Bienal tras Bienal, sucede el mismo fenómeno. Una inconformidad se manifiesta a nivel de los artistas que participaron sin ser galardonados y además de varios que no participaron, también de una parte de los críticos de arte y de seguidores externos como una forma de tener opinión… No obstante fueron reacciones moderadas en comparación de la agresividad opositora de bienales anteriores, donde todo se censuraba y se llegaba a acusar a Jurado y Dirección del Museo. ¡Finalmente, se concluye que, por lo visto, el arte dominicano está en crisis! Coincidencialmente, esa imputación se expresa siempre en tiempos de concursos y bienales: sin embargo, aunque con tropiezos, el arte dominicano sigue adelante, felizmente”.
Fue una serie de reflexiones que expresamos hace más de una década, puntualizando que el cuestionamiento y la comparación –local o foránea–, casi sistemáticamente desventajosos, son una especie de ritual que acompañan a cada bienal.
Esta reacción sucede especialmente en el certamen organizado y auspiciado por el Estado, al ser el más representativo y concurrido, abierto y esperanzador, atrayendo a centenares de participantes con una selección incomparable a aquella de otras competiciones artísticas.
La XXVII Bienal Nacional de Artes Visuales se lució, indudablemente espectacular, sorprendente y divertida, pero dejó un sabor amargo en muchos artistas, con una sensación de elitismo y marginalidad de determinadas expresiones, que, lo queramos o no, corresponden a la identidad del arte dominicano. Y esto reviste una gran importancia: un acontecimiento público no debe “boicotear” su propia historia, sino contribuir a su desarrollo, a su orientación y a mayores oportunidades que permitan a los creadores vivir de su entrega.
La pintura, que constituye el patrimonio artístico nacional sobresaliente, se menospreció en forma radical, a pesar de una concurrencia masiva.
El dibujo, otro orgullo jamás desmentido, se relegó; tanto la escultura como el grabado asistieron a su entierro, y la fotografía solamente sobrevivió.
De todo resultado emana un mensaje: la instalación, el video, el “performance” se consideraron el presente y el porvenir del arte dominicano. Otra conclusión emergía de esa implícita condena de la tradición: que es necesario que los artistas reorienten su talento y su inspiración, o, si lo preferimos, que una cosa es la bienal, y otra la realidad del arte dominicano… Ello no puede ocurrir, en nombre de la contemporaneidad y el auge de novísimos talentos a confirmar.
Hablaríamos también de lo bello, un valor estético muy nuestro y caribeño, a preservar con toda su complejidad, y cuyo derrocamiento se perfilaba según los dictámenes ejecutores. Todavía duele la mención de (des)honor que se otorgó a un maestro y a su cuadro –por cierto indigno de su genio– …esto tuvo una terrible significación.
Consulta y enmiendas. Respondiendo a la demanda de una inmensa mayoría, se hizo una consulta muy amplia en el Museo de Arte Moderno, con un debate abierto bien organizado y un desenlace prácticamente unánime… que se ha escuchado, ¡casi un milagro! De la experiencia pasada y de estas recomendaciones –fundamentales y fundamentadas–, surgió el reglamento de la XXVIII Bienal, fruto de la labor, ahora muy seria, concienzuda y permanente, de su Comité Organizador.
Las sesiones de trabajo se desarrollaron como en un laboratorio, examinando y sopesando cada artículo, fase y palabra, fondo y forma, ¡hasta revisando y modificando –si se precisaba– las modificaciones anteriormente aprobadas en la pasada sesión. Finalmente, hay pocas diferencias con las pautas precedentes, y esa continuación, que rige en el tiempo la mayoría de los concursos, amerita elogios.
La diferencia esencial concierne a la premiación, estipulada por categoría –hay ocho–, y no por obra, con el fin de evitar bochornos, injusticias e incoherencias de la pasada bienal. Y más que todo, para tratar de salvar expresiones tan importantes para cualquier país como la escultura y el grabado, de devolver al dibujo y la pintura su sitial universal –¡no lograron en ninguna parte darle muerte!–, de promover la diversificación creativa. Aparte de que, si hacemos una comparación con otras latitudes, nuestras instalaciones, videos y ‘performances’ –o un buen número de ellos– se ven no solo precarios, sino trasnochados, más que nuestra pintura. ¡La tecnología avanza mucho, y los nuevos ‘media’ no se le escapan!
Luego, si leemos atentamente, el artículo 20, párrafo II, reza: “En caso de que el Jurado de Premiación no otorgue premios en determinada(s) categoría(s) por no hallar méritos suficientes, podrá adjudicar premios especiales”. O sea que, si una categoría no califica, su premio puede otorgarse, con igual monto, a una obra en cualquier categoría. En cuanto al Gran Premio de 500 000 pesos, que se otorgue a un artista confirmado –¡no se ha dicho “consagrado”!– es incuestionable, y por supuesto se atribuye en cualquier categoría. Interesante es observar que todos los artistas dominicanos de ruptura han ganado, salvo excepción, en categorías “establecidas” y como tales.
Tal vez para evitar “la dictadura sin apoyo popular” –decía alguien con un humor dudoso–, se ha vuelto a los dos jurados: el de Selección y el de Premiación: doce ojos ven más que seis. Sobra el tiempo para estas dos etapas, y, si no resulta, la XXIX Bienal podrá reconsiderar esta opción.
¡Que sigamos adelante con la bienal, y que ésta produzca obras, intactas y conservadas, para la colección patrimonial! Un museo conceptual de archivos documentales es para una minoría de especialistas.
ZOOM
Homenaje
Exposición Homenaje a Fernando Peña Defilló: la exposición homenaje de la XXVIII Bienal se dedicará al maestro Fernando Peña Defilló, premio nacional de Artes Plásticas, con una magna retrospectiva en la Galería Nacional de Bellas Artes. El gran artista aúna pintura sublime y cultura inmensa: su obra privilegia, en los temas, la dominicanidad declarada, el oficio absoluto, la renovación constante. Acaba de abrir su museo en la Ciudad Colonial.