Bibliotecas y calidad educativa en República Dominicana

Bibliotecas y calidad educativa en República Dominicana

-II-
Desde los primeros años de la colonización española en nuestro territorio, se establecieron centros educativos, y con ellos espacios destinados a los libros y documentos que formaban parte del proceso enseñanza-aprendizaje. Entre esas academias figuran la Universidad Santo Tomás de Aquino, fundada el 28 de octubre de 1538, por la bulla In Apostulatus Culmine, del Papa Pablo II. Fue el primer centro de educación superior en el Nuevo Mundo. Ya antes se conocía la Biblioteca Erasmista de Diego Méndez de Segura, amigo de Cristóbal Colón.

También tenían bibliotecas, la Universidad Santiago de la Paz, originalmente llamada Colegio del Gorjón, el Convento de los Dominicos y el monasterio de las Mercedes. En esta iglesia pernoctó por más de dos años el dramaturgo Tirso de Molina, del Siglo de Oro español. Según la tradición, fue aquí, en Santo Domingo, donde conoció el personaje de su obra El burlador de Sevilla, origen del universalmente famoso mito de don Juan.

Afirma Emilio Rodríguez Demorizi que la primera biblioteca de La Española y de toda América, fue la fundada por Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés, establecida en 1553 en la Fortaleza Ozama, recinto militar del que era alcaide. La biblioteca contaba con los libros más importantes de entonces.

Se constituían estos centros bibliográficos el mayor apoyo a las actividades educativas y culturales de la época, ambientes que entraron en decadencia después de las devastaciones de Osorio de 1605-6 y tras el Tratado de Basilea, al pasar con este último la parte española a la soberanía de Francia. Se incrementaron las emigraciones “hacia otros puntos del continente, llevándose consigo, entre otras cosas, valiosos tesoros bibliográficos, parte de los cuales hubieron de servir para formar las bibliotecas de las universidades de La Habana y Caracas, cuyos primeros rectores fueron egresados de nuestra universidad primada”. Así lo consigna el escritor Diógenes Valdez, en su Historia de la Biblioteca Nacional de la República Dominicana.

Sería en 1867 cuando se instala la primera Biblioteca Pública en nuestro país, como consecuencia de la proyección revolucionaria y popular de la Guerra de la Restauración. Muchos de los países de América Latina crearon sus primeras bibliotecas públicas, que luego se constituyeron en nacionales, con la proclamación de sus independencias. A nosotros nos correspondió tras la epopeya restauradora.

El historiador Vetilio Alfau Durán explica que “fue fundada por seis ilustres dominicanos a todo evento en una sala de la Casa del Sacramento, cuya rectoría había asumido por segunda vez el presbítero Fernando Arturo de Meriño, colocado en ella por la misma resolución gubernativa dictada por el Presidente José María Cabral, que restableció el acreditado centro educacional, religioso y laico, que la primera administración del Presidente Pedro Santana había creado por medio de la ley del 8 de mayo de 1848”.

Alfau Durán afirma que “En los días aurorales de la administración de Cabral, a raíz del triunfo de la Restauración, un selecto núcleo intelectual apareció en el escenario nacional, integrado por ciudadanos de valía, unidos por aspiraciones de bien patrio”.

Los fundadores de la biblioteca fueron los siguientes: Además de monseñor Meriño, recién elevado a la sede arzobispal; José Gabriel García, historiador; Emiliano Tejera, historiador; Juan Bautista Zafra, Mariano Cestero y Apolinar de Castro, a la sazón diputados al Congreso Nacional.

Las colecciones que formaron esa primera biblioteca pública procedieron de la biblioteca personal del venezolano-dominicano Rafael María Baralt, intelectual y figura importante de la política de su país, que realizó significativos servicios a la República Dominicana.

Así como las bibliotecas escolares son claves en el desarrollo de una educación de calidad, también las bibliotecas públicas contribuyen a profundizar esos procesos. De ahí la pertinencia de los compromisos 4.2.7 y 4.2.8 del Pacto Nacional para la Reforma Educativa. El Manifiesto de la IFLA-UNESCO sobre la Biblioteca Pública 1994 destaca su rol en la educación y la cultura:

“La libertad, la prosperidad y el desarrollo de la sociedad y de los individuos son valores humanos fundamentales. Estos sólo podrán alcanzarse mediante la capacidad de ciudadanos bien informados para ejercer sus derechos democráticos y desempeñar un papel activo en la sociedad. La participación constructiva y la consolidación de la democracia dependen tanto de una educación satisfactoria como de un acceso libre y sin límites al conocimiento, el pensamiento, la cultura y la información.

“La biblioteca pública, puerto local hacia el conocimiento, constituye un requisito básico para el aprendizaje a lo largo de los años, para la toma independiente de decisiones y el progreso cultural del individuo y los grupos sociales”.

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