Antropología forense dominicana

Antropología forense dominicana

El siempre recordado amigo, sociólogo ido a destiempo Teófilo Barreiro, solía decirme a modo de chanza: “No me agrada tu mirada; te percibo midiéndome la estatura para seleccionar el tamaño de ataúd que mi cadáver requerirá”. Esa expresión se tornó en el saludo acostumbrado en dondequiera que nos encontráramos. Su observación, a pesar de lo exagerada, tenía su dejo de verdad.

Los profesionales de la medicina contemplamos el derredor con ojos prejuiciados por los hábitos de trabajo. Recientemente, en uno de mis frecuentes viajes aéreos compartí asientos contiguos con dos jovencitas de habla inglesa.

Una de ellas tenía rasgos puramente caucásicos, en tanto que la otra parecía afroamericana, aunque su cabello y perfil nasal no encajaban con ese modelo. De repente, mi imaginación creó un supuesto escenario de accidente trágico con carbonización parcial de los cuerpos. Me figuraba examinando la osamenta de la segunda, confrontando serios problemas tratando de colocarla en uno de los modelos importados.

Volviendo a la realidad y luego de buen rato escuchando hablar a la pareja, no pude resistir la tentación y me aventuré a preguntarle la procedencia ancestral. Respondió con rostro algo sorprendido que era de origen dominicano, nacida en La Romana. De inmediato vino a mi mente el libro del escritor mexicano Carlos Fuentes, titulado La Gran Novela Latinoamericana. En dicha obra el autor abunda en lo referente a la mezcla de grupos étnicos a partir del siglo XVI.

Allí analiza los nacidos en latitudes tan distintas como Europa, África, El Caribe; Norte, Centro y Suramérica. En las Antillas mayores veríamos acrecentarse la población mulata a partir de ancestros europeos y africanos.

En México abundaría el mestizaje producto del español y aborigen azteca. En Brasil veríamos también el zambo, hijo de esclavo africano y nativo tribal. Regresaba de mi paseo imaginario al terruño en que por vez primera mis ojos vieron la luz y entonces sentí una honda preocupación, la cual es motivo de este escrito.

Sabemos que Juan Pablo Duarte fundó La Trinitaria en 1838, en tanto que la República Dominicana nació en 1844 para reafirmarse 21 años más tarde con el triunfo restaurador. Sin embargo, a la altura de 2014 no podemos certificar con orgullo que los anhelos e ideales del patricio hayan calado en la conciencia dominicana. Faltan valores nacionales y como de acuerdo al argot popular: a falta de pan, casabe, utilizamos paradójicamente cifras extranjeras para llenar los espacios que como país hemos descuidado. ¿Cuáles son los rasgos antropológicos que caracterizan al ochenta y cinco por ciento de los y las dominicanas? ¿Cual es la estatura promedio de los mulatos criollos, erróneamente catalogados en el pasado reciente como mestizos e indios? ¿Acaso hemos tabulado todos y cada uno de nuestros valores esqueléticos promedio? En los hechos realizamos los cálculos en base a modelos de otras latitudes que tienen fenotipos y hábitos diferentes a los quisqueyanos.

Se nos induce y condiciona a utilizar ciertos patrones importados que no obedecen a la realidad social y biológica criolla. Nos mantenemos asumiendo falsas poses, vistiendo ropa ajena con talle distinto al de la idiosincrasia dominicana. Trabajemos con ahínco y constancia a fin de crear valores antropológicos autóctonos reales.

 

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