Arístides, Raíces y los clásicos

Arístides, Raíces y los clásicos

Reiner Maria Rilke, el austríaco considerado el más importante poeta alemán de inicios del siglo XX, escribió que “el arte es la gran verdad de la naturaleza, vista a través del entendimiento humano” y en la misma obra sobre el escultor Auguste Rodin, afirma que “Un verdadero artista expresa no sólo la verdad exterior de la naturaleza, sino toda su verdad interior”.

La música es un universo de sensaciones y podemos darle forma a ese universo, modificándolo desde su primaria forma como una ruda piedra, en una forma conmovedora, sugerente, rememorativa y enriquecedora.

Thomas Mann, en “Doktor Faustus” dice “…tengo la impresión de que la música, a pesar de todo el rigor lógico-moral con que parece mostrarse, pertenece a un mundo de espíritus por cuya fiabilidad en cuestiones de razón y dignidad humana no querría yo poner mi mano en el fuego. Que, pese a ello, me sienta apegado a ella con todo mi corazón, constituye una de esas contradicciones que, ya sea por motivos de pesar o de alegría, resultan indisociables de la naturaleza humana”.

Pero hay que abrir la naturaleza humana al mundo de lo sutil.

Y eso hay que enseñarlo. Hay que educarlo.

Esta semana Arístides Incháustegui programó en su espacio “Raíces” (102.9 FM) un programa con magnificas canciones clásicas en las voces graves más notables del siglo. Una de ellas, de Tschaikovski, en la voz de Feodor Chaliapin, me trajo recuerdos imborrables. En su versión para violín y piano, la había yo interpretado junto al maravilloso pianista Vicente Grisolía en nuestro programa televisado “Música de los Grandes Maestros”. Su texto doliente, habla de “Canciones que mi madre me enseñó en días remotos y desvanecidos… cuántas veces la escuché entonarla mientras gotas de llanto rodaban desde sus fatigados ojos…”.

Esta canción es una apelación a la ternura que se expande en el alma, pero las programaciones de Arístides, cuidadosamente elegidas, son joyas de creatividad

en sus infinitas facetas. Solo hay que abrir el espíritu y concentrarse en lo que se escucha para penetrar en regiones mágicas en las cuales se alternan románticas esperanzas, agrias decepciones, luz y sombra, desgarradora violencia y pacífica tolerancia.

Toda una vida rica en sensaciones, acercadas a la comprensión del oyente mediante exquisitas explicaciones, que facilitan el deleite del auditorio.

Naturalmente que el disfrute de la gran música tiene sus exigencias, como todas las manifestaciones de la alta cultura. Es necesario “afinarse”, disponerse a adentrarse en la creación, y eso requiere entrega y apertura. Demanda educación. Pero es una educación de gran utilidad en múltiples áreas nobles porque las virtudes son expansivas, como lo son las malignidades. Se trasladan de un sitio a otro, así que cultivar la sensibilidad adentrándose en la magia de los sonidos, abre puertas a una vida mejor sin usar palabras. Ya decía Tolstoi que “La música es la oración muda del alma y que hay más alma en el sonido que en el pensamiento”.

Gracias al apoyo que recibe este programa de la radioemisora de la Fundación Eduardo León Jimenes y el Banco Popular, Arístides realiza una valiosa labor, educando.

Fortaleciendo el alma.

Que buena falta nos hace.

 

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