Brasil, se dice a menudo pero no siempre con justicia, es y será el país del futuro. En momentos en que los Juegos Olímpicos hacen converger sobre el país la atención del mundo, vale la pena explorar las distintas maneras en que esta máxima es –o quizás no- cierta.
El enigma en el caso de Brasil no reside ni en sus éxitos ni en sus fracasos, sino en la combinación de ambos.
El país transmite dinamismo, y en la etapa de posguerra tuvo muchos años de crecimiento económico de dos dígitos.
Apareció en la tapa del The Economist en 2009 catalogado como el próximo milagro de despegue, y en 2012 Der Spiegel, de Alemania, publicó un extenso artículo titulado “Cómo una buena conducción hizo de Brasil una nación modelo”.
Sin embargo, Brasil nunca pudo ser parte del mundo desarrollado: su producto interno bruto per capita es entre 4 y 7 veces inferior al de Estados Unidos: aproximadamente el de hace cien años.
Hoy sufre una de las más graves depresiones mundiales en tiempos modernos. La presidenta, Dilma Rousseff, se encuentra en medio de un proceso de juicio político.
La combinación de policía corrupta y violenta, asaltos a atletas, agua contaminada e instalaciones inadecuadas lleva a pensar si Brasil puede salir de las Olimpíadas sin grandes bochornos.
Cuando analizo las contradicciones de la economía y la historia de Brasil, trato de tener presentes ciertos conceptos.
En primer lugar, Brasil es relativamente vasto, en términos de superficie y de población. Los países grandes no pueden lograr fácilmente la coherencia de países más pequeños como Dinamarca o Singapur.
China, India y Rusia tienen dificultades permanentes para establecer una gobernanza adecuada y estable, con la excepción parcial de Estados Unidos a esta regla general.
Por el lado positivo, el tamaño de Brasil da dinamismo. El país tiene un enorme caudal de talento y un mercado interno lo suficientemente grande como para impulsar la industria.
Los brasileños son famosos por su capacidad de pensar en grande, ya se trate de un bife al plato o de planes ambiciosos para desarrollar el Amazonas. El país construyó su capital, Brasilia, de la nada, en medio de la jungla, a partir de un sueño progresista que, pese a todas las críticas que recibió, hoy funciona bastante bien.
La música brasileña puede igualar a la de Estados Unidos en creatividad y sofisticación, gracias a una amplia base de talentos y al fuerte mercado local de música.
En segundo lugar, el país es extremadamente diverso, tanto en lo étnico como en lo cultural, en formas que van más allá de su historia como colonia portuguesa. Sao Paulo es la tercera ciudad del mundo en población italiana, y Brasil tiene la mayor comunidad de ascendencia japonesa fuera de Japón.
El padre de Rousseff nació en Bulgaria. En algunos pueblos del sur, la gente habla dialectos alemanes y vive en casas de estilo germano. Hay una comunidad creada por confederados del sur de la Guerra Civil de Estados Unidos. La influencia de los africanos, originalmente traídos al país como esclavos, sigue siendo profunda, particularmente en el noreste.
La diversidad puede ser espectacular para la creatividad y los logros, como sabemos por el trabajo del científico social Scott E. Page, de la Universidad de Michigan. Esto es obvio en tantas facetas de la vida brasileña como la música, la moda, la arquitectura, el diseño y la cocina.