercicio de la areté, término que designaba esencialmente la fuerza que permite al miserable insecto humano resistir con resignación, pero también con nobleza indoblegable, los embates del infortunio.

Para dar remate a este incompleto recuento de los rasgos que confieren singular fisonomía al numen narrativo de Iván García Guerra, imposible no poner de resalto, así sea a humo de pajas, que sus fabulaciones son fruto de una obsesiva preocupación por el tema social. La épica de la lucha contra la tiranía de Trujillo primero, y luego la heroica resistencia popular frente a la invasión Norteamericana de 1965, fueron dos decisivos acontecimientos históricos que el autor vivió en carne propia, los cuales estamparon en su espíritu una imborrable marca. La nostalgia del heroísmo de dicha gesta (que impone al que la protagonizó el deber de la utopía y el fervor del ideal patriótico), el derrumbe del sueño libertario, la amarga comprobación de la sordidez y mediocridad de la existencia actual, que de aquellos ya lejanos días de pólvora y de sangre derivara, dan el tono de lúcido desencanto y empecinado desafío al impactante arte narrativo del autor. Porque aun cuando transfigurados por la imaginación creadora con propósito estético y literario enaltecimiento expresivo, las descripciones, la psicología de los personajes, las circunstancias, argumentos y conflictos que presentan las ficciones a cuyo entusiasta encarecimiento me he aventurado, revelan, hasta para la mirada menos acuciosa, un trasfondo de autobiográfica verdad.

Sería ingenuidad de a libra presumir que las escuetas apuntaciones vertidas en los párrafos que anteceden dan cuenta cabal y minuciosa de las prendas que exornan la cuentística de García Guerra. No es así. En punto a materia, deslindes y precisiones, queda mucho más que el rabo por desollar. Empero, labor será esa que prefiero confiar al lector de estos viriles relatos, quien, ajeno al copioso y menudo aparato documental de la pedante crítica y a la geometría helada del concepto, sabrá calibrar con las razones del corazón –que nunca engañan- su desoladora cuanto altiva grandeza.

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