Arzobispo Meriño, un cura político

Arzobispo Meriño, un cura político

Fue una personalidad única, insuperable por su versatilidad, talento, inteligencia, astucia, genio, autoridad y don de mando. Decía que llegaría a ser la figura más importante de su país y por eso se quitó el Antonio que consideraba común y se bautizó Arturo. Como político alcanzó la suprema posición de Presidente en elecciones bien ganadas. El sacerdote escaló hasta ser Arzobispo. También fue maestro, rector, catedrático universitario, revolucionario, filósofo, elocuente orador y predicador.

Su identificación real era Fernando Antonio Marcelino, hijo de Pedro María Meriño Marrero, agricultor y ganadero, y de Bruna Ramírez Viera, canaria. Después fue Arturo.

Tercero de 10 hijos, entre sus hermanos estaban Juan Hilario, Rafaela, Valentín, Mariquita, Manuel José, Nicolasa y José María, también cura.

Es difícil hacer un perfil del carismático clérigo porque además de sus tantas facetas y su vida activa es la persona de quien más se ha escrito, como apunta el historiador jesuita José Luis Sáez, aparte de las obras propias, sermones, cartas pastorales, discursos y diarios que llevó en su vida itinerante debida a las expulsiones por política o en los años de quietud, quizá los últimos de su convulsa existencia.

Este espíritu intranquilo, de unas ocurrencias que aún provocan risa, nació el nueve de enero de 1833 en el hato de Antoncí, poblado de Boyá, común de Monte Plata.

Sáez afirma que Meriño era serio, “no precisamente gracioso” y que sabía reprender hasta con un cambio brusco de su rostro. Las apuntaciones de su diario son chistosas. Cuenta con gracia de sus achaques, falta de dinero, reumatismo. Incómodo porque se tardaban en entregarle su pasaporte en España, escribió: “¡Malhaya sea el gobierno español y el diablo se lo lleve!”.

Tenía encanto para las mujeres y para los políticos. No se sabe si sus relaciones con ellas eran duraderas pero con muchos de los segundos fue invariable excepto con los que atacó con valentía desde el púlpito, ellos sentados en primera fila y él mirándolos fijamente, dirigiéndoles su verbo incendiario, como hizo con Santana y con Báez.

Por sus oposiciones políticas vivió expulso en Madrid, Mayagüez, Saint Thomas, Humacao, Curazao, San Juan de Puerto Rico, Venezuela entre otros lugares donde aprovechó para hacer labor apostólica y relacionarse con personalidades que ayudaron al país y a la Iglesia.

Meriño tenía ojos entre azules y verdes, mirada penetrante y firme, bien cortada boca de labios finos, cabello liso castaño claro casi rubio, piel sonrosada y blanquísimas y redondas manos, según lo describe Abigaíl Mejía de Fernández en una obra de gran fascinación por este hombre que define de arrogante figura aun en la adolescencia.

Lo admiraban Lilís, Gregorio Luperón, Santana, Hostos, Ramón Emeterio Betances y otros que solamente bajaron sus simpatías cuando el Presidente firmó el Decreto de San Fernando.

“El presidente convertido, sin quererlo, en dictador. No quiso ser duro y tuvo que parecerlo. Sin quererlo lo fue. Vestía sotana y acaso por ello le juzgaban débil o timorato”, razona Abigaíl. Y dice que el general Braulio Álvarez se alzaba en armas contra Meriño en El Algodonal, Cesáreo Guillermo, “rojo empedernido”, organizaba una expedición desde Puerto Rico, y en Neiba amenazaba el general Pablo Mamá…”.

Los Azules, con Luperón a la cabeza, pidieron “penas severísimas” para los conspiradores y poderes omnímodos para el Poder Ejecutivo. El 29 de mayo de 1881 Meriño firmó el decreto. Todo ciudadano que tratare de subvertir el actual orden de cosas político legalmente establecido será sometido al Consejo de Guerra y juzgado como conspirador… El que fuese aprehendido con las armas en las manos, será condenado a la pena capital… Se promulgó el 30 mayo de 1881. En el ínterin estallaron los alzamientos. Hubo fusilamientos “sin piedad”. Se perdieron varias vidas y el mandatario muchos amigos, entre ellos el padre Billini.

Quería paz sobre el país, que había “ensayado todas las revoluciones”.

El Presidente. Al margen de este punto negro, tuvo el mérito de haber comenzado su período con una amnistía general, abrió nuevas cátedras en la Universidad, protegió a los autores nacionales, premió obras literarias y científicas, ofreció ayuda a Hostos para el establecimiento de una Escuela Normal, facilitando al libre pensador un local permanente. Además estableció un cuerpo de policía y seguridad pública y dotó de una ley orgánica al Instituto Profesional.

Por su apoyo a la labor de Hostos encontró oposición en el clero. “Seré el gobernante que respetando los fueros invariables de la conciencia en los que no pertenecen a nuestra comunión religiosa, tiene como uno de sus timbres mas gloriosos el de haber sido y ser esencialmente católico, no intransigente como el buen padre Billini”, expresó en su discurso. Billini era opuesto al método hostosiano.

Su sueldo de Presidente lo donaba a escuelas pobres. Vivía en una casona del callejón La Esperanza, hoy calle Luperón, con su criado Dionisio y una cocinera por única servidumbre. Salía a la calle sin guardias ni Estado Mayor. Su arma era un bastón que le obsequió Santana.

El fundador del Instituto Profesional sostuvo ese centro y también el Seminario. Completó su período 1880-1882. Luego pasó a regir el Instituto Profesional, fue Administrador Apostólico sede vacante y finalmente Arzobispo de Santo Domingo desde 1885 hasta 1906.

Entre las conquistas del mitrado para la Iglesia se consignan la recuperación del antiguo monasterio de Santa Clara, reorganizó y dotó al Cabildo Honorario de cierto apoyo económico, concedió al padre Billini las ruinas del Convento de San Francisco, reconstruyó el Palacio Arzobispal.

Fernando Arturo recibió instrucción primaria de los profesores Manuel Díaz Páez, Gaspar Hernández, Francisco Antonio Obregón y José María González. Cursó Derecho Civil en el Colegio Nacional San Buenaventura. Ordenado sacerdote el 24 de abril de 1856, cantó su primera misa en la Catedral a la semana siguiente. Fue Pro secretario de la curia y luego párroco en Neiba, El Seibo, San Cristóbal, la Catedral.

Se desempeñó como presidente de la Cámara de Diputados y como enviado extraordinario y plenipotenciario de su país en varias cortes.

Gran lector, “su pluma tampoco tenía tregua”. Publicaba en Las flores del Ozama, El Compilador, El criterio Católico, El Boletín Eclesiástico, El grito de las fronteras. Dejó el libro Elementos de geografía física, política e histórica de la República Dominicana y otros. Murió el 20 de agosto de 1906.

Aclaración

En el reportaje sobre el Arzobispo Meriño publicado el domingo pasado, se coló un error en el nombre de la hija que tuvo el sacerdote con María Nicolasa Billini. Se llamaba Abigaíl.

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