Atizar sin prever

Atizar sin prever

Abril es recuerdo y gloria. Es la epopeya dominicana del siglo XX. Revolución y guerra, dignidad y traición. Es la decisión de enfrentar la agresión, sin importar la dimensión ni la proporcionalidad de medios. Es la defensa de la patria y de la legalidad. Constitución o muerte, soberanía o sangre. 50 años después, la remembranza es necesaria, la exaltación también. Urge el conocimiento de la historia. Es necesaria la divulgación de los hechos, para evitar que las distorsiones o la ignorancia se conviertan en el surco donde germine la semilla de la manipulación y de las apetencias de representantes de grupos importantes que hoy atizan sin prever las consecuencias.

Algunos, rabiosos por sus derrotas, otros, envalentonados por su incidencia en sectores sociales privilegiados, que bailan al compás de consignas y de agendas impuestas, diseñan un país a su medida. Amparados en la impunidad sempiterna que trastocan en ética levantisca y acomodaticia, para preservar su influencia, se erigen en salvadores. La mayoría hibernó durante décadas, gestaba su bienestar sin importarle sangre ni latrocinio. No le conmovía el desmadre que salpicaba cerca. Quizás oraba, mientras los gerifaltes coloraos y blancos, disponían del erario y decidían quién podía disfrutar de derechos como el de la vida, por ejemplo, o la libertad. A esa grey siempre corresponde ¿dónde estaba usted, camarada Nikita? Sin respuesta. Se enmaraña cuando dice que ya está bueno y por alguien hay que comenzar. Más que por algo por “alguien” y se queda la deuda vieja en el archivo del perdón y la complicidad. A la juventud que grita y apoya, que sueña y apuesta, le esconden un pasado, tan fresco como la pintura de los grafitis que financian.

Hay que sumar a la tropa los militantes clandestinos de partidos, funcionarios y beneficiarios de gobiernos sucesivos, gestores de prebendas para empresas propias y ajenas, con disfrute de privilegios que extienden a la parentela. Disimulan sus simpatías y compromiso con la “ciudadanización” de sus desvelos. Son los cívicos. Empeñados en esa labor de zapa que tanto les provee desde que decidieron exhibir la pancarta de la moralidad, acusar a “los malos” erigiéndose en “los buenos”. Que nadie les discuta. Tienen la razón. Deciden, convocan. Sus jornadas, a propósito de abril, recuerdan los mítines de reafirmación cristiana, aquella coalición gestora del golpe de Estado que cambió el rumbo de nuestra historia contemporánea. Porque Abril del 1965 comenzó en septiembre del 1963, cuando la obcecación conservadora decidió asaltar los balbuceos democráticos. Continuó en Manaclas, aquel diciembre de inmolación y luto que no provocó revuelta alguna.

Es el autoritarismo alternativo, ese voluntarioso que apuesta al fin del juego cuando no le complacen. Engatusa con prédicas pías y con resabios fementidos. Sus mentores dejaron atrás legendarios tormentos nacionales, reivindicaciones pendientes. Olvidaron la inseguridad, la violencia, la salud pública, el pacto eléctrico. Después de empeñarse en construir un poder judicial y un ministerio público a su gusto, reaccionan cuando no pueden incidir en sus decisiones. Mienten cuando refieren como exclusiva y folclórica, la influencia política en los estamentos judiciales y del ministerio público. Ese no es el problema. Basta la referencia al derecho comparado para saber cómo se eligen los integrantes de supremas cortes y de ministerios públicos en las democracias occidentales. Quieren una justicia obediente a sus designios, cuando de pendencias políticas se trata. Para sus litigios, optan por el manejo grotesco de alfiles aposentados en estrados dóciles y prevaricadores. Por eso sus pucheros cuando servidores judiciales actúan sin previa consulta a ese sanedrín de facto. Pretenden convertir su moral en ley. Repudian a quienes no aplauden el desconocimiento de las reglas.

La tiranía designaba funcionarios y obligaba la firma previa de la renuncia. Ahora, con ropaje de transparencia y norma internacional, poder mediático, embajada, clerecía y emoción, pretenden lo mismo. El embiste es peligroso. Azuzar la crisis del Poder Judicial y del Ministerio Público, conduce al caos. Si eso pretenden, enhorabuena.

 

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