Baní arde de indignación. Dos de sus hijos, “hombres serios y de trabajo”, como coinciden en describir vecinos, amigos y familiares al taxista Rubén Darío Díaz Pimentel y el mecánico Tirson Antonio Báez Mejía, fueron asesinados a mansalva, según versiones de testigos, por una patrulla de la Policía, que ha querido enmascarar el crimen de sus agentes con el desacreditado expediente del “intercambio de disparos” y la acusación infame de que mató a dos delincuentes que se proponían asaltar a un conocido comerciante de la zona. Wilton Guerrero, senador de la provincia Peravia, defendió también, con su característica vehemencia, la integridad moral de las víctimas, “asesinados vilmente por la Policía Nacional”, a la que pidió que rectifique su error. Un “error”, oportuno es recordarlo ahora, que comete con frecuencia, pues nuestros policías parecen entrenados para disparar primero y preguntar después, y hay que suponer que los fatídicos “intercambios de disparos” con los que se disfrazan las ejecuciones de supuestos delincuentes son también parte de ese entrenamiento. ¿Será la Policía capaz de reconocer que sus agentes se equivocaron, que acribillaron (el vehículo en que se desplazaba el mecánico recibió 28 impactos de bala) a dos inocentes? ¿Qué pasará con el comandante policial de Baní, a quien el senador Guerrero acusa de encubrir el crimen de sus subalternos con la mentira de que Díaz Pimentel y Báez Mejía murieron en un fuego cruzado entre policías y delincuentes? En las comunidades Villa Sombrero y El Llano, donde residían, se han declarado en vigilia permanente para exigir que los asesinos sean llevados ante la justicia, pero sobre todo para que se limpien sus nombres de la infame acusación con la que se ha querido justificar su crimen. No los dejemos solos con su reclamo: hoy son ellos las víctimas de los excesos de fuerza de una Policía que conjuga con demasiado entusiasmo el verbo matar, pero mañana podríamos ser nosotros.