Berlín: El nido de espías implacables

Berlín: El nido de espías implacables

POR JOSÉ COMAS/EL PAÍS
A Berlín le cabe el honor, o tal vez la desgracia, de haber sido el escenario de la puesta en práctica de las dos ideologías que provocaron en poco más de 50 años en Europa la muerte de millones de seres humanos: el nazismo y el comunismo. En la capital alemana la historia de las grandes confrontaciones del siglo pasado se convierte en algo casi palpable.

Por doquier se tropieza el visitante con algún resto de aquel siniestro pasado. De un lado puede encontrarse el monumento conmemorativo del Holocausto, la topografía del terror de la Gestapo hitleriana, el lugar de ejecución de los conjurados del atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, la estación de donde partían los trenes a los campos de exterminio nazis o la casa del Wannsee donde se celebró la conferencia que acordó la «solución final del problema judío». Del otro lado se conservan todavía restos del llamado muro de la vergüenza en el Oeste o barrera defensiva frente al fascismo en el Este, las placas que recuerdan con sus nombres a los que perdieron la vida al intentar huir de la desaparecida República Democrática Alemana, el museo en el Check Point Charlie dedicado a evocar las fugas y los horrores de la dictadura prusiano-estalinista.

Con el paso del tiempo se expandió por el este de Alemania una especie de recuerdo con un cierto toque nostálgico del pasado comunista de un Estado que proporcionaba a los ciudadanos una seguridad desde la cuna hasta el ataúd, a cambio de privarlos de sus derechos civiles y de las más elementales libertades. Esto que algunos definieron como Ostalgia, nostalgia del Este (Ost, en alemán), se expresaba en programas de televisión y en el recuerdo de algunos productos emblemáticos de la desaparecida RDA. Se extendió un tratamiento humorístico del pasado que encontró su expresión más perfecta en la película Goodbye, Lenin! Una familia trata de engañar a la madre comunista que, víctima de un ataque cerebral, no vivió en estado consciente la caída del muro. Su hijo y otros familiares le hacen creer que todo sigue igual con telediarios falsos y la reconstrucción de toda la parafernalia del régimen desaparecido. Esta sátira amable del pasado dictatorial encajaba a la perfección en el marco de la ola de Ostalgia.

Y en esto se estrenó otra película, La vida de los otros. Y se acabó la diversión. La película saca a relucir las miserias de la dictadura comunista con el control absoluto de la sociedad que ejercían los esbirros de los servicios secretos del régimen desde el Ministerio de la Seguridad del Estado, más conocido como la Stasi, que acosaba y sofocaba cualquier asomo de disidencia. Este excelente documento cinematográfico tuvo una fantástica acogida y ganó incluso el Oscar a la mejor película extranjera. La interpretación de Ulrich Mühe del capitán de la Stasi Gerd Wiesler y la ambientación del Berlín Este en los tiempos de la dictadura pueden considerarse como antológicas. El actor Mühe, fallecido de cáncer hace unos días a los 54 años, había sufrido en propia carne el acoso de la Stasi. Su mujer, la actriz Jenny Gröllmann, que también murió de cáncer hace poco más de un año, trabajaba para la Stasi como colaboradora informal, IM en la jerga de los servicios secretos, y parece que llegó incluso a pasar informes sobre su propio marido.

La Stasi era, según la definición del régimen, «el escudo y la espada» del Partido Socialista Unificado (SED, comunista), creada en los albores de la RDA según el modelo de la checa leninista. Josef Budek, ex preso político en la RDA que pudo abandonar el país en el marco de las compras de prisioneros realizadas por el Gobierno de la República Federal de Alemania, caracteriza a la Stasi como una tropa de élite que actuaba y se comportaba como tal, «la Cámara del Pueblo aprobaba las leyes que necesitaban y que ellos quebrantaban a su antojo. La Stasi ordenaba a los tribunales aplicar las leyes contra las fuerzas enemigas y negativas y se servía de la ayuda de todos los restantes organismos del Estado». El Boletín Oficial de la RDA publicó el 21 de febrero de 1950, menos de un año después de la fundación del nuevo Estado, la ley para la creación de un Ministerio para la Seguridad del Estado. Hasta entonces las tareas de seguridad estaban en manos de los servicios secretos soviéticos. El carácter prusiano con un toque pequeño-burgués aparece reflejado en el mismo texto legal de constitución de la Stasi. Establece la ley que los jefes de servicio son «responsables de garantizar la seguridad, el orden y la limpieza de las partes del edificio que utilizan».

El crecimiento de la Stasi fue gigantesco. Los 1.000 funcionarios de pleno empleo del año 1950 se habían convertido en 20.000 en 1962 y al caer el muro en 1989 ya eran 91.016. A éstos se añade una red de unos 174.000 informadores informales (IM), los chivatos encargados de espiar en todos los sectores sociales, desde las fábricas a clubes deportivos, los medios intelectuales o las iglesias. Algunos elevan la cifra de IM hasta 300.000. Si admitimos como válido el número más reducido de 265.000, entre funcionarios y soplones, por cada 61 de los 16,4 millones de habitantes de la RDA había uno que trabajaba para la Stasi a pleno empleo o espiaba a tiempo parcial. Semejante aparato produjo 114 kilómetros de documentos con fichas políticas y los informes de chivatos que se almacenaron en la central de la Stasi en Berlín y en las 13 sucursales en toda la RDA.

