Aprendamos de las consagradas

Aprendamos de las consagradas

Hace años, le pregunté a un vecino de Los Guandules en Santo Domingo: ¿usted, cree en algo? Su respuesta: — Bueno, Padre, yo no creo en muchas cosas, pero si me habla mal de las monjas, nos matamos aquí mismo.— El vecino recordaba, cuando estuvo grave en un hospital público y cómo se había curado gracias al cuidado de las hermanas.

Todo rinde y brilla en manos de las religiosas: una capilla, una sala de un hospital, una escuela, dispensario, guardería, las actividades parroquiales, y las mil y una tareas ocultas de la Iglesia.

¿Cuál es su secreto? Veamos las lecturas, en esta fiesta de la Presentación, fiesta de la vida consagrada.

En el Evangelio (Lucas 2, 22 – 44) vemos a María y José llevando “a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley”. María y José conocen su especial relación con el Mesías, y no la usan para ahorrarse el someterse a lo que todos deben cumplir. Para muchas religiosas su oficio no es fuente de ventajas, sino de servicio.

El ejemplo de las religiosas es como “un fuego fundidor, una lejía de lavandero” (Malaquías 3, 1-4). ¿Cómo quedan al lado de muchas mujeres consagradas los que ya se empinan de puntillas, desde sus cargos pagados con impuestos ciudadanos, para hacer campaña a más de 2 años de las elecciones?

La dedicación de las religiosas, deja mal parada nuestra mediocridad y nuestro alegre dispendio de recursos.

La Carta a los Hebreos (2, 14 – 18) repite el tema: “de nuestra carne y sangre participó también Jesús”. ¡Cuánta gente joven se enderezó gracias a la cercanía cordial de una religiosa!

Viviríamos en una sociedad diferente si cada uno se consagrara a su tarea con la entrega de las religiosas.

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