Parte I
Los logros alcanzados por la humanidad en las últimas décadas son encomiables. Estamos en medio de grandes revoluciones que han traído consigo prosperidad y oportunidad de vivir en un mundo en constante reinvención. No obstante, luego de la crisis económica del 2008, existe descontento en distintas naciones, especialmente, desarrolladas. Subyace una especie de guerra sociocultural, política y económica. Esta última, exacerbada por sentimientos de privación de la clase media y trabajadora cuyos beneficios palidecen en comparación con los más ricos.
Las economías europeas dejan mucho que desear. El PIB, en términos reales, de la eurozona en el tercer trimestre del 2016 es apenas 1.8% mayor al de la crisis del 2008 y las proyecciones no parecen indicar un repunte en el futuro cercano. Distinto a la economía europea, el presidente Trump hereda una economía en crecimiento (3.5% del PIB), desempleo de apenas 4.6% y la inflación más baja en los últimos 40 años. Sin embargo, la revolución de la globalización y la tecnológica crearon una fuerza laboral donde existe un alto nivel de subempleados y trabajadores con salarios deprimidos. Esta situación podría verse afectada al presidente Trump decidir renegociar el tratado de libre comercio (NAFTA por sus siglas en inglés) con Canadá y México. El Acuerdo Transpacífico con las principales economías asiáticas ya tenía bastante rechazo dentro de los círculos de poder en Washington; desde luego, hay consensos de que esta decisión podría aumentar notablemente el poder económico y político de China en esa región.
Además, en el aspecto sociocultural, las redes sociales magnifican el alcance de las retóricas ofrecidas por movimientos populistas y noticieros tendenciosos. Aún más importante, sirven de plataforma para Rusia, que ha encontrado apoyo en movimientos populistas para potenciar su rol en el panorama internacional, reduciendo así la cohesión de las naciones europeas y debilitando la fortaleza de la OTAN. De esta manera, Rusia tendría espacio para lograr su propósito geopolítico, tanto en Europa como en Medio Oriente y países de la antigua Unión Soviética como es el caso de Ucrania. La afamada revista Forbes presentó un listado de las 34 personas con mayor poder en el mundo y, sorprendentemente, el presidente Vladimir Putin ocupaba el primer espacio.
Es en este clima de desconfianza, temor e híper-conectividad que estos movimientos promueven visiones simplistas del mundo donde el libre comercio y la inmigración representan un peligro para la identidad cultural.
Los movimientos populistas dicen ver patrones donde no los hay para crear animosidad a lo tradicional. No obstante, es un grave error desestimarlos. Esta manera de pensar ha ganado tracción porque está apoyada en hechos reales pero incompletos. Ciertamente, el libre comercio incentiva la externalización de la producción a naciones con costos más baratos. Sin embargo, también la tecnología ha costado empleos al sector manufacturero.
¿Qué está pasando en varias naciones desarrolladas? Los partidos tradicionales se han descuidado en poner en vigor sus políticas y contrarrestar la labia populista. Han hecho caso omiso a las necesidades legítimas de personas que hoy sienten temor o hasta fuerte resentimiento con los últimos años que les han desfavorecido. Palpan decadencia en su identidad cultural y rechazan las olas migratorias que asocian con los crecientes ataques terroristas y pérdidas de empleo. Miran con recelo a una élite que consideran indolente a su situación económica. El desempleo juvenil en Francia, Italia, España, Grecia, etc. supera el 20%. Las políticas de austeridad dejaron atrás a los trabajadores de mayor edad y con menor educación que, en adición, temen por el destino de las futuras generaciones.
El populismo y proteccionismo son respuestas a síntomas que llevan años tomando fuerza. Han apelado a las emociones de amplios sectores socio-económicos, ofreciéndoles como chivos expiatorios instituciones angulares del mundo que hoy conocemos y atacando el pluralismo que tanto costó erigir. La clase gobernante de las naciones desarrolladas puede detener la tendencia populista si demuestra una clara orientación a encaminar sus pueblos hacia objetivos comunes. Ampliaremos este punto en la próxima entrega.
Investigador asociado:
Iván Kim Taveras