La central de la Stasi se instaló en Berlín Este, en torno a una antigua cárcel en un complejo que abarcaba cuatro calles en el distrito de Lichtenberg. En el momento de la caída, en 1989, esa sede central abarcaba ocho hectáreas y trabajaban allí 20.000 funcionarios. El 15 de enero de 1990 unos manifestantes a las puertas de la central de la Stasi asaltaron los edificios donde los funcionarios habían iniciado la destrucción de documentos comprometedores. Fue el final de la Stasi. Allí se confiscaron 16.000 bolsas con 33 millones de páginas de documentos hechos trizas. Un equipo dotado con instrumentos cibernéticos se dedica desde hace años en la ciudad de Núremberg a la reconstrucción de los folios destruidos. La mayor parte de los ficheros quedó conservada en carpetas en uno de los edificios de la central, también abierto al público como el museo de la Stasi. Se puede visitar el lugar donde se almacenan informes sobre las vidas de miles de ciudadanos de la RDA sin que se permita leer más que algunos ejemplares de muestra con los nombres de los vigilados tachados. Allí mismo se rodaron dos secuencias de La vida de los otros: una entrevista del capitán Wiesler con su jefe y otra en la que examinan una máquina de escribir del escritor espiado.

Uno de los archivos más deseados de la Stasi estaba dedicado al espionaje exterior y contenía datos sobre sus colaboradores e informadores en el extranjero. Este fichero llamado Rosenholz cayó en manos de los servicios secretos de Estados Unidos. No está claro en qué circunstancias la CIA se apoderó en 1990 de este fichero que constaba de 381 discos con 33 millones de páginas. Según una versión, podría haberlo comprado a funcionarios de la Stasi en desbandada. La CIA lo tuvo en su poder hasta 2003, año en que lo devolvió a Alemania sin duda expurgado de todo lo que le interesó esconder para utilizarlo como fuente de información o de chantaje a políticos que colaboraron en secreto con la Stasi.

Los interesados en visitar la guarida de la Stasi pueden hacerlo de forma individual o en grupo y se les ofrecen visitas guiadas de una hora y media de duración. La planta baja y dos pisos del edificio central, donde se encontraba el despacho del que fue durante muchos años ministro de la Stasi, el siniestro Erich Mielke, están abiertas para los visitantes. En el vestíbulo de la planta de entrada se encuentran las estatuas de Karl Marx y Friedrich Engels, los padres del comunismo y otra de Feliks Edmundowitsch Dzierzynski, un polaco fallecido en 1926, el fundador de la Cheka, la primera policía secreta de Lenin creada para combatir la contrarrevolución. Sostenía Dzierzynski: «La Cheka emplea el terrorismo organizado. La Cheka no es un tribunal. La Cheka está obligada a defender la revolución y a aniquilar al enemigo incluso cuando en ocasiones su espada afecte por azar a las cabezas de inocentes». El espíritu de la Cheka forma parte de la tradición de los servicios secretos comunistas.

Una maqueta en el centro del vestíbulo ofrece una visión de conjunto de todo el complejo de la Stasi. En la pared una foto muestra a Mielke con otros jefes y un organigrama explica la organización de todo el servicio. En una esquina se encuentra expuesto un vehículo como los que la Stasi dedicaba al transporte de prisioneros hasta alguna de sus 17 prisiones preventivas.

En la escalera que conduce a la primera planta se exhiben fotos de la jornada de lucha del 15 de enero de 1990 con escenas de la invasión del edificio por los manifestantes y de los sacos amontonados llenos con los pedazos de documentos destruidos. «Estamos en todas partes» era uno de los lemas de la Stasi. Los utensilios del espionaje expuestos en la primera planta demuestran de forma palpable la validez de la frase. El arsenal de la observación aparece en forma de cámaras de rayos infrarrojos instaladas en la puerta de un Trabant, el coche popular de la RDA; los llamados chinches electrónicos para las escuchas de teléfonos.

En una sala se encuentran elementos de concienciación de los espías con frases con llamamientos a la «tradición de la checa, escudo y espada del partido para la defensa de la dictadura del proletariado». Otra sala acoge una selección de regalos recibidos por la Stasi de diversas organizaciones del proletariado que podría formar parte de una antología de la peor cursilería, un horroroso kitsch.

Unos cuadros exponen las biografías de los tres ministros que estuvieron entre 1950 y 1989 al frente de la Stasi. El primero fue Wilhelm Zaisser, un maestro de escuela que ingresó en el Partido Comunista tras combatir en la I Guerra Mundial.

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