Campanas de difuntos

Campanas de difuntos

Asistir a un funeral nos transmite la pesadumbre de familiares y amigos de los fallecidos; y de paso, nos recuerda la fugacidad de la vida. La muerte es siempre muerte de otro, de aquel, inmóvil, que reposa en el ataúd. Sólo “de rebote” llegamos a pensar que la muerte alcanza a todo el mundo y que, tarde o temprano, también nos atrapará a nosotros. Los muchos individuos empeñados en que miremos la muerte “con naturalidad”, pierden su tiempo. Sabemos muy bien que la muerte es el término de la vida; que los cementerios están llenos de tumbas con los huesos de personas que estuvieron vivas.

La muerte es, desde luego, un fenómeno natural. Pero opera como interruptor de los proyectos humanos. El hombre es un animal “proyectivo”. Vive proyectado al futuro; está inserto en la categoría de futurición. El estudiante sueña con su graduación; el hombre de empresa anticipa mentalmente el cierre de una gran operación comercial; el oficinista planea sus vacaciones; la mujer embarazada prepara la canastilla del bebé a punto de llegar. Por más natural que sea la muerte, destruye al que mata, hiere esposas, hijos y parientes, entristece a los amigos, que no podrán disfrutar de la compañía del muerto. Muchos proyectos, grandes y mínimos, quedan frustrados por el deceso.
Entre un vivo y un muerto hay tantas diferencias, que ni siquiera un anatomista experto en disección podría confundir esas dos “formas de estar”. Pero lo peor es el sufrimiento que generalmente acompaña una muerte. No hay modo de evitar el sentimiento de compasión por dolores que nos punzan de manera refleja. Todo cuanto sabía un amigo sabio, queda sellado con su muerte. Su conversación y su sonrisa, desaparecen para siempre.
En ocasiones ciertos hombres ven morir otros hombres, que caen a su lado para no levantarse más. Ocurre así en guerras o enfrentamientos sociales. A veces nos toca presenciar accidentes en los que mueren hombres y mujeres. Es más frecuente que veamos morir personas de edad avanzada por causa de enfermedades degenerativas. En todos los casos, esas muertes nos afectan directamente. Cuando se trata de un amigo, las campanas doblan también por ti, como escribió John Donne en el siglo XVII.

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