Aporte. Pensar el saber, pensar el sujeto

Aporte. Pensar el saber, pensar el sujeto

Hay que insistir en lo que suele obviarse: no puede haber una nueva cultura política si no hay también un nuevo sujeto de esa cultura, como tampoco se puede crear una nueva cultura ciudadana si con ella no se crea un nuevo concepto de ciudadanía. Hay que seguir pensando al sujeto. Me refiero a un “sujeto cultural” emergente, objeto de estudio de disciplinas como el psicoanálisis y la sociocrítica. Para ello se deben lograr objetivos primordiales: transformar el espacio social y cultural, crear nuevos espacios alternativos, potenciar al ciudadano, dotarle de los medios y recursos capaces de convertirle en verdadero sujeto de derecho, pragmático, dinámico y proactivo por definición. En otras palabras, empoderarle: darle poder. Lo que hoy se conoce como “empowerment”, empoderamiento.
¿Cuál es la legitimidad de tal empoderamiento? ¿De qué designio procede? ¿Cómo se legitima: por un principio de uso o por derecho? Lo mismo que la idea de sostenibilidad, el empoderamiento se legitima por derecho propio. Es una respuesta legítima y articulada desde abajo a la marginación y la exclusión social.
La era digital nos proporciona herramientas tecnológicas para el empoderamiento. Internet, por ejemplo, es una de ellas. Más allá de la “anarquía” de Internet, del aparente caos cibernético y la inmanejable jungla de informaciones, hay quienes la ven como un medio de realización de la libertad política, como un fortalecimiento de la democracia. Para pensadores como Ulrick Beck, por ejemplo, Internet es un “empowermentdel individuo respecto de los grandes poderes fácticos“, ya que el Estado no puede ejercer total control ni dominio sobre la jungla del ciberespacio y los cibernautas. Pero otros no son tan entusiastas. Para Alain Badiou, Internet no es una herramienta tan libertaria como suponemos y opina que la tecnología de Internet y la conexión universal son la realización material y tecnológica de una falsa ilusión igualitaria. Umberto Eco denuncia que Internet ha empoderado a “legiones de imbéciles”, y Zygmunt Bauman califica de “trampa” a las redes sociales. Lo que en ningún caso se puede obviar es su potencial uso libertario y protestatario para denunciar la opresión, expresar la indignación y la rebeldía de la gente, y desafiar al poder. Una convocatoria por las redes sociales a una marcha de protesta es una herramienta, si no emancipadora, al menos democrática y libertaria.
“Empoderamiento” es un concepto que suele ser pensado casi siempre en términos de derechos y libertades civiles, pero rara vez de saberes. Es preciso, pues, ampliarlo. No puede haber empoderamiento real y efectivo sin un saber emancipador. ¿Vuelta entonces al proyecto emancipador de la modernidad? No se trata solo de un poder-hacer sino también de un saber-hacer. Si este proceso de empoderamiento del ciudadano deja las cosas tal cual están, si no cuestiona a fondo el orden establecido y más bien lo reproduce, fracasa en su propósito fundamental. Si el sujeto empoderado no es capaz de transformar la realidad y, por tanto, de generar historia (de producir acontecimientos históricamente relevantes), se deslegitima y se desfundamenta.
El “empoderamiento” es un concepto plenamente moderno, no posmoderno, propio de una modernidad inconclusa como proyecto, o tal vez de una segunda Ilustración o una segunda modernidad, como la que sugiere Beck. El empoderamiento no es propiamente la emancipación, pero sí es una de las condiciones de posibilidad de la emancipación.
El discurso posmoderno constituye una crítica de esa grande narration que es la modernidad. Pero, ¿cómo sabemos que la crítica del relato moderno no es, a su vez, un nuevo relato? ¿No será más bien un contrarrelato?
Ya no existe un discurso general, sino una pluralidad de discursos, como tampoco existe un lenguaje general, sino multiplicidad de lenguajes. El sujeto está enredado en los múltiples juegos de lenguaje. Se subraya el carácter local, no universal, de todo discurso, narración o relato. Se desmitifica así la pseudouniversalidad del discurso. Porque, en realidad, todo discurso pretende ser universal, no local, y por eso se presenta a sí mismo como universalmente válido para todos. Me pregunto si esta pretensión de validez universal no pertenece a la naturaleza o esencia misma del discurso. Es cierto que la pluralidad de discursos de esta abigarrada posmodernidad viene a refutar tal pretensión y tal naturaleza o esencia. Pero he aquí que el discurso posmoderno es un falso discurso local, pues en su uso efectivo aspira a ser un discurso universal. Parte de una sociedad y una cultura concretas, las analiza y las compara con otras sociedades y culturas, y luego saca inferencias sobre la sociedad y la cultura en general. En esencia, procede por inferencia y luego generaliza. Pero aun si el carácter de su discurso fuera local, ¿cómo podría entonces ser válido en otros ámbitos? Y si lo posmoderno es el correlato discursivo de la sociedad posindustrial, ¿cómo podría aplicar al resto del mundo, a sociedades aún no industrializadas?
Habría que pasar de las grandes narraciones (grandsrécits) a las pequeñas historias (petiteshistoires). De la falsa legitimidad de un discurso universal y único a la realidad de un discurso local y plural. Toda restitución del sujeto deslegitimado y toda tentativa de superación de su crisis de legitimidad pasa necesariamente por el proceso de convertir las grandes narraciones en pequeñas historias.

Hemos sido desubjetivados, vaciados como sujetos, por la marcha avasallante de la posmodernidad tecnológica. Ahora hay que volver de nuevo al sujeto. Hace falta restituir al sujeto (cognitivo y práctico) en el centro de todo debate filosófico. Para ello hace falta restituir también la abandonada función referencial del lenguaje. Restituir, rescatar al sujeto significa empoderar al ciudadano, pues no hay verdadero rescate del sujeto sin empoderamiento del ciudadano. Empoderar al sujeto: poder ciudadano.

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