Antonio Guadalupe y a la naturaleza interior

Antonio Guadalupe y a la naturaleza interior

A menudo, los maestros de ayer, como parte de su perennidad, han expresado conceptos que comparten maestros de hoy. Nos referimos a Wassily Kandinsky, gran teórico y creador ruso que distinguía impresiones directas de la naturaleza exterior, expresiones inconscientes de la naturaleza interior, finalmente aquellas, largamente trabajadas, vueltas composiciones.

Estas propuestas del mentor de la abstracción las encontramos en la obra presente de un maestro del arte dominicano, y Antonio Guadalupe, en el catálogo, afirma: “En ‘Diálogo de fauna’ he querido narrar y plasmar el mundo que nos rodea y que transita por nuestra mente, de manera que este mundo mental se convierta en una realidad plástica, donde la figuración muestre signos que representan parte de la historia o un testimonio de la visión de la mente y su inconmensurable creatividad”.
Estas palabras –la cita no se podía cortar– nos introducen a una serie de pinturas que son, en otro tiempo y en el Caribe, una simbiosis de la proposición kandinskiana: la naturaleza exterior, la naturaleza interior, las composiciones.
La exposición. Antonio Guadalupe presenta, en el Museo de las Casas Reales, su “Diálogo de fauna”. Si la memoria no nos traiciona, él había presentado hace algunos años, en el mismo lugar, una exposición individual con el mismo título, lo que refleja la continuidad del trabajo artístico, de sus conceptos, de sus investigaciones.
Este salón museal, único, conviene a una muestra verdaderamente secuencial y generosa, cuya extensión tuvo que abarcar un espacio posterior.
Hay exposiciones que, desde la primera mirada, convencen y conquistan: es el caso de “Diálogo de fauna”. El colorido, el ritmo, la construcción, en esas magnas telas, “atrapan” al contemplador, que primero emprende, en marcha lenta y silente, el itinerario expositivo, hasta el final. Y esto, sin pausa, sin análisis, sencillamente por el impacto óptico que las pinturas producen.
Luego, es de las exposiciones que ameritarían un diálogo (de la gente, entonces…), con un conversatorio, escuchar así lo que suscita en diferentes “lectores” este dinamismo incontenible: movimiento envolvente, vaivén de criaturas elementales, embrollo de neo-organismos.
Sucede aun que, si -en pocas telas- aparece una sugerencia de forma humana o la inmersión de grafismos furiosos, la magia visual baja su poder… Esos “renacuajos”, de multiplicación irresistible y totalizante evocan, real-simbólicamente, el proceso de la vida, que se aprieten en remolinos o se moderen su cadencia y su frecuencia, en un medio turbio de líquido y residuos…
Aquí no se trata de fondo en torno a las figuras, sino de fondos… subacuáticos, microscópicos e intersticiales, todos igualmente provistos de vitalidad. Resulta muy interesante, en Antonio Guadalupe, esa facultad de obviar la reiteración, gracias a un juego de virtuoso pictórico: él improvisa –según lo siente, liberando su sentimiento estético– una ilimitada disposición espacial, recreando equilibrios, desafiando las direcciones- horizontal o vertical, oblicua o elíptica. Solo un experimentador, con mucha experiencia (¡!), consigue tanta habilidad de tratamiento, en imágenes vibrantes y fulgurantes.
Por supuesto, interviene el impacto del color, una virtud constante, pero algunos cuadros alcanzan el clímax cromático, ¡cómo Guadalupe maneja el amarillo y el rojo por ejemplo, golpea… positivamente la emoción y la fruición!
También él se ha convertido en un experto de los grises; ya no es una tonalidad, una mezcla, sino una gama susceptible de infinitas variaciones, muy sutiles, que piden que el espectador se acerque, observe y prolongue la atención. En esta clase de maestría, la línea y el color se compenetran, el dibujo y la pintura, no se disocian.
Volviendo al planteamiento inicial y a Kandinsky, “el arte no reproduce lo que es visible.” Este “Diálogo de fauna” toma, pues, su distancia de la naturaleza exterior, y, para la lectura nuestra, las composiciones de Antonio Guadalupe plasman la naturaleza interior, mental, imaginaria, onírica aun… dentro de lo que él califica como “extra-espacio”, ¡más motivo de reflexión!
Conclusión. Ciertamente, cada exposición individual de Antonio Guadalupe nos agrada, y esta seduce particularmente. Ahora bien, este mocano, nacional e internacional –que debería serlo más si existiera en nuestro país un interés público al respecto– tiene una carrera larga y abundante recorriendo temas, expresiones, tendencias, “ismos” al fin. Al mismo tiempo, él ha ido conservando sus preocupaciones espirituales, ecológicas, sociales.
Llegó el momento de una exposición retrospectiva y/o antológica, que concrete la memoria de tantas inquietudes, realizaciones y proyecciones, que enseñe a las nuevas generaciones… Ojalá se dispongan los medios para un proyecto imprescindible cuando un maestro ha honrado la historia de la cultura con más de medio siglo de aportes al arte dominicano.

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