Apuntes para un canon de la novelística dominicana

Apuntes para un canon de la novelística dominicana

En los años ochenta aparecen otros narradores dominicanos, muy alentados por la publicación y los premios literarios, con aciertos buenos como Avelino Stanley (“Equis”, 1986), Osiris Madera (“Bolo 15”, 2003) y Juan Carlos Mieses (“El día de todos”, Alfaguara, 2009); ha tenido mucho reconocimiento Pedro Antonio Valdez, quien apareció en el escenario con “Bachata del ángel caído” (1999), publica “Carnaval de Sodoma” (Alfaguara, 2002) y “La salamandra” (Alfaguara, 2013). Valdez ha estado más cercano a la animación literaria y se espera que presente una propuesta estética más allá de la impresión que puede dejar el tratamiento de ciertos temas. En el caso de Stanley su narrativa augural con “Equis”, luego publicó “La catedral de la libido” (1994) y el tema poco creíble y la historia pero tratada de “Al fin del mundo me iré”(2006), entre otras. En estos autores se queda pendiente un proyecto narrativo que pueda trascender hacia un arte que busque la verdad del arte. Osiris Madera, por otra parte, con buenas dotes de narrador, aún le queda como reto una escritura más detenida que permita realizar una valoración definitiva, entre sus obras se encuentran “La novela de Usnea”, 1996, y “Mayra, 2011”. Juan Carlos Mieses, finalmente, ha publicado también “Las palomas de la guerra” (Santuario, 2010).

De las novelas importantes que se han publicado en los últimos años, se encuentra “Génesis si acaso” (2003) de Ángel Garrido, una de las mejores novelas del periodo, y “La brega” (1994) de Frank Núñez, quien también plantea una concomitancia con la novelística española, sobre todo con la obra de Camilo José Cela, esto también lo podemos ver en “La brega” y “Adiós a la bohemia”(1998). Núñez escribe dentro de un realismo social que ausculta en la vida de personajes que nunca llegarán a ser héroes, pero que son los que más relación podemos encontrar con la sociedad dominicana.

Entre las mujeres que han publicado novelas se destaca Aída Cartagena Portalatín, poeta importante de La Poesía Sorprendida; “Escalera para Electra” (1979) fue finalista en el certamen Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral de Barcelona. Luego le siguen Ángela Hernández (“Mudanza de los sentidos”, 2001); Emilia Pereyra (“El grito del tambor”, Alfaguara 2012), Carmen Imbert Brugal (“Distinguida señora”, 1995) y Rita Indiana Hernández (“Papi”, 2005), quien trabaja una literatura de un cierto neorrealismo, con un fuerte sentido del desencanto y la crisis de la sociedad dominicana actual. Esta narrativa influida por la literatura norteamericana y la poesía de la contracultura de los años sesenta busca su propia expresión lingüística, se centra en los temas y las rupturas de los estilos de vida.

Entre los escritores noveles destacan Rey Emmanuel Andújar (“Candela”, Alfaguara, 2007) y Rubén Sánchez Féliz (“Los muertos no sueñan”, 2011); el primero despuntó con “Candela”, que esboza la desazón de la emigración de llegada a un barrio capitalino; Andújar, por su parte, posee un particular manejo del lenguaje y tiene capacidad para crear personajes, atmósferas y situaciones creíbles. Tiene también conocimiento de las técnicas narrativas y plantea rupturas sociales, políticas y sexuales, influido por la literatura norteamericana, el realismo sucio y la literatura gay. Parece ser en este momento el autor más prometedor de la literatura dominicana.

Mientras que Rubén Sánchez Féliz es autor de la diáspora dominicana en Nueva York, escribe en español; sus novelas premiadas “Los muertos no sueñan” y “Beatriz” (Media Isla, 2013) dejan ver a un cuentista que está transitando a la novela con logros importantes en la creación de personajes, atmósfera, corrección lingüística y una cierta poética de la novela; muy influido por la literatura norteamericana, se aleja de las formas de Rita Indiana Hernández y Andújar.

