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El Museo Fernando Peña Defilló celebra la ampliación de sus espacios, no solamente con una exposición antológica del maestro –la permanente que se esperaba–, sino también con una muestra dedicada exclusivamente a la nueva escultura dominicana.
Pensarán que, en cierto sentido, hay un contraste: una selección de grandes cuadros de un “artista inevitable” (una expresión del propio Fernando Peña Defilló para los maestros siempre invitados en los máximos eventos de arte) y, por vez primera, un conjunto integralmente compuesto por piezas escultóricas contemporáneas.
Sin embargo, no nos debemos sorprender, ya que la pintura de Fernando Peña Defilló siempre correspondió a la definición de la contemporaneidad, una obra que se está haciendo y jamás definitiva –lo comprobamos en su Antológica 01–, y el mismo “Papo” quería en su museo la presentación de artistas de hoy, emergentes aun; así lo demostró al acoger, feliz, una serie de “performances” como actividad destacada.
Solemos afirmar –con razón– que la escultura dominicana está en difícil situación, por la presencia minoritaria de escultores que también se convierten en instaladores. Esta categoría confronta problemas graves: la carencia de una demanda suficiente y, nunca lo repetiremos bastante, la falta de un arte público, digno y de nivel.
Ahora bien, hay una nueva escultura, valiente y que se considera atrevida en relación con la modernidad tradicional, lo cual se ha manifestado universalmente. Esta evolución –fuerte si no radical– significa que los cánones tradicionales de técnicas y materiales, si no desaparecen, coexisten con otro concepto, proceso y finalidad de la tercera dimensión.
Una exposición diferente. El Museo Fernando Peña Defilló presenta, en sus salas de exposiciones –tres ahora, más un espacio al aire libre–, una muestra de esculturas realizada por 15 artistas dominicanos.
Su título explica claramente la propuesta expositiva: “Otra dimensión”.
Por la superficie disponible, pidieron piezas de pequeño formato. Luego, es evidente –y se ha previsto– que habrá una segunda exposición de índole similar. Varios “nuevos escultores”, importantes, confirmados y/o prometedores, no están presentes. Se trata de una primera iniciativa, ejemplar y particularmente viable en esta clase de institución, independiente y recién iniciada.
La exposición se abre, en el área exterior, con una interesante “Palmera” de Amaya Salazar, que rompe con sus conocidas pinturas y aun esculturas.
En la primera sala nos acoge la “Niña con máscara de piel de muñecas”, impactante alusión de Jorge Pineda a los abusos y embarazos precoces.
Dramática también es la “Carne al sol” de Tony Capellán, palos y plástico, mutilaciones recogidas del mar Caribe…
Engel Leonardo propone un inteligente trío (“Pedernales”) de arquitecturas, artesanales y fragmentadas, mientras Limber Vilorio cuelga su atractivo y elaborado “Autorretrato” en una red transparente.
A la entrada de la segunda sala, “Forma y vacío” de Fernando Varela enseña su dominio del acero recortado, confrontada con la “Densidad de lo frágil” de Pascal Meccariello, tan ligera como imponente, y asecha el perro “Guardián” de Inés Tolentino, ingenioso y constelado de resguardos… La muy impresionante columna de bloques, cemento y costura, de Raquel Paiewonsky contrasta con dos suspensiones de hilos, minimalistas y sustanciales, de Patricia Castillo, y con el horizontal apresamiento de mujeres –su angustiada temática– de Belkis Ramírez.
La tercera sala, aparte de la serpentina e impecable talla en madera de Guadalupe Casasnovas, concentra la cerámica: la ritmada “Naturaleza viva” –y ascendente– de Iris Pérez, los nidos-techos de Ezequiel Taveras, o “Voces del silencio” colgando sus misterios, finalmente la sofisticada “Inocencia” de Melissa Roedán, refinada construcción de figurillas.
Todos estos artistas –que esculpen, instalan, pintan, dibujan, graban–, ignoran fronteras para sus manufacturas… El Museo Fernando Peña Defilló nos hace disfrutar una primicia.