Balcón crítico

Balcón crítico

Parafraseando el título de un popular culebrón y a propósito de la XXV Bienal Nacional de Artes Visuales, puedo afirmar categóricamente que en nuestro país el arte ha tocado fondo, y este último evento inaugurado el pasado 16 de agosto con una paupérrima participación de obras (tanto en cantidad como en calidad), revela de manera fehaciente una insondable crisis la cual es imperativo analizar para indagar todas sus causas y a sus principales responsables, de lo contrario, el artista que se precie de ser honesto deberá buscarse otro oficio más digno, so pena de ser comparado con los políticos profesionales, quienes son vistos por el común de la gente como un conjunto de sinvergüenzas y charlatanes.

Y si he utilizado ese título no es sólo para llamar la atención del lector (creo sinceramente que sin Arte –con mayúsculas- no se puede acceder al Paraíso), sino porque tal como andan las cosas en este mundo light, superficial y globalizado, en donde los símbolos del éxito sólo se miden por poseer una o varias escandalosas cuentas multimillonarias en cualquier paraíso fiscal, o pasar a vivir de un modesto apartamentito en un barrio popular a un lujoso penthouse en la Anacaona, o a jugar golf con los mafiosos de turno, y principalmente,  a gozar de los favores carnales de una chica joven de buen ver y bien siliconada de las que tanto farfullan necedades en la tele, se quiere forzar también a las Bellas Artes a lo mismo, esto es, embridarlas al antojo del despropósito y la vulgaridad imperantes, y así justificar los responsables de la presente hecatombe moral y espiritual con aquello que los tiempos son así y hay que tolerarlo todo.

Desgraciadamente en el breve espacio que se nos concede en estas páginas de Areíto no puedo analizar en detalles los lamentables desaciertos de esta bienal (para ello espero ver a los amables lectores en el MAM el  próximo 16 de octubre en mi conversatorio titulado: “El rinoceronte de Durero”), pero sí voy a expresar mi profunda consternación y rechazo debido a la decisión de un jurado que si bien está conformado por prestigiosos nombres de la plástica nacional (a los extranjeros ni los conozco), creo sin embargo, que por los medalaganarios fallos emitidos en la selección y premiación no parecen originados por profesionales del área. 

En primer lugar, cómo es posible eliminar en la preselección a una cantidad tan elevada de participantes, algunos de ellos hasta ganadores de bienales anteriores y artistas señeros de la plástica nacional por el sólo hecho de esgrimirse en su contra que la obra presentada no poseía innovación en materiales, o que su temática no estaba a tono con la tendencia imperante, o que el concepto no enfocaba la “dominicanidad” como eje central, cuando lo que debe reconocerse siempre como principio absoluto en arte es la calidad y sólo la calidad de la obra.  Si por ello fuera, cómo quedaría ante la historia un artista que se mantuvo toda la vida fiel a una sola temática, a un solo recurso técnico y a unos cuantos elementos si lo vamos a valorar de acuerdo a un precepto tan absurdo como el manifestado por  las Lolas, los Lalos o quizás por los lelos; prácticamente no existiría.  Sin embargo realizó una gran obra y su lugar es trascendente en la historia del arte con todos estos mal llamados defectos: su nombre es “Giorgio Morandi”.

¿Cómo es posible que gente dizque entendida en la materia pueda concederle un premio a una pintura tan aberrante desde cualquier punto de vista (técnico, estético y ético), la cual, además de ser una apología a uno de los colosales antivalores con los que, desgraciadamente, se deshonra el país, y cuyo título: “Omega se casa con mi hermana”, no sólo es un claro mensaje a la juventud para ser permisivos con la violencia de género, sino es un pasaporte al éxito fácil para que los artistas bisoños jamás se empeñen con esfuerzo y talento a alcanzar la excelencia en su trabajo?

Quisiera que me explicasen qué parámetros se tomaron en cuenta para otorgar el Gran Premio a la obra de un artista que ha tenido participaciones más acertadas en otros eventos, y que en esta oportunidad muestra un insípido trabajo carente de cualquier principio compositivo (parece una tela estampada, y para colmo, fea), y cuyos recursos técnicos rayan lo simplón y parvulario (es fundamentalmente un collage cortado con plantillas simétricas con un fondo de aguada), con una simbología que al parecer sólo entiende su propio creador y el jurado de Lolas y Lalos, menos los que no nos hemos quedado lelos.

¿Cómo pasaron por el colador de la selección unas burdas ilustraciones de mujeres pechugonas, la maqueta de un bergantín con un cuadro como telón de fondo, decenas de dibujos y pinturas sumamente deficientes, además de premiarse esperpentos playeros, muñecos multicolores y “multipolares” estampados, un falso pop-kitsch con chicle (de un artista que realmente tiene talento pero que en esta obra no lo demuestra), o el anodino y megalómano -no confundir con melómano- retrato doble a la salida de un concierto (si Joaquín Rodrigo viviera y no hubiese sido invidente como lo fue, exclamaría: ¡No, no, noooo…!)?

¿Por qué obras tan excepcionales como los monumentales grabados de Leonardo Durán: “Ella la que domina I y II”, los excelentes dibujos de Iris Pérez y Lucía Méndez: “Energía humana fuente de paz” y “Cuentos de Bacá”, o las bellísimas fotografías de Alain Bañon Perad: “Children of Tomorrow I, II y II” se quedaron sin premiación?  ¿Es que son incapaces para apreciar los valores formales de una buena obra de arte? 

Y quizás por un accidente  que la XXV Bienal Nacional no haya sido aún más nefasta (aunque lo fue), pues como excepción a las reglas cantinflescas de su cedazo se premió, merecidamente -¡Oh milagro!-, la estupenda instalación de Miguel Ramírez: “Odisea”, que bien pudo ser el máximo galardón de este evento tan pleno, como he dicho, de despropósitos y burlas a la inteligencia por los que el jurado nos quiere tomar por “lelos”.   

En síntesis

Mala selección

Según el autor, las obras premiadas y seleccionadas en la XXV Bienal Nacional de Artes Visuales, el evento de arte contemporáneo más importante del país, no son las mejores de las que participaron en el concurso. El autor, compara, evalúa y critica las obras y sostiene que desde hace una década ha venido decayendo el trabajo del jurado de la bienal.

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