En junio de 1971 un proyecto de ley ante el Congreso norteamericano amenazaba con reducir la cuota azucarera dominicana y romper la espina dorsal de entonces de nuestra economía. El Presidente Balaguer no solo decidió pronunciar un discurso ese mes ante la Cámara Americana de Comercio implorando por una mayor cuota, sino que le escribió una carta al Presidente Richard Nixon y le pidió a Charles Bluhdorn, presidente de la Gulf + Western, entonces dueña del Central Romana, que fuese a ver a Nixon y se la entregara personalmente, lo que hizo.
Presentes en la Casa Blanca estuvieron John L. Erlichman, su principal asistente y el Secretario de Comercio Peter Peterson. La transcripción de lo conversado la encontré en los Archivos norteamericanos.
Bluhdorn le explicó que cuando su empresa llegó a nuestro país en 1966, los dominicanos enfrentaban un gran peligro ya que “Castro había mandado allí a sus agentes”, el negocio perdía dinero (no era cierto) y empleaba “600 policías” (guarda campestres, presumimos) quienes estaban “totalmente dominados por la izquierda”. No se cortaba la caña pero sí se mataba a gente (por cierto, Guido Gil, abogado del sindicato unido de trabajadores del Central Romana, fue asesinado en 1967 y la izquierda atribuye el crimen al Central Romana). Bluhdorn explicó que había llevado “a un joven cubano, quien había sido un gran enemigo de Castro, un joven brillante (¿Teobaldo Rosell?) quien no tenía miedo”, agregando que existía la posibilidad de que este fuese tiroteado por la espalda. Citó que ese joven “lucía como si fuera Gobernador del lugar” y “desde entonces ha trabajado muy de cerca con el Presidente Balaguer y cuenta con toda su confianza”.
Para tratar de impresionar a Nixon sobre lo pro-americano que era Balaguer, Bluhdorn le contó que había convencido al millonario empresario italiano Gianni Agnelli de establecer en nuestro país una planta de ensamblaje de la Fiat, pero que esa idea había sido rechazada por Balaguer, quien le había dicho: “Mis amigos son los americanos” y “no queremos dar preferencias a los italianos”.
Bluhdorn, quien definió a La Romana como “la más grande propiedad americana que queda en el hemisferio occidental”, explicó que el Departamento de Estado prefería otorgar cuotas azucareras a otros países. La respuesta de Nixon fue: “No tengo paciencia con aquellos que están en contra de la República Dominicana. Esa es una actitud del Departamento de Estado, pero no es la mía. Están en contra porque la consideran una dictadura.
A mí no me importa un carajo (“damn”) lo que es. ¿Está claro?”. Entonces Nixon le pidió a Bluhdorn que le dijese a Balaguer que había hablado con él y sus principales asesores y “que tenemos un serio problema con el Congreso pero que trataremos de solucionarlo”.
Santo Domingo conseguiría su cuota. Nixon tuvo que renunciar tres años después ante el escándalo de Watergate y Erlichman pasó año y medio preso. A los cinco años de esa reunión se estrenó la película “Engulf and Devour” (“Engullir y devorar”) una gran sátira contra la Gulf + Western y, sobre todo, contra la excéntrica personalidad de Bluhdorn, quien, sin embargo, diversificó las operaciones azucareras de La Romana al crear el proyecto turístico de Casa de Campo y la primera zona franca industrial del país. Pero utilizó los azúcares del CEA para especular en la bolsa. Cuando el New York Times reveló la noticia surgió un gran escándalo. El Presidente Guzmán negoció con él un acuerdo por medio del cual devolvió varios millones de dólares al Estado dominicano con el compromiso dominicano de invertirlos en obras de infraestructura en la provincia de La Romana, que incluyó el puente sobre el río de esa ciudad, el cual recibió el nombre de Bluhdorn. Cuando éste murió, doce años después de la conversación, los accionistas de su empresa vendieron todos sus intereses en la República Dominicana.
A Balaguer le quedarían quince años, aunque interrumpidos, en la Presidencia.