Carta al viejo año (Reflexión)

Carta al viejo año (Reflexión)

En razón del biennacido año hace ocho días, permítanme un fuerte apretón de manos, no mejor, un efusivo abrazo para todos los que tan amablemente nos siguen cada domingo.

Hoy no estoy en ciencias, ni en cerebro, ni en neurología, pido me permitan filosofar un poco, divagar sobre un tema que no  tiene nada que ver con argumentos que dividen y alejan como son: la política, la economía, las religiones, el dinero, la pelota; en fin,  esas acciones humanas que nos fanatizan, nos distancian y nos impiden ver el horizonte con claridad. Hoy en el Hoy, voy a referirme al ser humano, esa entidad integral compuesta de materia y espíritu, así que año viejo ya usted como cadáver putrefacto me obliga a  hacer un ejercicio de prosopeya.

Son válidas las reflexiones en los inicios del año, cuando sueños, utopías, metas y ambiciones invariablemente se revisan, reflexionamos sobre nuestras preeminencias y proyectos más no podemos desligarnos de la intensa problemática actual, peliagudas serían las preguntas y respuestas implícitas, formuladas en esta época convulsa que vivimos, tan grave y tan amenazada a nivel universal; precisamente porque el hombre ha empezado a ponerse en duda como valor y no creerse más que posibilidad vital. Existen leyes, normas y principios constantes e invariables de las cosas que están ahí desde siempre. Conocerlos con profundidad y saber aplicarlos a nuestras vidas convenientemente, es condición esencial para que nuestra pasajera existencia terrenal  se  haga más gozosa, de manera inexorable nos obliga a aplicar principios básicos de sabiduría esencial para poder ser completamente felices.

Si ponemos nuestra conciencia en el proscenio de la vida real, y  nos preguntáramos ¿fue bueno usted pasado año, qué nos deparará el imberbe año de apenas una semana? De seguro, una  mayoría habrá de pensar primero en  dinero, fama, poder, placer, en juicios de valores materiales  -medibles- y luego en el buen uso del tiempo, en la salud y la felicidad espiritual. ¿Qué quiero significar? que como sociedad, hemos esgrimido el argumento de la productividad, en búsqueda del vil metal y nos olvidamos de disfrutar la vida, el tiempo, los afectos, las cosas sencillas. Se hace necesario conciliar el trabajo, las diversiones, las necesidades materiales y espirituales, procurando lograr con inteligencia esa vida sencilla y equilibrada,  a la que muchos aspiramos, por los menos los más  sensatos.

¿Podrá el hombre cambiar? Naturaleza dada y constante, lo más seguro sería afirmar que seguirá tal cual hasta la muerte del último individuo. Pero, precisamente por ser  él como es, cabe pensar que cambiará, pues somos dueños de la inteligencia, del amor, de la voluntad de poesía, son suficientes para que el humano cambie y cambiará, dejemos al poeta expresarlo. El amigo Tony Raful, en su columna del 13 de diciembre señaló: “De lo que se trata no es de arribar al cielo, sino de ir diseñándolo, con las vigas culturales, con el afán misceláneo de lograr el contacto con la energía, que todo lo ha creado y que sigue expandiéndose consciente, absoluta. Llegamos al futuro, sin encontrar en su florecimiento los códigos visuales y axiomáticos de la parusía, como lo pronosticó Pablo. Se trata evidentemente de un tiempo interior. Hay que construir el alma, lograr que esta crezca con nosotros”. Aunque algo tardío, tengan  ustedes ¡muy feliz 2012!

Publicaciones Relacionadas

Más leídas