Cardenal hondureño: ¿Una encarnación del ala activista de la Iglesia Católica o un reaccionario?

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TEGUCIGALPA, HONDURAS. AP. Muchos consideran al cardenal hondureño Andrés Rodríguez Maradiaga una encarnación del ala activista de la Iglesia Católica que hace campaña por los derechos humanos, advierte sobre el cambio climático y aboga por el alivio internacional a las naciones pobres endeudadas.   

Para otros es un reaccionario: apoyó un golpe de estado en su país e hizo declaraciones consideradas antisemitas al sostener que los intereses judíos alientan a la prensa a prestar excesiva atención a los abusos sexuales en la Iglesia.   

Con esas imágenes concurrirá al cónclave en la Capilla Sixtina, donde se lo considera un posible sucesor del papa jubilado Benedicto XVI. 

Rodríguez Maradiaga, de 70 años y arzobispo de Tegucigalpa, está entre el puñado de prelados latinoamericanos considerados papables si es que los cardenales deciden, por primera vez, elegir un pontífice originario de la región donde vive el 40% de los católicos del mundo y cuenta con un conjunto de líderes dinámicos de la Iglesia.   

“Desde luego, llegará el día en que vendrá un papa del sur, tal como vino uno del este”, dijo el prelado en 2008, en una entrevista con el diario milanés Il Giornale, una alusión a Juan Pablo II, que era polaco. “En ningún momento me he considerado un papable”.   

Sin embargo, más que cualquiera de los papables latinoamericanos, el cardenal hondureño presenta una hoja de vida compleja y en algunos aspectos contradictoria. Esto podría ser un factor adverso en un Sacro Colegio interesado en dejar atrás los escándalos por abusos sexuales en el mundo y el torbellino que provocaron los documentos filtrados sobre finanzas y luchas por el poder entre los muros de la Santa Sede.   

Rodríguez Maradiaga, designado cardenal en 2001, era mencionado entre los papables cuando murió Juan Pablo II en 2005. Desde entonces han sucedido cosas que mejoran su perfil y otras que atentan contra sus posibilidades.   

En 2007, el cardenal fue elegido presidente de Cáritas Internacional, la red de ayuda más importante de la Iglesia católica. Sin embargo, allí conoció el aguijón de la crítica vaticana ante acusaciones de colaborar con organizaciones que se apartan del magisterio de la Iglesia, que prohíbe el control de la natalidad.

Posteriormente la Santa Sede emitió un documento para señalar que las caridades afiliadas con la Iglesia no deben colaborar con las que contradicen los principios católicos.   

Con todo, la presidencia de Cáritas le permitió destacarse como promotor de la justicia económica en su carácter de vocero vaticano ante el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en materia de la deuda externa del mundo en desarrollo.   

En un discurso pronunciado en 2006 en Cincinnati, Estados Unidos, exhortó a Washington a aliviar el problema de la inmigración ilegal mediante el fomento al desarrollo económico “en lugar de tratar de levantar muros o apostar a la Guardia Nacional en la frontera”.   

Ha vinculado el cambio climático con “actitudes irresponsables” en materia de protección ambiental y exhortado a los gobiernos a considerar el empleo un “derecho humano”. Una vez dijo que el “capitalismo neoliberal transporta la injusticia y la desigualdad en su código genético”.   

El cardenal hondureño provocó un entredicho diplomático con el presidente venezolano Hugo Chávez, lo cual podría granjearle tanto apoyo como críticas en América Latina. Chávez lo llamó “payaso imperialista” en 2007 después que el prelado dijo en una entrevista que Chávez “cree que es Dios y puede pisotear a los demás”.   

Para el padre jesuita hondureño Ismael Moreno, “su carrera eclesiástica ha sido un proceso ascendente, imparable e impecable por prácticamente tres décadas”.    Pero otros consideran una mancha indeleble en su trayectoria el apoyo que dio al golpe de Estado que derrocó al presidente Manuel Zelaya en 2009, cuando hizo caso omiso de una orden judicial de desistir de un referendo sobre cambios en la constitución.   

Días después del derrocamiento de Zelaya, Rodríguez Maradiaga leyó una carta pastoral firmada por 11 obispos en la cual la Iglesia hondureña apoyaba el golpe y se hacía eco de las acusaciones de empresarios y parte de la prensa, de que el gobierno de Zelaya estaba alineado con Chávez y constituía una amenaza a la democracia.   

La OEA expulsó a Honduras y la comunidad internacional impuso sanciones además de negarse a reconocer el gobierno de facto presidido por Roberto Micheletti. El cardenal sostuvo que “las instituciones del Estado democrático hondureño están en vigencia”, lo cual provocó una división en la Iglesia.   

Dirigentes regionales de la orden dominicana difundieron una carta en la cual exhortaron a los fieles a rechazar categóricamente el golpe. Jesuitas centroamericanos denunciaron que “el golpe impone un régimen autoritario y represivo en el país por medios inconstitucionales”.   

En su respuesta, el prelado hondureño hizo una analogía con la oposición de Juan Pablo II a los movimientos radicales de la Iglesia en América Latina, y lo calificó de “episodio triste” de divisiones.   

Desde hace más de una década se le cuestionan las declaraciones a la publicación católica italiana “30 Giorni”, en las cuales aparentemente dijo que los intereses judíos en la prensa impulsaban la cobertura de los escándalos sexuales en la Iglesia para desviar la atención de las disputas entre Israel y los palestinos.   

 Rodríguez Maradiaga intentó aclarar que no era su intención insinuar que una conspiración judía cumplía un papel en la cobertura periodística de los asuntos del Vaticano. Pero el mes pasado, en una carta al diario Miami Herald, el profesor de derecho Alan Dershowitz, de la Universidad de Harvard, calificó a Maradiaga de “pecador no arrepentido” cuya elección al papado podría causar graves daños a los esfuerzos por mejorar las relaciones entre católicos y judíos.

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