Antonio Imbert, un héroe humano

Antonio Imbert, un héroe humano

Antonio Imbert Barreras no fue un hombre perfecto. Estuvo muy lejos de serlo. Su agitada vida político-militar lo envolvió en múltiples circunstancias, varias de ellas contradictorias. Sin embargo, este hombre demasiado humano y demasiado en contacto con sus tiempos, contribuyó de manera decisiva con el acontecimiento más importante registrado en todo el siglo pasado dominicano. El ajusticiamiento del tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina fue un hecho singular, de extrema trascendencia y de una valentía que todavía, cincuenta y ocho años después, nos estremece por el arrojo que implicó.
Imbert Barreras tenía 41 años de edad cuando se sumó al complot que se gestaba para ajusticiar al Jefe. Desde el primer momento su posición fue clara: de Trujillo solo podía salirse dándole muerte. La noche de la emboscada, el 30 de mayo de 1961, Imbert guiaba uno de los carros participantes y a la hora de la verdad abandonó su vehículo y se lanzó a disparar al dictador. Con esa muerte empezaba el fin de 31 anos de oprobio y de sinrazón, concluía una de las dictaduras más crueles de las conocidas en el continente americano. Y, como dijo alguien, se abrieron las puertas de la libertad, de la tolerancia y del camino hacia la democracia.
Para valorar este magnicidio y la participación de Imbert Barreras y sus compañeros de complot es necesario saber qué fue la dictadura de Trujillo. Pedro Santana, Buenaventura Báez y Ulises Hereaux, alias Lilís, fueron grandes dictadores dominicanos, y entre uno y otro se sucedieron crueles y rapaces pequeños dictadores, pero ninguno de estos y de aquellos se acercó en maldad, en dominación y en latrocinio a Rafael Leónidas Trujillo Molina. Este estableció un sistema de dominio sobre todo el país, sobre todas las personas y sobre todos los aparatos de poder. El terror fue, desde el inicio de su régimen, un arma de uso permanente. Terror físico, terror psicológico, terror policial y militar, terror económico y terror espiritual. El fue siempre un dios tonante que podía derretir, y los derretía, a sus adversarios. Ese terror lo llevaba más allá de las fronteras del país. Trujillo perseguía allende los mares a quienes criticaban su régimen, contrataba sicarios para eliminarlos o los enviaba desde aquí con instrucciones de aniquilamiento. Ni siquiera se salvaban los jefes de Estado que los contrariaban. Y, por supuesto, el dictador acumuló riquezas todo el tiempo. El país le pertenecía y los medios de producción eran suyos, salvo casos contados. Algunos estudiosos del tema han dicho que el personifico el capitalismo dominicano y le atribuyen, generosamente, haber sentado las bases para el futuro progreso de la república.
Las secuelas de esta dictadura de 31 anos permanecen todavía en el ser dominicano, en su psicología y en su manera de hacer política y de ejercer el poder. Lo que llamamos cultura política dominicana es, nos guste o no, una cultura trujillista. Nos rebelamos contra la novela La Fiesta del Chivo, del gran novelista Mario Vargas Llosa, porque nos retrata, porque nos sirve de espejo para que nos veamos con nuestra espiritualidad lastrada por el trujillismo, con nuestra esclavitud moral y con esa manera cuasi inveterada de gobernar adueñándonos de los bienes públicos como si fueran nuestros. Así de trascendente fue la Era de Trujillo.
Para la sociedad dominicana, levantarse era necesario, urgente. Desde 1934 se llevaron a cabo intentos desde aquí y desde el exterior, con el propósito de terminar con Trujillo y su régimen. Pero ninguno logro su objetivo. Jóvenes se perdieron en las montanas bajo el poder de las armas del ejército trujillista, otros perecieron victimas de crueles y salvajes torturas y otros “desaparecieron”.
Fue necesario, pues, el complot del 30 de mayo de 1961, y entre los hombres que lo planearon y ejecutaron estaba Antonio Imbert Barreras. Este cumplió sin vacilación el papel que le fue asignado, y esa noche gloriosa cayó el hombre que domesticó y martirizó al pueblo dominicano durante 31 años. Un hecho, reiteramos, particularmente singular y único en la historia dominicana del siglo XX.
Otros hechos esperaban la participación de Imbert Barrera, pero no pudo, como en aquel, asumirlos con el mismo vigor moral. Falló en su participación contra el golpe de Estado a Juan Bosch y falló en la Guerra de Abril de 1965. Sin embargo, en 1978 fue pieza clave, silenciosa, para hacer posible el inicio del proceso democrático que comenzó en esa fecha. Así es la condición humana, una condición que nos es común a todos.
Esas sombras, sin embargo, no nublan la heroicidad del Antonio Imbert Barreras del 30 de mayo de 1961.

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