Amar sin sufrir

José Miguel Gómez

Amar no está en crisis, en crisis se encuentran las personas; sobre todos, los que han adoptado la cultura de las relaciones desechables, de lo sustituible, de lo poco duradero, de la posesión, de la dependencia afectiva, y de amar sin libertad y sin pasión. Ha existido un sistema de creencia sobre el amor y el amar que se ha convertido en una conducta amorosa de alto riesgo dado la irracionalidad, el sobre apego, el sentido de pertenencia enfermiza, la existencia y la felicidad asumida a través de la existencia del otro(a). Es decir, es un amor con muletas, tipo carretillas, de control exagerado y con angustia de separatidad no resuelta. La construcción del amar sin libertad y para el sufrimiento se construyó bajo la cultura patrifocal: desde la propiedad y desde quien suple los medios de producción. Pero también, desde el poder, el control, la pertenencia, la simbolización y de la necesidad sentida del recibir y del cuido o protección personal; pero nunca del equilibrio y la equidad. Ese amar tipo Cupido transferido a la pareja, de que: “el amor todo lo soporta, todo lo entrega, todo aguanta, todo lo sufre, todo lo perdona, todo lo suple, todo lo calla”, etc. Ese es un amor que estimula y posesiona un objetivo y fundamento de un amor de dependencia, tóxico, enfermizo, adictivo, de sumisión, de control y patologizado. Amar implica cuidar, proteger, no dañar, no hacer de la pareja un riesgo, una vulnerabilidad, un proceso de inseguridad y desafío que no se sabe cómo, cuándo, dónde terminar.

En el amor y el amar, existen diferencias, contradicciones, enojos, fricciones, desavenencias y separaciones. Pero el que ama a través de las actitudes emocionales positivas, no daña, ni hace de esas diferencias una lucha, una confrontación, un rival, una derrota, un feminicidio, un acoso, o una asimetría en la relación. La conducta y comportamiento que daña en el amar, está construido de un sistema de creencias limitante y distorsionado, de un amor posesivo y de control, de propiedad, de miedo, de inseguridad, enfermizo y patologizado, que se apoya en una personalidad desarrollada con historia de traumas no resueltos, de ambivalencia emocional, de pobre vínculos o de ausencia o carencia del amor con las figuras primarias: Padre, madre y abuelos. Cuando el amor representa peligro, riesgos, sufrimiento y agotamiento emocional, nos encontramos con una persona enferma que se deja expresar a través de esos pensamientos y sentimientos perturbados, del aprendizaje socio-cultural del amar para sufrir. Una persona sana, racional, objetiva, focalizada, asertiva y funcional, no acepta ni cultiva, ni se queda en el amar para sufrir; más bien, cultiva el amar a través de la cultura del trátame bien, de paz, de compasión, de altruismo, de solidaridad y afectividad para con la pareja. Esa vida de maltratos, violencias, agresiones, humillaciones, feminicidio y de acoso moral contra las mujeres, se apoya en esa estructura de amar para sufrir. Desde el noviazgo como antesala del matrimonio, desde la socialización de las relaciones afectivas y emocionales con parejas, hay que poner a funcionar el cerebro, la inteligencia, la parte del juicio crítico, para saber cuándo estoy o me encuentro en una relación de alto riesgo, tóxica, dañina, vulnerable, de sufrimiento y explotación que me proporciona infelicidad, desconfianza, descontrol y agotamiento en la vida existencial.

Hoy sabemos que el sufrimiento es opcional. A cada persona le corresponde de forma responsable y adulta valorar sus riesgos y consecuencias, asumir el timón de su vida, tener la fortaleza emocional para gestionar un proyecto de vida y de pareja que no represente sufrimiento. Pero también, que no drene la vida, las emociones, la espiritualidad, las finanzas, el proyecto de vida, la calidad y calidez de vida. La vida es corta. En la posmodernidad se visibiliza la vida como simple, superficial, sin contenido, desvalorizada y circunstancial. El valor, la dignidad, el honor, la razón y el contenido de su vida, lo pone y lo asume cada quien de forma individual y responsable. Elegir amar para no sufrir, sino para vivir, para cuidar, para dar y recibir lo mejor de la existencia humana.