Aporrear los lisiados

Aporrear los lisiados

En una república de Centroamérica se desató una guerra civil hace pocos años. Los líderes en rebeldía pactaron finalmente la paz; depusieron las armas, formaron un gobierno provisional; los jerarcas de la Iglesia católica exhortaron a la reconciliación de la sociedad. Parecía que los asuntos públicos volverían a un cauce normal. Los organismos internacionales ofrecieron ayuda técnica, asesoría administrativa, e incluso préstamos a largo plazo y con bajos intereses. Durante la contienda detonaron explosivos en las casas de los dirigentes más destacados, en las oficinas gubernamentales y hasta en el recinto del Parlamento. Las luchas dejaron gran cantidad de muertos y heridos.

Las familias afrontadas en las principales ciudades cultivaban el odio como si se tratara de orquídeas. Muchas personas quedaron mutiladas por las bombas, por la gangrena, por falta de atención médica. No sé con exactitud cuándo comenzó un movimiento destinado a establecer pensiones del Estado a favor de las viudas y huérfanos de la guerra civil. Se pensó que esas disposiciones mitigarían los sufrimientos de los sobrevivientes más pobres y desvalidos. Escuché a un delegado de ese país referirse a los hechos terribles de aquella época.

Después supe, por boca de un visitante extranjero, que los excombatientes lisiados, incapacitados para el trabajo ordinario, se agruparon para realizar una marcha y manifestar peticiones de que también se aprobaran pensiones para ex-combatientes en sillas de ruedas, con muletas o aparatos de prótesis en manos y pies. Las viudas y los huérfanos, según sus alegatos, no habían sufrido en sus propios cuerpos los efectos de la guerra. El caso es que un montón de baldados de guerra, con muletas y en sillas de ruedas, desfilaron en una plaza para reclamar pensiones.

Algunos de ellos habían perdido sus viviendas en la guerra. Miles de personas acudieron a la plaza en apoyo de los minusválidos. El gobierno decidió reprimir la manifestación. La policía contra motines acudió al lugar con garrotes y gases lacrimógenos. Arrollaron sin piedad cientos de cojos, tullidos, mancos, parapléjicos. Al llegar los reporteros de la “prensa internacional” encontraron docenas de sillas de ruedas volcadas, muletas partidas regadas en la calle y muchos hombres tirados en el pavimento que no podían levantarse. (Ubres de novelastra; 2008).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas