Calles y avenidas
García de la Concha: gran sabio

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Es el insuperable sabio dominicano que trascendió al mundo cuando impulsó al científico Albert Einstein a enmendar su famosa Teoría de la Relatividad.

Osvaldo García de la Concha, quien apenas ha recibido el tardío homenaje de una calle con su nombre, era en los años 20 del pasado siglo el aclamado orgullo de la República. El 15 de noviembre de 1929 se leyó por radio, desde el salón de actos de la Universidad de Santo Domingo, su “Mensaje” a Alberto Einstein, donde el consagrado apóstol de la enseñanza le declaraba 15 puntos fundamentales contrarios a su hipótesis.

Después, el filósofo Andrés Avelino, su alumno favorito y continuador lógico, publicó un artículo titulado: “El espacio de Einstein y el espacio de García de la Concha, triunfo de la ciencia dominicana. Einstein declara que está tratando de llegar a lo que ha llegado García de la Concha. El genio dominicano supera al genio alemán”.

Del catedrático que asumió la responsabilidad de impartir sin remuneración 11 materias se escribía: “García de la Concha ha venido rectificando y corrigiendo públicamente a Einstein, y éste –porque ha tenido que ir destruyendo todas sus relatividades premiadas sin comprenderlas por las academias de Europa- cada vez que ha rectificado lo ha hecho siempre en el mismo sentido señalado por el matemático dominicano, cosa que puede ser natural, puesto que Einstein, para llegar a la verdadera concepción de la mecánica relativista, tiene necesariamente que concluir, como concluye, en lo que respecta al coeficiente elíptico, en los fundamentos matemáticos y filosóficos con que culmina “La Cósmica” en toda su magnífica trascendencia”.

“La Cósmica” es el ejemplar escrito en 1910 por el sabio criollo, en el que expone su “Nueva teoría de la relatividad formal e intrínseca, fundada en el origen espiritual de la materia o en el tiempo como el factor cósmico por excelencia”.

 Pero en octubre de 1925 fue cuando García de la Concha “se empinó sobre el meridiano intelectual de América” al publicar en la revista “X” “El Error sublime de Einstein”, uno de cuyos párrafos expresa: “…La teoría relativista, en medio de toda su grandiosidad, no pasa de ser un error sublime, que la piedra angular que la sostiene en toda su arquitectura (la construcción de la materia) no la resiste. Es absurdo imaginar el acontecimiento de la materia para explicarnos un hecho cosmológico sin haber penetrado en la esencia misma del fenómeno, sin haberlo estudiado en todas las circunstancias posibles, y muy especialmente, en toda la existencia del medio en que se produce”.

Avelino anotó al pie: “Este diálogo que el catedrático de matemáticas de nuestra Universidad nos brinda en los labios divinos del hombre ultraterrestre, no es sino una magistral manera de presentar, vulgarizándolo, un concepto del principio de relatividad de Einstein…”

Rafael D. Santana S. fue quien más dio a conocer a este “aporte de la raza nueva que conquistó la gloria” en el “Altorrelieve biográfico” que dio a la luz un año después de fallecido el ilustre erudito que en su retiro del barrio San Miguel, silencioso, humilde, sin bibliotecas ni equipos, pasó más de 15 años tratando de resolver “el problema planteado y discutido por los más grandes pensadores filosóficos de la humanidad”.

“Siguió paso a paso la concepción aristotélica, a quien hace honor en su obra, y la pitagórica, estudió a fondo la eterna discusión del éter inmóvil; profundizó la teoría de Maxuel y las experiencias de Hertz; se interesó hondamente en los trabajos teóricos de Fitzgerald y de Lorentz, pulsó a Riemman. Gauss, Minkouski, Eddington; dominó las conclusiones de Newton, Michelson y Morley; conoció el esquema de todas las geografías concebidas y se entregó a la tarea de su obra para demostrarle a la ciencia que el último caballero del pensamiento, Albert Einstein, estaba en un error”, explicó Santana.

Despreciado

Pese a su descubrimiento grandioso fue traicionado, humillado,  atacado, cuando publicó el “Manifiesto pro-autonomía escolar y universitaria”, planteando que la injerencia política en el desarrollo educativo de los pueblos era una inmoralidad, y que sin la independencia de la escuela dominicana no se podía llegar nunca a la cultura positiva de la masa, sino al robo intelectual por influencias oficiales.

Fue destituido como director de la Escuela Normal no sólo por el Manifiesto sino porque no se arrodilló ante Horacio Vásquez que lo mandó a buscar para amonestarlo y  contestó cada argumento del mandatario expresándole que era la primera vez que a la mansión presidencial había entrado un hombre de vergüenza.

La cancelación produjo una protesta estudiantil sin precedentes. Se rebeló la prensa,  todo el país protestó contra la injusticia, pero los mismos maestros que le apoyaron  hicieron creer al Presidente que se trataba de un brote revolucionario. No lo repusieron. García se entregó a ultimar “La Cósmica con serenidad que fascinaba”.

“Humilde, abstracto y excéntrico como un Mahatma” perdonó “a la humanidad equivocada por la cual se ofreció en el holocausto de una cicuta que no tomó de un solo sorbo, como Sócrates, sino gota a gota, en suprema resignación que lo iluminaba en los últimos días de su vida”.

Sus detractores perduran

Aún algunos biógrafos destacan inexistentes cualidades negativas.  René de Lepervanche manifestó en la nota luctuosa: “Ahora lloramos su muerte… ¡Cuán tarde! Pero con cuán manifiesta indiferencia no se le veía cuando paseaba con la cabeza baja, el paso lento y el rostro acabado por las grandes decepciones que había recibido de los que consideraba parte de su ser”.

“La Cósmica” y “Pedagogía Metódica” son sus obras. Queda su lápida como atractivo turístico en el cementerio de la avenida Independencia, presentando sus concepciones y fórmulas.

Del olvido hacia el Maestro escribió Rafael Santana: “Os saluda desde su tumba dominicana como otro gran soldado desconocido, muerto en el campo de batalla del amor, del dolor y de la ciencia”.

Fue después de 1965 cuando se designó con su nombre la antigua calle “23” de Villa Juana. Comienza en la avenida San Martín y muere en la Américo Lugo. 

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Demasiado humilde

Nació el 21 de febrero de 1878, hijo de Augusto García Tejera y María Luisa de la Concha. El papá lo inició temprano en el trabajo y fue a los 24 años cuando ingresó a la escuela. Se hizo bachiller en cinco años y, siete meses después, obtuvo la licenciatura en matemáticas en la Universidad de Santo Domingo. El 4 de febrero de 1908 fue nombrado profesor de la Escuela Normal Superior, de la que fue luego director por más de 18 años. En la Universidad de Santo Domingo estuvo 15.

Se le describe modesto como un tibetano, sencillo como un hindú, de un amor evangélico. Un ser de luz. Casó con Leonor Fajardo Blanco, de Ponce, madre de sus cuatro hijos. Tras su deceso se hizo colecta para construirles una casa.

Murió en la extrema pobreza,  “mártir de la ciencia”,  el 23 de octubre de 1930.

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