Mención aparte merece la obra “El mal del tiempo” (2007) de René Rodríguez Soriano, poeta y narrador de grandes recursos lingüísticos, donde se sintetiza una prosa de ritmos poéticos. La atmósfera asfixiante de la política social de la posguerra civil se une al vanguardismo existencialista, la intertextualidad musical y la oralidad de una sociedad dominicana de gran movilidad del campo a la ciudad. Obra de interiorización, una de las que mejor simboliza el periodo posbélico (1966-1978), Rodríguez Soriano también es autor de cuentos y de la novela “Queda la música” (2003).

En fin, podemos realizar un canon de las obras más importantes de la novelística dominicana, teniendo en cuenta aspectos como condición de la prosa, la belleza, corrección del uso de la lengua, capacidad de crear escenarios virtuales, verosimilitud, relación con la tradición, rupturas; la relación con los movimientos europeos y americanos; también el éxito editorial, como mayor cantidad de lectores y la consideración de la crítica. Además tomando en cuenta la estructura, ritmo, la arquitectura, uso de técnicas narrativas y relación con el mundo dominicano, así como participación de la mujer, y relación con los movimientos de liberación: política, sexual, racial, y la otredad, la exploración de los temas humanos… Ese canon de la novela dominicana reducido, en primera instancia, a las diez obras más importantes, es el siguiente: 1. “Enriquillo”, Manuel de Jesús Galván; 2. “La Mañosa”, Juan Bosch; 3. “Over”, Ramón Marrero Aristy; 4. “En su niebla”, Ramón Lacay Polanco; 5. “La vida no tiene nombre”, Marcio Veloz Maggiolo; 6. “Bienvenida y la noche”, Manuel Rueda; 7. “La balada de Alfonsina Bairán”, Andrés L. Mateo; 8. “La sangre”, Tulio María Cestero; 9. “Escalera para Electra”, Aída Cartagena Portalatín; 10. “Solo cenizas hallarás”, Pedro Vergés.

Les siguen estas que, a mi juicio, muestran la constancia y el perfil de ciertos novelistas significativos en la narrativa dominicana como Marcio Veloz Maggiolo y Andrés L. Mateo: 1. “El buen ladrón”, Marcio Veloz Maggiolo; 2. “Viento negro Bosque del caimán”, Carlos Esteban Deive; 3. “La otra Penélope”, Andrés L. Mateo; 4. “El masacre se pasa a pie”, Freddy Prestol Castillo; 5. “Los algarrobos también sueñan”, Virgilio Díaz Grullón.

Podríamos completar una veintena si agregáramos otras obras que tienen calidad para figurar entre las que soportan una lectura del especialista y del lector exigente. Vienen de autores ya mencionados o consagrados en el arte de escribir. Estas son 1. “Biografía difusa de sombra Castañeda”, de Marcio Veloz Maggiolo; 2. “El violín de la adúltera”, de Andrés L. Mateo; 3. “La mujer de agua”, de Ramón Lacay Polanco; 4. “El oro y la paz”, de Juan Bosch; 5. “Cuando amaban las tierras comuneras”, de Pedro Mir.

Podríamos terminar con una lista de los autores más prometedores de la novelística dominicana y las obras que los identifican, estos son diez y se encuentran en el periodo de 1981-2013, 1. Manuel García Cartagena (“Bacá”); 2. René Rodríguez Soriano (“El mal del tiempo”); 3. Rey Andújar (“Candela”); 4. Rubén Sánchez Féliz (“Los muertos no sueñan”); 5. Ángela Hernández (“Mudanza de los sentidos”); 6. Rita Indiana Hernández (“Papi”); 7. Pedro Antonio Valdez (“Bachata del ángel caído”); 8. Emilia Pereyra (“El crimen verde”); 9. Frank Núñez (“La brega”); 10. Avelino Stanley (“Equis”).

Los problemas que no han permitido un desarrollo mayor de la narrativa de largo aliento en la República Dominicana desde sus inicios en 1843, a mi manera de ver, son la ausencia de una economía que posibilite el desarrollo editorial; la falta de un sistema educativo que potencie la creación de nuevos lectores.

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